– Y eso no es todo. También lo busca la policía por algunos homicidios. Si sabes dónde está, a ellos les encantaría tener esa información.
Tyler se quedó pensativo un momento.
No podía permitirse el lujo de involucrarse en ese asunto.
«Podría significar prestar testimonio y perder mucho tiempo.»
– No tengo ni idea. Sólo quería comprobarlo para un amigo ruso. Gracias, Fred.
Tyler encontró a Dmitri Kaminsky en su habitación, leyendo una revista pornográfica. Dmitri se puso en pie al ver entrar a Tyler.
– Quiero que empaquete sus cosas y salga enseguida de aquí.
Dmitri se quedó mirándolo.
– ¿Qué ocurre?
– Le estoy dando a elegir. O se va de aquí antes de esta tarde, o le diré a la policía rusa dónde está.
Dmitri palideció.
– ¿Me ha entendido?
– Da. Entendí.
Tyler fue a ver a su padre. «Quedará complacido -pensó-. Le he hecho un auténtico favor.» Lo encontró en el estudio. -He investigado a todo el personal-dijo Tyler-. Y… -Me impresionas. ¿Encontraste algún muchachito con el cual acostarte?
Tyler enrojeció.
– Papá…
– Eres marica, Tyler, y siempre lo serás. No sé cómo alguien como tú puede ser hijo mío. Vuelve a Chicago con tus amiguitos.
Tyler se quedó allí, tratando de controlarse.
– Muy bien -dijo y se dirigió a la puerta. -¿Averiguaste algo sobre el personal que yo debería saber? Tyler giró la cabeza y miró un momento a su padre.
– No -dijo en voz baja-. Nada.
– Lo olvidaremos.
Dmitri lo observaba con desconfianza.
– ¿Por qué? ¿Qué quiere que haga?
– Quiero que sea mis ojos y mis oídos aquí. Necesito que alguien vigile a mi padre y me cuente lo que ocurre.
– ¿Por qué tengo que hacerlo?
– Porque si hace lo que le digo, no lo entregaré a los rusos.
Y porque lo convertiré en un hombre rico.
Dmitri Kaminsky lo observó un momento. Luego, una sonrisa le iluminó el rostro.
– Me quedaré.
Fue el gambito de apertura. Tyler acababa de mover el primer peón.
Cuando Tyler entró en el cuarto de Kaminsky, estaba recogiendo sus cosas.
– Me voy -dijo con tono sombrío.
– No lo haga. He cambiado de idea.
Dmitri levantó la vista y lo miró, intrigado.
– ¿Qué?
– No quiero que se vaya. Quiero que se quede como guardaespaldas de mi padre.
– ¿Y qué pasa con… ya sabe… lo otro?
Eso había sucedido dos años antes. De vez en cuando, Dmitri pasaba información a Tyler. En su mayor parte eran chismes sin importancia sobre el último romance de Harry Stanford o trozos de conversaciones acerca de negocios oídas por Dmitri. Tyler comenzaba a pensar que se había equivocado, que debería haber entregado a Dmitri a la policía. Hasta que recibió la llamada telefónica de Cerdeña, y la jugada dio sus frutos.
«Estoy con su padre en el yate. Él acaba de llamar por teléfono a su abogado. Se reunirá con él el lunes en Boston para modificar su testamento.»
Tyler pensó en todas las humillaciones que su padre le había infligido a lo largo de los años, y sintió una furia terrible. «Si él cambia su testamento, habré padecido en vano todos esos años de vejaciones. ¡No pienso permitirle que se salga con la suya!» Había una sola manera de impedirlo.
– Dmitri, quiero que me llames de nuevo el domingo. -De acuerdo.
Tyler cortó la comunicación y se quedó sentado, pensando. Había llegado el momento de mover el caballo.
Capítulo 16
En el Condado de Cook había un constante ir y venir de individuos acusados de incendios intencionados, violencia destructiva, violaciones, tráfico de drogas, homicidios y gran variedad de actividades ilegales y desagradables. En el curso de un mes, el juez Tyler Stanford se había ocupado al menos de media docena de causas de homicidio. La mayoría nunca llegaban a juicio, puesto que los abogados del acusado decidían negociar con el fiscal y como las agendas de los juzgados estaban tan llenas y las prisiones tan repletas, por lo general el Estado accedía. Entonces las dos partes hacían un trato y se presentaban ante el juez Stanford para que lo aprobara.
La causa de Hal Baker fue una excepción.
Hal Baker era un hombre con buenas intenciones y muy mala suerte. Cuando tenía quince años, su hermano mayor lo convenció de que lo ayudara a robar un almacén. Hal trató de disuadirlo y, al fracasar en su intento, aceptó acompañarlo. A Hallo pescaron y su hermano logró escapar. Dos años más tarde, cuando Hal Baker salió del reformatorio, decidió no volver a meterse en líos con la autoridad. Un mes después, acompañó a un amigo a una joyería.
– Quiero elegir un anillo para mi novia.
Una vez en el interior del local, su amigo sacó un arma y gritó:
– ¡Esto es un asalto!
En el alboroto que siguió, su amigo mató a un empleado de un tiro y a Hal Baker lo detuvieron por robo a mano armada. Su amigo, en cambio, escapó.
Mientras Baker estaba en la cárcel, Helen Gowan, una asistente social que había leído todo lo referente a su causa y había sentido lástima por él, fue a visitarlo. Fue amor a primera vista y, cuando Baker salió de la prisión, Helen y él se casaron. Durante los siguientes cinco años tuvieron cuatro hijos preciosos. Hal Baker adoraba a su familia. Debido a sus antecedentes le resultaba difícil conseguir empleo y, para poder mantener a su familia, de mala gana aceptó trabajar para su hermano y participó en varios actos de violencia destructiva, incendio intencionado y robos. Por desgracia para Baker, lo pescaron in fraganti durante la comisión de un robo. Lo arrestaron, lo metieron en la cárcel y lo juzgaron en la sala del juez Tyler Stanford.
Llegó la hora de la sentencia. Baker era un delincuente reincidente y tenía malos antecedentes juveniles. Era un caso tan claro y definido que los asistentes del fiscal de distrito hacían apuestas sobre cuántos años pondría el juez Stanford a Baker. «¡Lo tratará con el máximo rigor!», decía uno de los asistentes. «Apuesto a que le mete veinte años. No por nada a Stanford lo llaman el juez de la horca.»
Hal Baker, que en el fondo de su corazón se sabía inocente, no había solicitado abogado y se ocupaba de su propia defensa. Estaba en pie delante del estrado del magistrado, con su mejor traje, y dijo:
– Señoría, sé que he cometido un error, pero todos somos humanos, ¿verdad? Tengo una esposa maravillosa y cuatro hijos; ojalá pudiera conocerlos, Señoría. Son fantásticos. Lo que hice, lo hice por ellos.
Tyler Stanford lo escuchaba con rostro impasible. Esperaba que Hal Baker terminara para poder dictar sentencia. «¿Este imbécil de veras creerá que saldrá adelante con esa estúpida historia lacrimógena?»
Hal Baker terminaba su perorata.
…y como verá, Señoría, aunque actué mal, lo hice por una buena razón: mi familia. No necesito decide lo importante que es para mí. Si voy a la cárcel, mi esposa y mis hijos morirán de hambre. Sé que cometí una equivocación, pero estoy dispuesto a hacer las reparaciones necesarias. Haré cualquier cosa que usted me pida, Señoría…
Esta última frase fue la que atrajo la atención de Tyler Stanford. Miró con renovado interés al acusado que tenía delante. Haré cualquier cosa que usted me pida. De pronto Tyler sintió lo mismo que cuando estaba frente a Dmitri Kaminsky. Este hombre podría resultarle muy útil algún día.
Para sorpresa del fiscal, Tyler dijo:
– Señor Baker, en su caso hay circunstancias atenuantes.
Tomando en cuenta esas circunstancias y por su familia, lo pondré en libertad condicional durante cinco años. Deberá cumplir seiscientas horas de servicios públicos. Venga a mi despacho y lo hablaremos.