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¡Timmons! eso es. ¿Podría darme su número de teléfono para que pueda comunicarme directamente con él?

En su lugar, había llamado a Hal Baker y lo había presentado como Frank Tirnmons.

Al principio, el plan de Tyler era que Hal Baker sólo simulara investigar a Julia Stanford, pero después decidió que su informe impresionaría más si Baker realmente lo hacía. Y la familia aceptó los hallazgos de Baker sin vacilar.

El plan de Tyler se había cumplido sin ningún tropiezo. Margo Posner había desempeñado su papel a la perfección, y las huellas dactilares fueron el toque final y definitivo. Todos estaban convencidos de que ella era la auténtica Julia Stanford.

«Me alegro de que esto haya terminado por fin. Subiré a ver cómo está.»

Subió, caminó por el pasillo hacia el cuarto de Julia, llamó a la puerta y preguntó, en voz alta:

– ¿Julia?

– Está abierto. Pasa.

Él pasó y los dos se miraron en silencio un momento, sonriendo. Luego Tyler cerró muy despacio la puerta, extendió los brazos y rió.

Cuando habló, dijo con aire triunfaclass="underline"

– ¡Lo conseguimos, Margo! ¡Lo hemos conseguido!

Capítulo 18

En las oficinas de Renquist, Renquist & Fitzgerald, Steve Sloane y Simon Fitzgerald estaban tomando café.

– Como dijo el gran bardo, «Algo huele a podrido en Dinamarca».

– ¿Qué te molesta? -preguntó Fitzgerald.

Steve suspiró.

– No estoy seguro. Es la familia Stanford. Me desconciertan. Simon Fitzgerald soltó una risotada.

– Nos pasa a muchos.

– Siempre termino haciéndome la misma pregunta, Simon, pero no encuentro la respuesta.

– ¿Cuál es esa pregunta?

– La familia estaba impaciente por exhumar el cuerpo de

Harry Stanford para poder verificar su ADN y compararlo con el de esa mujer. Así que tenemos que suponer que el único motivo posible para librarse del cuerpo sería asegurarse de que el ADN de la mujer no fuera comparado con el de Harry Stanford. La única persona que podría tener algo que ganar sería esa mujer, si fuera una impostora.

– Así es.

– Y, sin embargo, el investigador privado, ese tal Frank

Tirnmons -he hablado con la oficina del fiscal de distrito de Chicago y tiene una reputación excelente- aparece con unas huellas dactilares que demuestran que ella es la auténtica Julia Stanford. Mi pregunta es: ¿quién demonios ha robado el cadáver de Harry Stanford y por qué lo hizo?

– Ésa es la pregunta del millón. Si…

En aquel momento sonó el interfono y se oyó la voz de la secretaria:

– Señor Sloane, tiene una llamada por la línea dos. Steve levantó el teléfono del escritorio.

– Diga…

La voz del otro extremo de la línea dijo:

– Señor Sloane, habla el juez Stanford. Le agradecería que pasara por Rose Hill esta mañana.

Steve Sloane miró a Fitzgerald.

– De acuerdo. ¿Qué le parece dentro de una hora? -Perfecto. Gracias.

Steve colgó.

– Se requiere mi presencia en casa de los Stanford. -Me pregunto qué querrán.

– Apuesto diez contra uno que quieren apresurar la legitimación del testamento para poder poner las manos encima de esa hermosa cantidad de dinero.

Steve miró a Kendall. Parecía muy tensa. Su marido había viajado desde Nueva York para la reunión. Luego miró a Marc: el francés era muy bien parecido y tenía algunos años menos que su esposa… Y también estaba Julia, quien parecía tomarse con mucha calma el hecho de ser aceptada por la familia. «Esperaba que alguien que acaba de heredar varios miles de millones de dólares estuviera más nervioso», pensó Steve.

Volvió a observar los rostros de todos y se preguntó si alguno de ellos sería responsable de la desaparición del cuerpo de Harry Stanford y, en caso afirmativo, cuál y por qué.

– Señor Sloane -dijo Tyler-, conozco bien las leyes sucesorias de Illinois, pero ignoro en qué medida difieren de las de Massachusetts. Nos preguntábamos si no habría forma de apresurar el trámite.

Steve sonrió para sí. «Debería haber obligado a Simon a aceptar la apuesta.» Miró a Tyler.

– Ya lo estamos intentando, juez Stanford.

Tyler comentó, significativamente:

– Es posible que el apellido Stanford resulte útil para acelerar el procedimiento.

«En eso tiene razón», pensó Steve. Asintió.

– Haré todo lo que esté a mi alcance. Si es posible…

Se oyeron voces procedentes de la escalera.

– ¡Cállate, perra estúpida! No quiero oír una palabra más,

¿me has entendido?

Woody y Peggy bajaron por la escalera y entraron en la habitación. Peggy tenía la cara hinchada y un ojo morado.

Woody sonreía y tenía los ojos brillantes.

– Hola a todos. Espero que la fiesta no haya acabado.

El grupo miraba a Peggy con espanto.

Kendall se puso en pie.

– ¿Qué te ha pasado?

– Nada. Yo… tropecé con una puerta.

Woody se sentó y Peggy tomó asiento junto a él. Woody le acarició la mano y le preguntó en tono solícito:

– ¿Estás bien, querida?

Peggy asintió, sin atreverse a hablar.

– ¿Lee? Soy Tyler ¿Cómo estás?

– Muy bien, gracias.

– Te echo de menos.

Breve silencio.

– Yo también te hecho de menos, Tyler.

Aquellas palabras lo fascinaron.

– Lee, tengo una noticia buenísima. No puedo dártela por teléfono, pero es algo que te hará muy feliz. Cuando tú y yo… – Tyler, tengo que irme. Alguien me espera.

– Pero…

La comunicación se cortó.

Tyler se quedó paralizado. Luego pensó: «Si de verdad no me echara de menos no me lo habría dicho.»

Con excepción de Woody y Peggy, toda la familia estaba reunida en la sala de Rose Hill. Steve los observó con detenimiento. El juez Stanford parecía muy relajado.

– Bien. -Woody se dirigió a los otros-. ¿Me he perdido algo?

Tyler lo miró con disgusto.

– Acabo de preguntar al señor Sloane si podría acelerar la legitimación del testamento.

Woody sonrió.

– Eso estaría bien -miró a Peggy-. Supongo que te gustaría comprarte ropa nueva, ¿no es así, querida?

– No necesito ropa nueva -dijo ella tímidamente.

– Tienes razón. Nunca vas a ninguna parte, ¿verdad? -Woody miró a los otros-. Peggy es muy tímida. No tiene nada de que hablar, ¿no es cierto, querida?

Peggy se puso en pie y salió corriendo de la habitación. -Iré a buscarla -dijo Kendall. Se levantó y fue tras ella. «¡Por Dios! -pensó Steve-. Si Woody se porta así delante de los otros, ¿cómo será cuando él y su esposa estén a solas?» Woody se dirigió a Steve.

– ¿Cuánto hace que pertenece al bufete jurídico de Fitzgerald?

– Cinco años.'

– Nunca entenderé cómo aguantaron trabajar para mi padre. Steve dijo con cautela:

– Tengo entendido que su padre era… podía mostrarse algo difícil.

Woody soltó una carcajada.

– ¿Difícil? Era un monstruo de dos patas. ¿Sabía que tenía apodos para cada uno de nosotros? El mío era Charlie. Me lo puso por Charlie McCarthy, el muñeco de un ventrílocuo llamado Edgar Bergen. Solía llamar Pony a mi hermana, porque decía que tenía cara de caballo. Ya Tyler lo llamaba…

Steve dijo, muy incómodo:

– En realidad, no creo que debiera…

Woody sonrió.

– Está bien. Varios miles de millones de dólares cicatrizan muchas heridas.

Steve se puso en pie.

– Bueno, si eso es todo, será mejor que me vaya.

Estaba impaciente por salir de allí y respirar aire fresco.

* * *

Kendall encontró a Peggy en el cuarto de baño: se estaba poniendo hielo en la mejilla hinchada.

– ¿Peggy? ¿Estás bien?

Peggy la miró.

– Sí, muy bien. Gracias. Yo… bueno, lamento lo que pasó abajo.