– Lo llamaré.
Por parte de Henry, fue amor a primera vista. En la primera salida, llevó a Julia al EBT, uno de los restaurantes más importantes de Kansas. Era obvio que estaba encantado de salir con ella.
Le habló un poco sobre sí mismo:
– Nací aquí, en la ciudad de Kansas. También mi padre nació aquí. La bellota no cae muy lejos del roble. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Julia lo sabía.
– Siempre supe que quería ser contable. Cuando terminé mis estudios, empecé a trabajar para la Compañía Financiera Bigelow y Benson. Ahora tengo mi propio negocio.
– Qué bien -dijo Julia.
– Es prácticamente todo lo que tengo que decirte sobre mí. Ahora háblame de ti.
Julia permaneció un momento en silencio. «Soy la hija ilegítima de uno de los hombres más ricos del mundo. Probablemente has oído hablar de él. Acaba de morir ahogado. Soy heredera de una fortuna.» Paseó la vista por aquel elegante salón. Yo podría comprar este restaurante si lo deseara. En realidad, creo que si quisiera podría comprar toda esta ciudad.
Henry la miraba fijamente. -¿Julia?
– Oh… lo siento. Nací en Milwaukee. Mi padre murió cuando yo era niña. Mi madre y yo viajamos mucho por el país. Cuando ella falleció, decidí quedarme aquí y conseguir trabajo. -«Espero que la nariz no me haya crecido demasiado por mentir.»
Henry Wesson puso una mano sobre la de Julia.
– De modo que nunca tuviste un hombre que te cuidara
– se inclinó hacia adelante y le dijo, con sinceridad-: A mí me gustaría cuidar de ti el resto de tu vida.
Julia lo miró, sorprendida.
– No quisiera parecer Doris Day, pero casi no nos conocemos.
– Quiero modificar eso.
Cuando Julia volvió a casa, Sally la esperaba despierta. -¿Y bien? -le preguntó-. ¿Cómo te ha ido?
Julia le respondió, pensativa.
– Henry es muy dulce, y…
– ¡Está loco por ti!
Julia sonrió.
– Creo que se me declaró.
Sally abrió los ojos de par en par.
– ¿Crees que se te declaró? ¡Por Dios! ¿No sabes si lo hizo o no?
– Bueno, dijo que quería cuidar de mí durante el resto de mi vida.
– ¡Eso es una declaración! -exclamó Sally-. ¡Es una declaración! ¡Cásate con él! ¡Enseguida! ¡Cásate con él antes de que cambie de idea!
Julia se echó a reír.
– ¿Por qué tanta prisa?
– Escúchame bien. Invítalo aquí a cenar. Yo prepararé la comida y tú le dirás que fuiste tú.
Julia rió.
– Gracias, no. Cuando encuentre al hombre con el que quiero casarme, tal vez tengamos que comer comida china en envases de cartón, pero, créeme, la mesa estará maravillosamente puesta, con flores y velas.
Cuando volvieron a salir, Henry dijo:
– ¿Sabes?, Kansas es una ciudad maravillosa para criar niños.
– Sí, lo es. -El único problema de Julia era que no estaba segura de querer que fueran los hijos de Henry. Era un hombre fiable, sensato, decente, pero…
Lo comentó con Sally.
– N o hace más que pedirme que me case con él -dijo
Julia.
– ¿Cómo es?
Julia trató de pensar en cuáles eran las cosas más románticas que podía decir de Henry Wesson.
– Es un hombre fiable, sensato, decente…
Sally la miró un momento.
– En otras palabras, aburrido.
– No es exactamente aburrido -dijo Julia, tratando de defenderlo.
Sally asintió con aire de sabihonda.
– Es aburrido. Cásate con él.
– ¿Qué?
– Cásate con él. Los maridos buenos y aburridos son difíciles de encontrar.
Llegar a final de mes era un milagro financiero. Había deducciones del sueldo, y alquiler, y gastos del automóvil, y era preciso comprar comida y ropa. Julia tenía un Toyota Tercel, y le parecía que gastaba más en el coche que en sí misma. Constantemente tenía que pedir dinero prestado a Sally.
Cierta tarde, cuando Julia se vestía para salir, Sally dijo:
– Otra noche importante para Henry, ¿verdad? ¿Adónde te lleva hoy?
– Iremos al Symphony Hall. Toca Cleo Laine.
– ¿El querido Henry se te ha vuelto a declarar?
Julia vaciló. En realidad, Henry le proponía matrimonio cada vez que estaban juntos. Ella se sentía presionada, pero no podía convencerse de decir «sí».
– No lo pierdas -le advirtió Sally.
«Sally probablemente tiene razón -pensó Julia-. Henry
Wesson podría ser un buen marido. Es… vaciló. Es sensato, fiable, decente… ¿Es eso suficiente?»
Cuando Julia estaba a punto de salir, Sally le preguntó: -¿Puedes prestarme los zapatos negros?
– Por supuesto -contestó Julia y se fue.
Sally entró en el dormitorio de Julia y abrió la puerta del armario.
El par de zapatos que quería estaba en el estante superior. Al tratar de bajarlos, cayó al suelo una caja de cartón y su contenido se desparramó por el suelo.
– ¡Maldición! -Sally se agachó para juntar los papeles. Eran decenas de recortes de periódico, fotografías y artículos, y todos se referían a la familia de Harry Stanford. Parecía haber cientos.
Julia entró corriendo en la habitación.
– Olvidé mi… -se detuvo al ver los papeles en el suelo-. ¿Qué estás haciendo?
– Lo siento -se disculpó Sally-. La caja se cayó. Julia, con las mejillas encendidas, se agachó y comenzó a meter los papeles en la caja.
– No tenía idea de que te interesaran tanto los ricos y famosos -dijo Sally.
Con los labios apretados, Julia siguió metiendo los papeles en la caja. Al coger un puñado de fotografías, encontró un pequeño relicario de oro con forma de corazón, que su madre le había regalado antes de morir. Julia lo apartó.
Sally la observaba, intrigada.
– ¿Julia?
– Sí. -¿Por qué te interesa tanto Harry Stanford? -A mí no. Esto… era de mi madre.
Sally se encogió de hombros.
– Está bien. -Extendió la mano para coger un papel. Pertenecía a una revista sensacionalista y le llamaron la atención los titulares: «Magnate deja embarazada a institutriz… Hija ilegítima… ¡La madre y la niña desaparecen!»
Sally miraba a Julia, boquiabierta.
– ¡Por Dios! ¡Eres la hija de Harry Stanford!
Julia apretó los labios. Sacudió la cabeza y siguió guardando papeles.
– ¿No lo eres?
Julia interrumpió lo que estaba haciendo.
– Por favor, si no te importa, prefiero no hablar del asunto. Sally se puso en pie de un salto.
– ¿Prefieres no hablar del asunto? ¿Eres la hija de uno de los hombres más ricos del mundo y prefieres no hablar del asunto? ¿Estás loca?
– Sally…
– ¿Sabes cuánto dinero tenía? Miles de millones.
– Eso no tiene nada que ver conmigo.
– Si tú eres su hija, tiene que ver contigo. ¡Eres su heredera! Lo único que tienes que hacer es decirle a su familia quién eres y…
– No.
– No… ¿qué?
– No lo entiendes. -Julia se levantó y se dejó caer en la cama-. Harry Stanford era un hombre terrible. Abandonó a mi madre. Ella lo odiaba y yo lo odio.
– No se odia a alguien con tanto dinero. Se le entiende. Julia sacudió la cabeza.
– Yo no quiero ninguna parte de ese dinero.
– Julia… las herederas no viven en pisos de mala muerte, ni compran su ropa en mercadillos, ni piden prestado dinero para pagar el alquiler. Tu familia detestaría saber que vives de esta manera. Se sentirían humillados.
– Ni siquiera saben que estoy viva.
– Entonces tienes que decírselo.
– Sally…
– ¿Sí?
– Cambia de tema.
Sally la miró un buen rato.
– Sí, claro. A propósito, ¿no podrías prestarme uno o dos millones hasta el día de cobro?