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Kendall Stanford Renaud llevaba una existencia muy atareada. En septiembre revisaba grandes surtidos de telas y en octubre seleccionaba las que quería para sus nuevos diseños. Diciembre y enero estaban dedicados al diseño de nuevas modas y febrero, a pulirlos. En marzo, estaba lista para presentar su colección de otoño.

* * *

Diseños Kendall Stanford estaba situado en el número 550 de la Séptima Avenida, y compartía el edificio con Bill Blass y Oscar de la Renta. El próximo desfile sería en la carpa de Bryant Park, que podía albergar a mil personas sentadas.

Cuando Kendall llegó a su oficina, Nadine le dijo: -Tengo buenas noticias. ¡Ya no quedan entradas para el desfile!

– Gracias -le dijo Kendall con aire ausente. Tenía la cabeza en otra parte.

– A propósito, hay una carta para usted sobre su escritorio. La trajo un mensajero.

Esas palabras fueron como un puñetazo para Kendall. Se acercó al escritorio y miró el sobre. El remitente era Asociación de Protección de la Fauna Silvestre, 3000 Park Avenue, Nueva York, Nueva York. Se quedó mirándolo un buen rato. No existía el número 3000 de la avenida Park.

Kendall abrió el sobre con manos temblorosas.

Estimada señora Renaud:

Mi banco suizo me informa que todavía no ha recibido el millón de dólares que mi asociación le solicitó. En vista de su tardanza. debo informarle que nuestras necesidades se han incrementado a cinco millones de dólares. Si este pago se realiza. prometo que no volveremos a molestar/a. Tiene quince días para depositar el dinero en nuestra cuenta. Si no lo hace, lamento informarle que tendremos que ponemos en contacto con las autoridades pertinentes.

No había firma.

Kendall tuvo un ataque de pánico y leyó y releyó la carta una y otra vez. «¡Cinco millones de dólares! Es imposible -pensó-. Jamás podré juntar todo ese dinero tan rápido. ¡Qué tonta he sido!»

Cuando Marc llegó esa noche a casa, Kendall le enseñó la carta.

– ¡Cinco millones de dólares! -exclamó-. ¡Es absurdo! ¿Quién creen que eres?

– Saben quién soy -dijo Kendall-. Ése es el problema. Tengo que conseguir dinero pronto. Pero, ¿cómo?

– No lo sé. Supongo que un banco podría prestarte dinero sobre tu herencia, pero no me gusta la idea de…

– Marc, es mi vida la que está en juego. Nuestras vidas. Trataré de conseguir ese préstamo.

George Meriwether era el vicepresidente del New York Union Bank. Tenía algo más de sesenta años y había ido escalando posiciones desde su primer empleo como cajero. Era un hombre ambicioso. «Algún día formaré parte de la junta directiva -pensó-, y, después de eso… ¿quién sabe?» Una secretaria interrumpió sus pensamientos.

– La señorita Kendall desea verlo.

Sintió un leve escalofrío de placer. Hacía algunos años que ella era una buena clienta, como diseñadora de éxito, pero ahora era una de las mujeres más ricas del mundo. Durante años él había tratado de conseguir la cuenta de Harry Stanford sin 10grarlo. Y ahora…

– Hágala pasar -le dijo a su secretaria.

Cuando Kendall Stanford entró en su oficina, Meriwether se puso en pie y la saludó con una sonrisa y un cálido apretón de manos.

– No sabe cuánto me alegro de verla -dijo-. Por favor, tome asiento. ¿Desea un café o algo más fuerte?

– No, gracias -respondió Kendall.

– Quiero ofrecerle mis condolencias por la muerte de su padre. -Su voz tenía la solemnidad del caso.

– Gracias.

– ¿Qué puedo hacer por usted? -Sabía lo que iba a decirle. Que pensaba entregarle sus miles de millones para que él se los invirtiera…

– Quiero solicitar un préstamo.

Él parpadeó.

– ¿Cómo ha dicho?

– Necesito cinco millones de dólares.

Él pensó con rapidez. «Según los periódicos, su parte de la herencia sería de más de mil millones de dólares. Incluso tomando en cuenta los impuestos…» Sonrió.

– Bueno, no creo que sea problema. Ya sabe que siempre ha sido una de nuestras clientas favoritas. ¿Qué garantía presentaría?

– Soy heredera de los bienes de mi padre.

Él asintió.

– Sí. Ya lo he leído.

– Me gustaría que me prestaran el dinero contra mi parte de la herencia.

– Entiendo. ¿El testamento de su padre ya ha sido legitimado?

– No, pero lo será muy pronto.

– Muy bien. -Se inclinó hacia adelante-. Desde luego, tendríamos que ver una copia del testamento.

– Sí -dijo Kendall, con ansiedad-. Puedo conseguirla.

– Y tendríamos que conocer la cantidad exacta de su parte de la herencia.

– No conozco la cantidad exacta que eso representa -dijo Kendall.

– Verá, las leyes bancarias son bastante estrictas, y la legitimación puede llevar algún tiempo. ¿Por qué no vuelve aquí cuando el testamento haya sido legitimado, y yo tendré mucho gusto en…?

– Necesito el dinero ahora -dijo Kendall con desesperación. Tuvo ganas de gritar.

– Estimada señora, puede estar segura de que deseamos hacer todo lo posible por complacerla -levantó las manos con gesto de impotencia-, pero, tenemos las manos atadas hasta que…

Kendall se puso en pie.

– Gracias.

– No bien…

Pero ella ya se había ido.

Cuando Kendall regresó a la oficina, Nadine le dijo, muy excitada:

– Tengo que hablar con usted.

Kendall no estaba de humor para escuchar los problemas de su secretaria.

– ¿Qué ocurre? -preguntó.

– Mi marido me ha llamado hace algunos minutos. Su compañía se traslada a París, de modo que me marcho.

– ¿Te vas… a París?

Nadine estaba resplandeciente.

– ¡Sí! ¿No es maravilloso? Lamentaré dejarla. Pero no se preocupe, me mantendré en contacto con usted.

«De modo que era Nadine. Pero no tengo modo de probarlo. Primero, la estola de visón, y ahora, París. Con cinco millones de dólares puede permitirse el lujo de vivir en cualquier parte del mundo. ¿Cómo manejaré esto? Si le digo lo que sé, ella lo negará. Y quizá me pedirá más. Marc sabrá qué hacer.»

– Nadine…

En aquel momento, entró una de las asistentes de Kendall. -¡Kendall! Tengo que hablarte sobre la colección para bridge. No creo que tengamos suficientes diseños para… Kendall no podía soportar más.

– Perdóname, no me siento bien. Creo que me iré a casa. Su asistente la miró, sorprendida.

– ¡Pero estamos en pleno…!

– Lo siento…

Kendall se fue.

Cuando entró en el apartamento, lo encontró vacío. Marc trabajaba hasta tarde.

Kendall observó todos los objetos hermosos que había en la habitación y pensó: «No se detendrán hasta que me lo arrebaten todo. Me desangrarán. Marc tenía razón. Debería haber ido a la policía aquella noche. Ahora soy una asesina. Tengo que confesar. Enseguida, mientras tenga valor para hacerlo.»

Se sentó y se puso a pensar en lo que significaría para ella, para Marc y para su familia. Habría titulares siniestros en los medios de comunicación y un juicio, y probablemente la cárcel. Sería el fin de su carrera. «Pero yo no puedo seguir así -pensó-. Me volveré loca.»

Atontada, se puso en pie y se dirigió al estudio de Marc. Recordó que él guardaba su máquina de escribir en un estante del armario. La bajó y la puso sobre el escritorio. Colocó una hoja de papel y comenzó a escribir.

A quien corresponda:

Me llamo Kendall…