Steve cogió una pluma.
– Adelante, lo escucho.
– La policía cree que la panadería donde trabaja es en realidad una tapadera para la venta de drogas. -El teniente hizo una pausa y luego continuó-. Malkovich es probablemente el encargado de venderlas, pero es astuto y todavía no han podido probarle nada.
– ¿Alguna otra cosa? -preguntó Steve.
– La policía cree que la operación está vinculada con la mafia francesa que opera desde Marsella. Si me entero de algo más le llamaré.
– Gracias, teniente. Ha sido de gran ayuda.
Steve cortó la comunicación y se dirigió a la puerta de la oficina.
Cuando llegó a su casa, Steve llamó:
– ¿Julia?
No hubo respuesta. Comenzó a sentir pánico.
– ¡Julia! -«La han secuestrado o la han matado», pensó, y se alarmó muchísimo.
Julia apareció en la parte superior de la escalera. -¿Steve?
Él respiró hondo.
– Pensé que… -Estaba pálido.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí.
Julia bajó por la escalera.
– ¿Te ha ido bien en Chicago?
Él sacudió la cabeza.
– Me temo que no. -Le contó lo ocurrido-. El jueves se realizará la lectura del testamento, Julia. Y sólo faltan tres días. Quienquiera que esté detrás de esto tiene que librarse de ti antes o su plan no tendrá éxito.
Julia tragó saliva con fuerza.
– Entiendo. ¿Tienes alguna idea de quién puede ser? -En realidad… -En aquel momento sonó el timbre del teléfono-. Discúlpame. -Steve levantó el auricular-. Diga.
– Soy el doctor Tichner, de Florida. Lamento no haberlo llamado antes, pero estaba ausente de la ciudad.
– Doctor Tichner, gracias por contestar mi llamada. Nuestra firma representa los bienes de Stanford.
– ¿Qué puedo hacer por usted?
– Lo llamo con respecto a Woodrow Stanford. Tengo entendido que es paciente suyo.
– Así es.
– ¿Tiene un problema de drogadicción, doctor?
– Señor Sloane, no me está permitido hablar de mis pacientes.
– Lo entiendo. No se lo pregunto por pura curiosidad. Es muy importante que…
– Me temo que no puedo…
– Pero sí lo internó usted en la clínica del Grupo Harbor en Júpiter, ¿verdad?
Se hizo un largo silencio.
– Sí. Eso se lo puedo decir porque consta en los registros.
– Gracias, doctor. Era todo lo que necesitaba saber. Steve colgó y se quedó un momento en pie.
– ¡Es increíble!
– ¿Qué? -preguntó Julia.
– Siéntate…
Treinta minutos más tarde, Steve estaba en el coche y se dirigía a Rose Hill. Finalmente todas las piezas habían encajado en su sitio.
«Es un hombre brillante. Y casi lo consiguió. Y todavía podría funcionar si algo le sucediera a Julia», pensó Steve.
Una vez en Rose Hill, Clark le abrió la puerta.
– Buenas tardes, señor Sloane.
– Buenas tardes, Clark. ¿Se encuentra en casa el juez Stanford?
– Está en la biblioteca. Le diré que ha venido.
– Gracias -dijo Steve y vio que Clark se alejaba.
Un minuto después, el mayordomo regresó.
– El juez Stanford lo recibirá ahora.
– Gracias.
Steve se dirigió a la biblioteca.
Tyler se encontraba sentado frente a un tablero de ajedrez y estaba muy concentrado. Levantó la vista lentamente cuando
Steve entró.
– ¿Quería verme?
– Sí. He descubierto quién está detrás de todo esto.
Se hizo un breve silencio. Después, Tyler dijo, muy despacio:
– ¿De verdad?
– Sí. Me temo que será un golpe para usted. Es su hermano Woody.
Tyler miraba a Steve azorado.
– ¿Me está diciendo que Woody es responsable de lo que ha estado ocurriendo?
– Así es.
– Yo… no puedo creerlo.
– Tampoco podía yo, pero todo coincide. Hablé con su médico de Hobe Sound. ¿Sabía que su hermano es drogadicto?
– Bueno, lo sospechaba.
– Las drogas son caras. Woody no trabaja. Necesita dinero y es obvio que quería una tajada más grande de la herencia. Él fue quien contrató a la falsa Julia, pero cuando usted solicitó la prueba del ADN, tuvo miedo e hizo desaparecer el cuerpo de su padre; no podía permitir que realizaran la prueba. Eso fue lo que me dio la pista. Y sospecho que envió a alguien a la ciudad de Kansas para matar a la verdadera Julia. ¿Sabía que Peggy tiene un hermano relacionado con el mundo del narcotráfico? Mientras Julia siga con vida y haya dos Julias, su plan no tendrá éxito.
– ¿Está seguro de todo esto? -Absolutamente. Y hay otra cosa, juez.
– ¿Sí?
– Creo que Woody hizo asesinar a su padre. Es probable que el hermano de Peggy se haya ocupado de conseguir que alguien lo hiciera. Dicen que tiene conexiones con la mafia de Marsella. Es muy fácil que ellos pudieran pagar a un miembro de la tripulación para que liquidara a Harry Stanford. Esta noche vuelo a Italia para hablar con el capitán del barco.
Tyler lo escuchaba con atención. Cuando habló, le dijo con tono de aprobación:
– Es una buena idea. -«El capitán Vacarro no sabe nada.»
– Trataré de estar de vuelta el jueves para la lectura del testamento.
– ¿Y qué me dice de Julia? ¿Tiene la certeza de que está a salvo?
– Sí, claro -respondió Steve-. Se hospeda en un lugar donde nadie puede encontrarla. Está en mi casa.
Capítulo 33
«Los dioses están de mi parte.» Tyler no podía creer en su buena fortuna. Era un increíble golpe de suerte. Steve Sloane había puesto a Julia en sus manos.
«Hal Baker es un imbécil incompetente -pensó Tyler-. Esta vez, me ocuparé yo personalmente.»
Levantó la vista cuando Clark entró en la habitación. -Disculpe, juez Stanford. Tiene una llamada.
Era Keith Percy.
– ¿Tyler?
– Sí, Keith.
– Sólo quería ponerte al día en el asunto de Margo Posner.
– ¿Sí?
– El doctor Gifford acaba de llamarme. La mujer está loca. Se porta tan mal que han tenido que encerrarla en el pabellón de los violentos.
Tyler sintió un enorme alivio.
– Lamento que sea así.
– De todas formas, quería tranquilizarte y decirte que ya no ofrece peligro para ti ni para tu familia.
– Te lo agradezco -dijo Tyler. Y así era.
Tyler fue a su dormitorio y llamó por teléfono a Lee. Pasó bastante rato antes de que alguien contestara.
– Hola. – Tyler oyó voces en segundo plano-. ¿Lee? -¿Quién es?
– Soy Tyler.
– Ah, sí. Tyler.
Alcanzó a oír el entrechocar de copas.
– ¿Tienes una fiesta en tu casa, Lee?
– Ajá. ¿Quieres venir?
Tyler se preguntó quién asistiría a esa fiesta.
– Ojalá pudiera. Te llamo para decirte que te prepares para ese viaje del que hablamos.
Lee se echó a reír.
– ¿Te refieres al viaje a Saint Tropez en ese enorme yate blanco?
– Así es.
– Sí, claro. Puedo estar listo en cualquier momento -dijo con tono de burla.
– Lee, hablo en serio.
– Oh, vamos, Tyler. Los jueces no tienen yates. Ahora debo dejarte. Mis invitados me llaman.
– ¡Espera un momento! -dijo Tyler con desesperación-. ¿Sabes quién soy?
– Por supuesto, eres…
– Soy Tyler Stanford. Mi padre era Harry Stanford.
Hubo un momento de silencio.
– ¿Bromeas?
– No. En este momento estoy en Boston, arreglando todo lo referente a la herencia.
– ¡Dios mío! De modo que eres uno de «esos» Stanford. No lo sabía. Lo siento. He oído algo en los informativos, pero no presté demasiada atención. Nunca pensé que fueras tú.
– Está bien.
– Dijiste en serio que me llevarías a Saint Tropez, ¿verdad? -Desde luego que sí. Haremos muchas cosas juntos -dijo Tyler-. Eso, si tú quieres.
– ¡Por supuesto que quiero! -De pronto, la voz de Lee se llenó de entusiasmo-. Caramba, Tyler, es una noticia maravillosa…