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El teniente Kennedy fue el primero en poder hablar.

– ¡Por Dios! -dijo-. ¿Pueden creerlo?

– Fanfarronea -dijo Steve-, pero no podemos probarlo. Tyler tiene razón. Necesitamos pruebas. Pensé que se derrumbaría, pero lo subestimé.

El que habló ahora fue Simon Fitzgerald.

– Parece que nuestro pequeño plan tuvo el efecto contrario. Sin Dmitri Kaminsky o el testimonio de Margo Posner, sólo tenemos sospechas y conjeturas.

– ¿Y qué me dicen de la amenaza de matarme? -protestó Julia.

– Ya has oído lo que dijo -señaló Steve-. Que sólo trataba de asustarte porque estaba convencido de que eras una impostora.

– Juro que no sólo trataba de asustarme -dijo Julia-. Pensaba matarme.

– Ya lo sé. Pero no hay nada que podamos hacer. Estamos donde empezamos.

Fitzgerald frunció el entrecejo.

– Es peor que eso, Steve. Tyler hablaba en serio cuando dijo que pensaba llevamos ajuicio. Amenos que podamos probar nuestros cargos, estaremos metidos en un buen lío.

Cuando los otros se fueron, Julia dijo a Steve:

– Lamento tanto todo esto. En cierta forma, me siento responsable. Si yo no hubiera venido…

– No seas tonta -dijo Steve.

– Pero él dijo que iba a arruinarte. ¿Puede hacerlo? Steve se encogió de hombros.

– Eso está por verse.

Julia vaciló.

– Steve, quisiera ayudarte.

Él la miró, desconcertado.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, yo recibiré muchísimo dinero, y quisiera darte lo suficiente para que puedas…

Él le puso las manos sobre los hombros.

– Gracias. No puedo aceptar tu dinero. Me las arreglaré. -Pero…

– No te preocupes.

Ella se estremeció.

– Tyler es un hombre malvado.

– Y tú has sido muy valiente.

– Dijiste que no había manera de atraparlo, así que pensé que si lo enviabas aquí tal vez lograrías hacerlo.

– Pero parece que hemos sido nosotros los que hemos caído en la trampa, ¿verdad?

Aquella noche en la cama, Julia pensaba en Steve y se preguntaba cómo podía protegerlo. «Yo no debería haber venido. Pero si no hubiera venido, no lo habría conocido.»

En la habitación contigua, Steve pensaba en Julia. Le resultaba frustrante pensar que ella estaba acostada y que sólo una delgada pared los separaba. «¿Qué estoy diciendo? Esa pared tiene un espesor de mil millones de dólares.»

Tyler estaba alborozado. Mientras se dirigía a casa, pensaba en lo que acababa de ocurrir y en cómo había sido más listo que ellos. «Son pigmeos que tratan de derribar a un gigante», pensó, y no tenía idea de que esos mismos pensamientos los había tenido su padre.

Cuando Tyler llegó a Rose Hill, Clark lo recibió.

– Buenas noches, juez Tyler. Espero que se encuentre usted bien.

– Mejor que nunca, Clark. Mejor que nunca.

– ¿Puedo traerle algo?

– Sí. Creo que me gustaría una copa de champán. -Desde luego, señor

Era una celebración, la celebración de su victoria. «Mañana valdré dos mil millones de dólares.» Dijo la frase en voz alta una y otra vez:

– Dos mil millones de dólares… dos mil millones de dólares… -Decidió llamar a Lee.

Esta vez, Lee reconoció enseguida su voz.

– ¡Tyler! ¿Cómo estás? -Su tono era afectuoso.

– Muy bien, Lee.

– He estado esperando recibir noticias tuyas.

Tyler se estremeció.

– ¿Ah, sí? ¿No te gustaría venir a Boston mañana? -Por supuesto… pero, ¿para qué?

– Para la lectura del testamento. Voy a heredar dos mil millones de dólares.

– Dos mil… ¡Es fantástico!

– Quiero tenerte a mi lado. Elegiremos ese yate juntos.

– ¡Oh, Tyler! ¡Me parece maravilloso!

– ¿Vendrás, entonces?

– Desde luego que iré.

Lee colgó y se quedó repitiendo una y otra vez en voz alta: -Dos mil millones de dólares… dos mil millones de dólares…

Capítulo 34

El día anterior a la lectura del testamento, Kendall y Woody estaban sentados en la oficina de Steve.

– No entiendo por qué estamos aquí -dijo Woody-. Se supone que la lectura será mañana.

– Hay alguien que quiero que conozcan -les dijo Steve. -¿Quién?

– Su hermana.

Los dos se quedaron mirándolo.

– Ya la conocemos -dijo Kendal1.

Steve apretó una tecla del interfono.

– ¿Puede hacerla pasar, por favor?

Kendall y Woody se miraron intrigados.

La puerta se abrió y Julia Stanford entró en la oficina. Steve se puso en pie.

– Ésta es Julia, vuestra hermana.

– ¿De qué demonios habla? -saltó Woody-. ¿Qué trata de hacer?

– Permítanme que se lo explique -dijo Steve con mucha calma.

Habló durante quince minutos; cuando terminó, Woody dijo:

– ¡Tyler! ¡No puedo creerlo!

– Pues créalo.

– No lo entiendo. Las huellas digitales de la otra mujer probaron que era Julia -dijo Woody-. Yo todavía tengo la tarjeta con las huellas.

Steve sintió que el corazón le latía con más fuerza.

– ¿De veras?

– Sí. La guardé como una especie de broma.

– Quiero que me haga un favor -dijo Steve.

A las diez de la mañana siguiente, un numeroso grupo se encontraba en la sala de reuniones de Renquist, Renquist y Fitzgerald. Simon Fitzgerald ocupaba la cabecera de la mesa. En la sala estaban Kendall, Tyler, Woody, Steve y Julia y, además, varios desconocidos.

Fitzgerald les presentó a dos de ellos.

– Estos son William Parker y Patrick Evans. Pertenecen a los gabinetes jurídicos que representan las Empresas Stanford y han traído el informe financiero de la compañía. Primero hablaremos del testamento y luego ellos se harán cargo de la reunión.

– Empecemos de una vez -dijo Tyler con impaciencia. Estaba sentado lejos de los otros. «No sólo recibiré el dinero, sino que os pienso destruir, hijos de puta.»

Simon Fitzgerald asintió.

– Muy bien.

Frente a Fitzgerald había una gran carpeta con el rótulo Harry Stanford - Última voluntad y testamento.

– Les daré una copia del testamento a cada uno para que no sea necesario detenemos en todos los tecnicismos. Ya les había adelantado que todos los hijos de Harry Stanford heredarían una parte igual de sus bienes.

Julia miró a Steve con expresión pensativa.

«Me alegro por ella -pensó Steve-. Aunque eso la ponga lejos de mi alcance.»

Simon Fitzgerald prosiguió.

– Hay alrededor de una docena de legados, pero todos muy pequeños.

Tyler pensaba: «Lee estará aquí esta tarde. Quiero ir al aeropuerto a recibirlo.»

– Como les había dicho, las Empresas Stanford tienen un activo de aproximadamente cinco mil millones de dólares.

– Fitzgerald hizo una seña con la cabeza a William Parker-. Dejaré que el señor Parker continúe a partir de aquí.

William Parker abrió un maletín y colocó algunos papeles sobre la mesa.

– Como dijo el señor Fitzgerald, el activo es de cinco mil millones de dólares. Sin embargo… -Hubo una pausa significativa. Parker paseó la vista por los presentes-. Las Empresas Stanford tienen deudas que superan los quince mil millones de dólares.

Woody se puso en pie de un salto.

– ¿Qué demonios dice?

Tyler tenía la cara color ceniza.

– ¿Acaso se trata de una broma macabra?

– ¡Tiene que serlo! -exclamó Kendall con voz ronca. El señor Parker miró a otro de los hombres que había en la sala.

– El señor Leonard Redding pertenece a la Comisión de Valores de los Estados Unidos. Dejaré que él se lo explique.

Redding asintió.

– Durante los últimos dos años, Harry Stanford estuvo convencido de que las tasas de interés bajarían. En el pasado, había ganado millones apostando precisamente a eso. Cuando los intereses comenzaron a subir, pensó que volverían a bajar y siguió endeudándose con sus apuestas. Pidió préstamos muy importantes para comprar títulos a largo plazo. Pero los intereses subieron y los costos de sus préstamos pegaron un salto, al tiempo que el valor de los títulos caía. Los bancos aceptaban hacer negocios con él debido a su reputación y a su vasta fortuna, pero cuando Stanford trató de recuperarse de sus pérdidas invirtiendo en valores de alto riesgo, comenzaron a preocuparse. Stanford hizo una serie de inversiones desastrosas. Parte del dinero que tomó prestado estaba endeudado por los valores que había comprado con dinero prestado, como garantía de otros préstamos.