Tyler respiraba con dificultad y trataba de recuperar la compostura.
– Yo… ¡esto es absurdo!
El teniente Kennedy dijo:
– Debo detenerle, juez Stanford, por conspiración para cometer un homicidio. Prepararemos los papeles para que sea enviado a Chicago.
Tyler permaneció en pie, quieto, viendo cómo su mundo se derrumbaba.
– Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra en una corte de justicia. Tiene derecho a hablar con un abogado y hacer que esté presente cuando sea interrogado. Si no puede costearse un abogado, se le asignará uno que lo represente antes de interrogarlo, si así lo desea. ¿Ha entendido? -preguntó el teniente Kennedy.
– Sí. -Y, entonces, una sonrisa triunfal comenzó a iluminarle la cara. «Sé cómo derrotarlos», pensó, muy contento. -¿Está listo, juez?
Él asintió y dijo, muy sereno:
– Sí, estoy listo. Me gustaría regresar a Rose Hill para recoger mis cosas.
– Está bien. Estos dos policías lo acompañarán.
Tyler giró la cabeza para mirar a Julia; en sus ojos había tanto odio que ella se estremeció.
Treinta minutos más tarde, Tyler y los dos policías llegaron a Rose Hill. Entraron en el vestíbulo.
– Sólo tardaré unos minutos en recogerlo todo -dijo Tyler.
Lo vieron subir por la escalera a su dormitorio. Una vez allí, Tyler se acercó a la cómoda donde estaba el revólver y lo cargó.
El sonido del disparo pareció reverberar para siempre.
Capítulo 35
Woody y Kendall estaban sentados en el salón de Rose Hill. Media docena de hombres con bata blanca bajaban los cuadros de las paredes y comenzaban a desmantelar los muebles.
– Es el fin de una era -dijo Kendall con un suspiro.
– Es el comienzo -dijo Woody y sonrió-. ¡Ojalá pudiera ver la cara de Peggy cuando se entere de en qué consiste la mitad de la fortuna que le pertenece! -Acarició la mano de su hermana-. ¿Estás bien? Me refiero, con respecto a Marc.
Ella asintió.
– Ya se me pasará. De todos modos, voy a estar muy ocupada. Tengo una audiencia preliminar dentro de dos semanas. Después de eso, veremos qué ocurre.
– Estoy seguro de que todo saldrá bien, hermanita. -Se puso en pie-. Tengo que hacer una llamada muy importante -le dijo Woody. Quería contarle las novedades a Mimi Carson.
– Mimi -dijo Woody con tono de disculpa-. Me temo que tendré que retractarme del negocio que te propuse. Las cosas no han salido como esperaba.
– ¿Estás bien, Woody?
– Sí. Por aquí han ocurrido muchas cosas. Peggy y yo hemos terminado.
Se hizo una larga pausa.
– ¿Ah, sí? ¿Volverás a Hobe Sound?
– Francamente, no tengo idea de lo que haré.
– ¿Woody?
– ¿Sí?
Su voz era tierna.
– Regresa, por favor
Julia y Steve se encontraban en el patio.
– Lamento el giro que han tomado los acontecimientos -dijo Steve-. Quiero decir, que no vayas a recibir todo ese dinero.
Julia le sonrió.
– En realidad, no necesito cien cocineros.
– ¿No te decepciona que tu viaje hasta aquí haya sido en balde?
Ella lo miró.
– ¿Ha sido en balde, Steve?
Ninguno supo quién tomó la iniciativa, pero lo cierto es que de repente ella estaba en brazos de Steve, él la estrechaba con fuerza contra su pecho y los dos se besaban.
– He querido hacer esto desde la primera vez que te vi.
Julia sacudió la cabeza.
– ¡La primera vez que me viste me dijiste que me fuera de la ciudad!
Julia pensó en las palabras de Sally: «¿No sabes si él se te declaró?»
– ¿Debo tomar esto como una declaración? -preguntó. Él la estrechó con más fuerza.
– Ya lo creo que sí. ¿Te casarás conmigo?
– ¡Sí!
Kendall salió al patio. Tenía un papel en la mano.
– Yo… acabo de recibir esto por correo.
Steve la miró, preocupado.
– No será otro anónimo, ¿verdad?
– No. ¡He ganado el Premio Coty!
Woody, Kendall, Julia y Steve estaban sentados alrededor de la mesa del comedor. Una serie de obreros cogían sillas y sillones y se los llevaban.
Steve miró a Woody.
– ¿Qué harás ahora?
– Volveré a Hobe Sound. Primero consultaré al doctor Tichner. Después, un amigo me ha ofrecido sus ponis de polo para que los monte.
Kendall miró a Julia.
– ¿Piensas volver a Kansas?
«Cuando era pequeña -pensó Julia-, deseaba que alguien me sacara de Kansas y me llevara a un lugar mágico donde pudiera encontrar a mi príncipe azul.» Cogió la mano de Steve.
– No -respondió-. No volveré a Kansas.
Vieron que dos obreros bajaban el gran retrato de Harry Stanford.
En aquel momento, Clark entró en el comedor con una expresión acongojada en el rostro.
– Disculpen. Acaba de llegar una persona que dice que es Julia Stanford.
Sidney Sheldon