En la academia, Yunhe demuestra ser una estudiante apasionada. Tiene la camisa constantemente empapada de sudor, y las rodillas y los codos magullados de practicar las artes marciales. Durante la clase de canto pasa horas estudiando un aria y no se rinde hasta interpretarla a la perfección. Los profesores están satisfechos con las grandes metas que se ha propuesto y la adoran. Después de clase se oyen sus carcajadas. Son como campanadas. Los estudiantes la encuentran sumamente agradable. Son incapaces de apartar los ojos de ella. Hay algo en ella increíblemente irresistible. Algo que llama la atención y causa una honda impresión.
A la joven no sólo le encanta el teatro, también actúa en su vida diaria. Actuar se convierte en su principal interés, luego se agranda hasta convertirse en una necesidad, una obsesión, una adicción. Al final toda su existencia se basa en él, en su fantasía; tiene que sentirse dramática, tiene que representar un papel o se siente inquieta, tensa y enferma. No se recobra hasta que se asigna a sí misma otro papel.
Es medianoche. Dicen que el templo de Confucio es visitado por los fantasmas abandonados. Los fantasmas que desobedecieron la tradición en el tiempo en que respiraban y han sido castigados. Ningún templo los acogerá. Dicen que si la larga hierba se mece en el desierto cementerio al caer la noche, de las esquinas de los aleros caerán ladrillos. Las estatuas de Confucio y sus setenta y dos discípulos cobrarán vida. Sermonearán a los fantasmas y les ayudarán a encontrar el camino de vuelta. La estatua de Confucio es la figura más alta, situada en el fondo del templo. Está cubierta de una gruesa capa de polvo y telarañas, de los pies a la cabeza, envuelta en un pañuelo.
A los chicos de la academia de ópera les asusta entrar en el templo por la noche. Una noche ofrecen un premio al que se atreva a entrar en él después de medianoche para coger el pañuelo de la cabeza de Confucio.
En toda la semana nadie responde al desafío. Hasta la quinta noche, en que alguien se hace con el pañuelo.
Para sorpresa de todos, es Yunhe.
Con sus dos delgadas coletas y una traviesa sonrisa en la cara, la joven sonríe hacia el público que la aplaude.
La joven tiene el presentimiento de que el señor Zhao y su mujer la favorecerán. Presentándole a alguien o brindándole una oportunidad. Confía en su instinto. Más adelante, en muchas ocasiones, hace lo mismo.
Sigue adelante con su profesión. Estudia Qingyi, un personaje femenino trágico, y obtiene el papel gracias a su belleza. Se espera que sus movimientos estén llenos de elegancia.
Ya tiene rivales. Yunhe se da cuenta de que hay que pelearse para tener oportunidades. Hay un papel en una nueva obra de un dramaturgo de Shanghai muy conocido, el señor Tien Han. Se titula Un incidente en el lago. Yunhe participa en la audición, pero no tiene suerte. Se lleva el papel su compañera de habitación, una joven de pelo fino cuyo hermano es instructor de la academia.
Yunhe se siente deprimida durante el estreno de la ópera. Se muere de envidia. Lleva escrito en la cara su malestar. Durante la representación se olvida de su papeclass="underline" trepar a un árbol. Se siente atormentada por dentro. Cree que ella es mucho mejor actriz.
Siempre hay unas manos perversas tratando de vendarme los pies, dirá la señora Mao.
Aun cuando los vientos me sacuden desde todas direcciones, nunca pierdo la esperanza. Ésa es mi mayor virtud. Alguien ha dicho que despunté por casualidad. No fue una casualidad. Me lo busqué yo. Lloviera o nevara, nunca falté a una función. Siempre estaba allí y siempre disponible. Nunca llegué tarde ni puse una excusa para retirarme pronto. No perdí tiempo chismorreando o tejiendo jerséis junto al telón. Observaba a la primera actriz.
Sí, me aburría hasta decir basta, pero me obligué a quedarme. Memoricé cada aria y cada palabra del personaje. No es que sea tan sabia que pueda predecir qué va a pasar a continuación. Sólo sé que uno ha de estar en la orilla del río si quiere que lo recoja un bote.
La primera actriz tiene gripe. Aun enferma como está, se niega a dejar la función. Durante días se arrastra a lo largo de ésta. Es lunes por la tarde y está lloviendo. La actriz está al borde del colapso. Después de atisbar a través del telón al reducido público, pide la noche libre. El director de escena se pone furioso por la poca antelación con que le avisa. La actriz para un rickshaw y se marcha del teatro. Son las siete. En quince minutos se levantará el telón. En la sala de maquillaje el director de escena se pasea en círculos como un perro persiguiéndose la cola. Cuando suena el timbre del telón, da un puñetazo al espejo.
En el espejo roto aparece la cara de Yunhe. Totalmente maquillada y vestida para el papel.
Estoy preparada para salir a escena, dice. Me he estado preparando. Por favor, señor, déme una oportunidad.
«Vuestro rostro pálido rechaza los polvos», el director recita un aria de la mitad de la obra.
«El bermellón aún debe aprender de vuestros labios.» Yunhe abre la boca y sale un torrente de voz. «Carne de nieve, huesos de jade, soñad vuestros sueños, no hay otra igual, no estáis hecha para este mundo.»
Cuando se levanta el telón estoy en mi papel. ¡Oh, qué maravillosamente me siento! Tengo las mejillas encendidas y me muevo por el escenario con desenvoltura. He nacido para esto. Fluyo, me dejo llevar por el espíritu del personaje. He conquistado al público. Cuando mi personaje está a punto de poner fin a su vida por amor, se oye un grito. ¡Llévame contigo!, oigo. ¡Llévame contigo! El resto del público se une a él. Y de pronto llega el sollozo, del teatro entero. Como una marea asombrosa. Ola tras ola. Se eleva hasta el cielo. Enorme, rodeándome las orejas.
La función es un éxito. Resulta ser la mejor oportunidad que podría haber esperado, ya que entre el público se encuentran el señor Zhao Taimo y un grupo de críticos que éste ha invitado para que escriban sobre la obra. No ha llamado con antelación para reservar entradas porque sabía que la función se había retrasado y no iba a haber problema de asientos.
Yunhe rompe a llorar de modo incontrolable. La heroína acaba venciendo y ganándose el afecto. Pero no llora por su personaje. Sino por ella, por su victoria, porque ha eclipsado a su rival y ya no pueden seguir dejándola de lado. Porque por sus propios méritos hizo que lo mismo le sucediera a ella.
Entre bastidores, mientras la ayudan a desmaquillarse y quitarse el vestido, vuelve a desmoronarse. El llanto llega tan de repente y tan incontenible que abre la puerta y se va.
Corre el año 1930. Justo después de su primera aparición en escena, cierran el teatro. Y poco después la compañía y la academia. Se debe a la falta de fondos y a la inestabilidad política. Incapaz de pagar sus deudas, China se somete a una más profunda y mayor penetración extranjera. Las luchas internas entre señores de la guerra han agotado a los campesinos y meses de sequía han asolado el campo. Para cuando ella decide hacer las maletas, ya se han ido todos los demás. Es como un bosque en llamas, todos los animales corren para salvarse.
La joven no tiene dinero para huir y no quiere volver a casa de sus abuelos. Su madre nunca se ha puesto en contacto con ella. No se permite echarla de menos, y menos en esa clase de momentos en que necesita un lugar a donde ir y una cara conocida a la que acudir. Se desprecia cuando se siente débil e impotente. Acalla la vocecilla infantil que pide socorro a gritos en su interior, la acalla como si fuera su peor enemigo. No para hasta que la lastimera voz se convierte en un gran bloque de hierro. Un bloque que nunca se derrite.