La señora de la mansión, Shang-guan Yun-zhu, lleva desde esta mañana tratando de ponerse en contacto con su amante Mao. Quiere decirle que ha estado leyendo poemas sobre el Gran Vacío. Está cansada de su papel de querida y harta de la interminable espera. Quiere decirle que echa de menos actuar. Ha estado viendo películas producidas por el Estudio de Cine de Shanghai y ha reconocido papeles que fueron creados en un principio para ella. Quiere hablarle de las llamadas amenazadoras que ha recibido de los agentes de Jiang Qing pidiéndole que empiece a «contar sus días». Pero no puede contactar con Mao; le han desconectado el teléfono y sus criadas han desaparecido.
Sobre la mente de Shang-guan se proyectan sombras. Presiente cómo va a acabar. Imagina las carcajadas de la señora Mao, Jiang Qing, mientras recita un verso del siglo XIII.
Las jóvenes que cogen flores han desaparecido.
De pronto
a visitar los lugares de interés me siento poco inclinada.
Trotamundos como soy,
corro por todos los paisajes.
La aflicción me priva del placer que puedo hallar.
El año pasado
las golondrinas se fueron volando más allá del horizonte.
¿Quién diablos sabe en casa de quién están este año?
Deteneos, ¿queréis?,
para escuchar la lluvia por la noche en la tercera luna.
Porque no puede impedir que de pronto aparezcan flores.
Ha llegado el momento, murmura cerrando despacio el libro.
Están haciendo el amor. Mao está sentado en un sofá y Shang-guan Yun-zhu en su regazo. Él está viendo las fotografías de sus películas, de los papeles que ha interpretado. Eres una joya.
Ella sonríe y se inclina. Lleva pendientes de jazmín fresco.
Él la sujeta y empieza a desvestirla.
Ella lo recorre y siente su amor por él.
No estés triste, haré que algún día funcione.
Ella hace un gesto de negación. Tengo miedo.
¡Oh, cielos! ¡Cuánto te echo de menos! ¡Ten compasión! Vamos. Oh, belleza, tienes el corazón de piedra.
Cuanto más la acaricia él, más triste se siente ella. ¿Qué hay del mañana? Sin embargo no se atreve a preguntar. Lo ha preguntado antes y eso lo ha alejado de ella.
Shang-guan se sintió halagada pero también preocupada cuando Mao fue tras ella por primera vez. Al principio se negó a ser infiel a su marido, el señor Woo, un humilde subdirector del Estudio de Cine de Shanghai. Pero eso no detuvo a Mao. Kang Sheng no tardó en resolver el problema. El señor Woo cedió a su esposa. El siguiente problema fue la señora Mao, Jiang Qing. Shang-guan Yun-zhu no era capaz de superar su miedo, misión que Mao volvió a asignar a Kang Sheng. Éste mantuvo oculta a Shang-guan Yun-zhu hasta que se enteró de que Mao y Jiang Qing habían vuelto a unirse; a Mao no le importó sacrificar a Shang-guan para complacer a Jiang Qing.
No es que Shang-guan careciera de perspectiva. Entró muy joven en el mundo del espectáculo y aprendió cómo funcionaba. Sabía lo que se hacía. Contaba treinta y cinco años cuando conoció a Mao. Tenía sus propios planes. Su carrera de actriz de cine había tocado techo y buscaba una alternativa. Empezó a frecuentar a Mao cuando Kang Sheng le convenció de que Jiang Qing había caído en desgracia y no era la esposa adecuada para un político. El análisis de Kang Sheng fue concienzudo e inspirador. La idea de convertirse en la señora Mao hizo que Shang-guan Yun-zhu abandonara a su marido y su carrera.
Se marchó de Shanghai y entró en el palacio de Mao, y se puso el disfraz de la señora Xiang-fei. Sin embargo no tardó en descubrir que ella no era la única.
Cuando quiso salir, los detectives de Kang Sheng estaban en todas partes. Se trata de un asunto nacional, la advirtió él. Debemos protegerte las veinticuatro horas del día. No tienes motivos para estar aburrida. Estar a la disposición del presidente debería ser la única meta en tu vida.
¡Pero Mao no se ha dejado ver en mucho tiempo! Ha perdido interés en mí y se ha alejado, ¿no lo ves?
Es tu deber esperar, continuó la voz gélida.
Ella esperó durante el largo invierno y el verano. Mao nunca vino. Cuando empezó la Revolución Cultural, Shang-guan Yun-zhu vio la foto de Mao y Jiang Qing juntos en la puerta de la Paz Celestial y supo que estaba sentenciada.
Los pensamientos de Shang-guan se detienen. Sonríe cansinamente frente a un gran espejo. Su residencia ha permanecido silenciosa esta mañana. Es una mansión aislada situada en verdes prados. Un barrio en las afueras de Pekín. Hace dos noches se fueron sus guardias y llegó un nuevo pelotón de hombres.
El día de mañana ya ha empezado a discurrir, murmura. Mañana se terminarán todos mis problemas. Atraparán por fin el pájaro de mi imaginación.
Shang-guan se sienta y empieza a escribir una carta a su marido. Le guarda rencor por haber renunciado a ella. Aunque comprendo que te presionaron y no tenías otra salida, no te perdono. Mi vida es tan odiosa que creo que es mejor ponerle fin. Pero luego se da cuenta de que no está siendo sincera. No se casó con el señor Woo por amor. Fue ella quien se sintió atraída por la idea de convertirse en la señora Mao.
Rompe la carta.
Shang-guan se levanta y sale al jardín para cerrar la verja. Camina a paso rápido y contiene la respiración como para no oler la primavera. Con las prisas arranca las plantas en flor que se encuentra por el camino. Su traje se lleva consigo los pétalos. Vuelve a su dormitorio y cierra la puerta tras de sí. Mira alrededor. Las dos ventanas orientadas al este se hallan situadas simétricamente, como unos ojos gigantes sin globos oculares. Las cortinas de color gris oscuro enrolladas encima parecen dos pobladas cejas. Entre las ventanas hay un armario de madera de secoya que llega hasta el techo. El suelo está cubierto de una alfombra de color fideo. La habitación le hace pensar en la cara de Mao.
Shang-guan se pasea por ella con elegancia. Se conduce como si estuviera delante de una cámara. Recuerda lo relajada que se sentía aun con los movimientos más difíciles de la cámara. Nunca le incomodaron las sofisticadas exigencias técnicas. Era muy intuitiva y siempre salía a escena en el momento justo. Los directores de escena e iluminación la adoraban. Estaba a la altura de las expectativas del público y de la crítica. Los críticos dijeron que era su confianza en sí misma lo que hacía que su glamourosa y contenida actuación conmoviera los corazones.
Siente el peso de sus pestañas postizas. Se ha aplicado una gruesa capa de cremas y polvos. Ensaya la escena en el espejo. Con la barbilla levantada adopta una expresión distante. Siente e| aliento de la muerte en las mejillas mientras se pinta por última vez los labios. A continuación saca una sábana blanca y cubre con ella el espejo. Se detiene delante del armario. Abre las puertas e introduce una mano. Abre un cajón y saca un tazón de cerámica azul añil. El bol está cubierto de papel de cera marrón, y alrededor del borde hay atado un cordel amarillo. Lo desata y levanta la tapa. Dentro hay una caja de somníferos.
Con cuidado aprieta el borde del papel de cera y lo dobla en forma de rombo. Vuelve a apretarlo antes de tirarlo a la papelera de debajo de la mesa. Va a la cocina con el tazón. Coge del armario un vaso y una botella medio llena de Shaoju, y mezcla el licor con los comprimidos. Revuelve y tritura, tomándoselo con calma. Luego vuelve al dormitorio y hace de nuevo la cama. Estira la sábana hasta que desaparecen todas las arrugas. De debajo de la cama saca una maleta negra en la que guarda una colección de vestidos y unos zapatos. Se cambia la blusa por un vestido de color melocotón, regalo de Mao. Luego cambia de opinión. Se quita el vestido y lo sustituye por una prenda de color azul marino que compró a una monja cerca de las montañas de Tai. Se cambia las zapatillas por las sandalias de algodón negro. Guarda el vestido y las zapatillas en la maleta, y vuelve a esconderla debajo de la cama.