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A continuación se bebe la pócima de un trago. Sin vacilar. Se lava las manos y se enjuaga la boca. Luego se acuesta en la cama y estira los miembros.

Su mente empieza a vaciarse. La gente que conocía aparece enfocada para a continuación desvanecerse como el humo, entre ellos Mao Zedong y Jiang Qing. Siente que el destino por fin la deja ir. Corre hacia los confines inexplorados de la tierra donde la paz la recibe con los brazos abiertos. Conforme llega el dolor y su respiración se debilita, susurra una frase que le gustaba especialmente cuando hacía el papel de la señora Taimon.

«¿Es posible rescatar una rama de jazmín de una tetera?»

21

Intentar no ser menos que Mao me ha dejado exhausta, aunque las reglas del juego se han simplificado. La lucha por tomar la delantera se ha reducido a tres equipos. El primer ministro Chu, el mariscal Lin Piao y yo nos hemos convertido en los únicos rivales. En abril de 1968 mi estrategia es aliarme con Lin y aislar a Chu.

No es que disfrute con el juego de matar. De haber podido escoger habría decidido quedarme con Yu y pasar el tiempo en estudios de cine y teatros. Pero mis adversarios están al acecho para liquidarme. Huelo a sangre en el aire de Pekín.

Ella trata de desmantelar el sistema del primer ministro Chu. Su principal objetivo es sustituir el Departamento de Seguridad Nacional de Chu dirigido por los viejos camaradas, por el suyo propio. Mao tiene aquí un papel delicado. Alienta y apoya a ambos bandos. Cree que sólo cuando los señores de la guerra se vean enzarzados en continuas luchas internas, el emperador alcanzará la paz y el control.

Con la silenciosa autorización de Mao, ella se alía con Lin Piao y entre los dos paralizan por fin el Departamento de Seguridad Nacional de Chu. Satisfecho, Mao pregunta a Jiang Qing si puede desarticular los veintinueve estados restantes. Ella acepta el reto, emocionada. Aunque el primer ministro Chu intenta desviar su acción de todas las formas posibles, ella se muestra agresiva y enérgica.

Aquí empieza oficialmente la tragedia de su vida. Cegada por la pasión, sigue adelante sin darse cuenta de que ya se han puesto de acuerdo en eliminar su papel. Nunca ha perdido del todo la esperanza de recuperar algún día el amor de Mao. Por ello se niega a ver la realidad, se resiste a creer que Mao acabará sacrificándola.

Cuando el ejército de la señora Mao se vuelve demasiado grande y demasiado fuerte, Mao recurre al primer ministro y a los viejos camaradas. En julio da permiso a Chu para que publique dentro del Partido las cifras de los fallecidos en las luchas entre facciones de la Guardia Roja. «Ha llegado el momento de dar una paliza a los perros salvajes antes de que se conviertan en una amenaza para la nación.» Siguen las medidas de Chu para restaurar el orden.

Me han tenido a oscuras. Y no alcanzo a comprender por qué Mao no está contento conmigo. No hablará conmigo aunque he tratado de ponerme en contacto con él. ¿Está detrás el primer ministro Chu? A veces Mao es tan inseguro que ve una tormenta en una brisa. Y las palabras de Chu han hecho mella en él. La última vez que lo vi me dijo un proverbio: «Cuanto más alto es el árbol, más larga es su sombra». Ahora lamento no haberle hecho caso. Espero que sea sólo su histeria. Una vez su mente siga su curso volverá a su cauce.

Para aislarme, Mao rompe mi relación con el mariscal Lin. Ordena a éste que se lleve consigo el ejército para «despejar el caos dejado por la Guardia Roja de Jiang Qing».

Me siento abatida. Escribo al instante una carta a Mao en la que declaro que no he hecho sino seguir sus instrucciones.

Mao no responde. Es su verdadero yo el que actúa. No reconoce sentimientos ni recuerdos. Se deja llevar por el miedo.

Una vez más me traicionan y me maldicen. Estoy estupefacta, pero no tengo a quien suplicar.

Mao disuelve mi gabinete. Despide a mi gente. Me arranca los miembros. Una migración nacional de jóvenes. Doscientos millones de guardias rojos son inducidos a ir al campo con la misión de «esparcir la semilla de la revolución por toda China». Y sin embargo no se me permite decir una palabra. Su objetivo es hacerme ver lo mal construido que está mi poder. No hay cimientos. No soy distinta de Liu. Eso me asusta mucho. Me da miedo pensar en mi futuro. Si pueden despojarme así mientras Mao vive, ¿qué será de mí cuando muera?

Pero no, no puedo bajarme del tigre. Se trata de comer o que me coman.

Lin Piao ve su oportunidad para suceder tanto al primer ministro Chu como a mí. Sigue corriendo. En el IX congreso del Partido Mao declara oficialmente a Lin Piao como su sucesor.

Creedme, la historia está llena de embustes. El drama de la vida real supera la imaginación de cualquier dramaturgo. El mariscal Lin no cree que su salud aguante. Teme que Mao cambie de opinión y decida actuar, de modo que planea un golpe de Estado. Mientras envía a Mao langostas vivas, manda a su hijo a bombardear el tren de Mao. Bueno, pues no hay mejor hechicero que Mao; dos trenes de seguridad de cuatro vagones cada uno van por delante de él. Lin no tiene suerte en alcanzarlo.

Ella está sentada al lado de Mao, frente a Lin Piao y Ye Qiun. Al otro lado de la mesa están el primer ministro Chu y su esposa Deng Yin-chao. No se da cuenta de qué está ocurriendo hasta la mañana siguiente. En la mesa no observa nada raro. Mao empieza la ceremonia abriendo una botella de vino imperial sellada hace cuatrocientos años en su jarra de porcelana original de la dinastía Ming. Luego enciende incienso. Celebremos el festival de la Luna.

La cena es elaborada. Pepinos de mar y otras exquisiteces de la tierra y el mar cazadas o pescadas. Mao utiliza sus palillos para llenar el plato de Lin de tendones de tigre cazado hace una semana en Manchuria. Reina un ambiente agradable. Ella no es consciente de que su marido está protagonizando en directo una ópera. Se ha puesto sentimental. Mao le ha dicho a través de su secretaria que debe retirarse exactamente a las diez treinta. Le parece un insulto, pero de todos modos acude a la cena. Durante la comida, los patios, flores y árboles de bambú le parten el corazón. Allí vivía con Mao. El alcohol hace que cobren vida las estatuas de animales de las mesas de piedra y las antiguas fuentes. Se vuelve hacia el otro lado. El pequeño huerto es la imagen misma de la cosecha. Las judías son verdes y los pimientos rojos. De nuevo evoca su vida en Yenan.

Los comensales van vestidos de manera informal excepto Mao, a quien esta noche le ha dado por ir de etiqueta, con una chaqueta almidonada y abotonada hasta la barbilla. Después de brindar se vuelve hacia Lin. ¿Qué tal el ejército? Invencible.

Has hecho un buen trabajo en Wuhan.

No tiene ningún secreto aplastar a los rebeldes.

Bajo tu mando el Ejército Popular de Liberación se ha convertido en un modelo para el pueblo, interviene el primer ministro Chu.

Lin ha estado trabajando demasiado, comenta la mujer de Lin. El médico le ha pedido que guarde cama. Pero todos sabemos cómo lo deja todo en cuanto oye la llamada del presidente. Respira por usted, presidente.

Muy amable, muy amable. Mao sirve dos costillas de cerdo fritas en el plato de Lin y se sirve más vino. Ye Qiun, debes cuidar a tu marido. Sólo le tengo a él; tendrá que hacerse cargo de todo cuando me vaya.

El primer ministro Chu no parece tener apetito, pero trata de comer para complacer al anfitrión. Su mujer coge con cuidado la aceitosa piel de pescado del plato de su marido y deja en su lugar verduras verdes. De vez en cuando mira con preocupación a su marido. Éste come despacio y presta mucha atención a Mao.

Y bien, ¿qué has estado haciendo, primer ministro?

Chu se limpia la boca y responde que acaba de volver de las tres provincias septentrionales. Fui para echar un vistazo a los guardias rojos que enviamos allí hace un año.