Empezamos a citarnos. Damos largos paseos por el campus al atardecer. El campus era en un principio una base militar alemana. La biblioteca se construyó en mitad de una colina, mirando al mar. El tejado es de cristal rojo y las ventanas tienen delicados marcos de madera. La vista desde la colina es asombrosa. Otro de nuestros lugares favoritos es el puerto de Qingdao. Su belleza está en la combinación de arquitectura tradicional y moderna. En el extremo de la larga playa hay un pabellón que, cuando se pone el sol, te transporta al escenario del poema del poeta de la antigüedad Ci Yin, En la despedida. A veces recitamos los versos juntos.
Cada mañana, cuando el mar despierta la ciudad, la joven Yunhe y el joven Yu Qiwei aparecen juntos en la playa. Flota el débil olor a pescado podrido y agua salada. El pelo de Yunhe agitado por el viento acaricia la mejilla de Yu Qiwei. Regresan allí por la noche, para contemplar la luna. Para contemplar cómo el océano se pone su traje de noche plateado y baila. A lo lejos se ven las parpadeantes luces de los barcos que pasan de largo. La noche se extiende infinita ante ellos.
Al principio la conversación gira en torno a libros prohibidos y obras como Casa de muñecas o El sueño en el pabellón rojo, el futuro de la nación, la inevitable invasión extranjera, la libertad, el socialismo, el comunismo y el feminismo. Ella lo escucha y nota cómo va enamorándose poco a poco de él. No le habla del señor Fei, de su ex marido. Pero en un par de ocasiones hace comentarios extraños: La verdadera pobreza es no tener opción en la vida. No tener más remedio que casarte, por ejemplo. No tener más remedio que convertirte en prostituta o concubina, vender tu cuerpo. Lo dice llorando.
Yu Qiwei la atrae hacia sí y la abraza. Se da cuenta de que se está volviendo inseparable de ella. De la joven de Jinan. La de los brillantes ojos almendrados. Siente dentro de él la dulce conmoción. De pronto se separa de ella y corre hacia las olas nocturnas. Se mete en el agua, nada y agita los brazos. A la blanca luz de la luna, el agua plateada cae de las puntas de sus dedos.
Ella lo observa, enjuagándose las lágrimas alegremente.
Gracias a él aprende a sentirse a gusto consigo misma. Aprende que puede fiarse de sí misma, que su opinión cuenta. Ya no está nerviosa. Yu Qiwei la hace sentir feliz, satisfecha, inspirada. Van en serio en sus relaciones. Ella es todas las mujeres. Cada noche cambia. Le encanta actuar. Anoche era Nora y esta noche es lady Yuji. Ella lo hace con autenticidad y sin esfuerzo. Le gusta la idea de que él sea popular entre las mujeres. Le da la oportunidad de demostrar su valía, de demostrar que es imposible que una gallina eclipse a un pavo real. En los brazos de él se da cuenta de que es capaz de representar cualquier papel.
Ella lo considera un héroe de la época. Le estimula pensar que sustenta a un hombre poderoso, que ella es por tanto la fuente del poder, fuerte y digna. Cada noche, cuando se abre, se siente de este modo. Le gusta ver cómo él la desea, cómo se siente desvalido sin ella. Le gusta prolongar el dulce tormento, hacer que la desee hasta el punto de suplicar y llorar. A veces está callada de principio a fin. El único ruido en la habitación es el de sus respiraciones agitadas que evoca un mar lejano, el océano, el agua que compone la tierra.
Adoro a Yu Qiwei. Es a la vez osado y tímido. Es una figura pública respetada, un hombre sabio, casi como un padre, y sin embargo conmigo se comporta como un muchacho en una tienda de caramelos. Me encanta cuando me desea dormido, lo que a menudo es el caso. Llega tarde a casa. Lo han ascendido a secretario provincial del Partido y sus reuniones tienen lugar de noche, en la clandestinidad. Cada noche lo espero.
Estamos a finales de otoño de 1931. Por Yu Qiwei me entero de que se ha intensificado la invasión japonesa. Las tres provincias al norte de China se hallan ocupadas. Los obreros y estudiantes organizan manifestaciones. Día y noche mi amante está allí para apelar a la conciencia del público. Decidimos casarnos. No hay tiempo para celebrar la boda. Tenemos cosas más importantes que hacer. Como mudarnos al pequeño piso de dos habitaciones donde nos instalamos. Anunciamos nuestra unión a nuestros amigos y parientes. De hecho me han respetado como esposa de Yu Qiwei desde que empezamos a salir juntos. Todo el mundo opina que hacemos muy buena pareja.
Me ofrezco voluntaria para trabajar para el grupo comunista bajo el liderazgo de Yu Qiwei. Éste ha convencido a sus amigos del teatro de que conviene sacar partido de mi talento. Me convierto en la primera actriz de una pequeña compañía de izquierdas. Ayudo a montar obras antijaponesas y llevarlas a las calles. La primera se llama Soltad el látigo. Hago el papel de una joven que planta cara por fin a un padre que la maltrata. Tengo la sensación de estar representando mi vida. Hago lo que no pude hacer en mi casa. Yu Qiwei es mi admirador más fiel. Siempre me alegra ver su cara entre el público. Me abraza y me besa mientras felicita a los demás actores. Hace gritar al público: «¡Abajo los invasores japoneses!».
Formo parte de mi amante, de su trabajo, del futuro de China.
En su cama, soy dócil y mansa. Él está exhausto. Se queda dormido en cuanto su cabeza cae sobre la almohada. Hace días que no duerme. Me levanto y cocino fideos con verduras. Sé que querrá comer cuando se despierte. Come mucho. Tres tazones. Me da risa pensar en cómo come. Se disculpa por sus modales pero sigue comiendo. Dice bromeando que es un pozo sin fondo.
Sentada en el suelo con las piernas cruzadas, lo observo dormir. Su atractiva cara de muchacho. A veces babea. Está tan cansado que duerme con abrigo, no ha tenido fuerzas de quitárselo. No voy a despertarlo. Le quito los zapatos, despacio y con cuidado. Pasa un camión por la calle y temo que lo despierte. Pero no, sigue durmiendo.
Me acuesto a su lado y me quedo dormida. De vez en cuando el ruido de fuera me despierta. Tengo la sensación de que llevo tanto tiempo sin verlo que ya lo echo de menos. Tengo miedo de que se despierte y me diga que tiene que seguir su camino.
Le quito el abrigo, la camisa y los pantalones. Lo empujo hacia el lado de la pared. No se despierta. Tal vez sabe que sólo soy yo y sabe lo que voy a hacer.
Le ha dicho que le encanta, le encanta lo que hace mientras duerme. Dice que ella siempre adivina cuándo tiene un sueño erótico. Está demasiado ocupado para dar de comer a su cuerpo, y el deseo llega mientras duerme. Ella sabe exactamente cuándo la necesita.
Suele empezar con una pequeña toalla. Porque él está cubierto de polvo y sudor. Le frota con la toalla. Unas pocas pasadas y la toalla queda marrón. Ella se vuelve y la deja caer en agua caliente. A veces él se da la vuelta medio dormido, como para ayudarla. Un hedonista innato, suele describirse a sí mismo. Tiene que ver con la familia de la que viene, burguesa y malcriada. ¿Qué lo convierte en un revolucionario? Ella no tiene ni idea. Hay personas así en el Partido Comunista. ¿Por qué arriesgan la vida? No para comer, eso es seguro. ¿Por el poder? ¿O sencillamente siguen el instinto de ser más importantes que los demás?
El cuerpo suave, la piel dorada. Es un dios desnudo que no conoce la vergüenza. No puedo evitarlo y me tiendo encima de él. Lo pruebo al lado de los platos que preparo para él, junto a su ropa sucia. Me desabrocho la blusa. Siento el impulso de darle de comer.
Él abre la boca como un niño. Sonríe con dulzura. Lo acaricio mientras me quito la ropa interior. En ese momento siento que se acercan sus manos.
En su deseo oigo el silbido de una tormenta que hace que un río se desborde.