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Oh, cuidando de los muchachos. Mao se echa a reír y asiente. ¿Y qué tal están? He estado preguntándomelo. ¿Se han adaptado bien a la situación y han sido productivos? Supongo que conducen los tractores mejor que los campesinos. Son cultos y saben leer las instrucciones, ¿no? Espero que nos den una gran cosecha. Ha sido un buen año en lo que se refiere al tiempo.

Bueno, el panorama no es tan bueno, responde el primer ministro Chu. Los jóvenes no se llevan bien con los lugareños. No tienen mucha idea de la importancia de coger a tiempo las estaciones. Creían que las máquinas podían hacerlo todo en cualquier momento. Pero era la estación lluviosa. Cientos de tractores entraron en el campo y se quedaron atascados, como ranas con las patas cortadas.

Y cuando se dieron cuenta de su error, era demasiado tarde. Con la ayuda de la gente del lugar recogieron con hoces todo el trigo que pudieron, y dejaron que el resto de grano se pudriera en los campos. El último día que estuve allí, los chicos utilizaban su ropa y sus mantas para guardar el grano y lo extendían en sus propias camas para que se secara…

Las lecciones siempre se pagan caro, interrumpe Mao. Como si ya no le interesaran los detalles de Chu, se vuelve hacia Jiang Qing. Te va bien, ¿verdad?

Ella no sabe adónde quiere ir a parar, de modo que se apresura a responder: Sí, presidente, las óperas filmadas van de maravilla. Las compañías están haciendo predicciones nuevas. Será un honor que el presidente les haga una visita.

Él le dedica una sonrisa misteriosa y pasa a hablar del vino. Ella está haciendo un esfuerzo por seguirlo; por una parte él trata de entablar conversación, por la otra no escucha. Es la primera vez que ella representa un papel sin saber que está en un escenario.

Los comensales siguen bebiendo. «No esperes demasiado. Lo cierto es que ningún lisiado te prestará su bastón.» Entre sorbos y brindis, Mao suelta comentarios como si estuviera borracho. «La mayor felicidad del ratón es robar un puñado de grano.»

Oh, exclama el anfitrión. Me he olvidado por completo de la hora. Deberíamos hacer esto más a menudo, ¿no, primer ministro? Jiang Qing, ¿estás llena?

Consulto mi reloj. Las diez y media. Me levanto. Mao se acerca y me da un apretón de manos al estilo camarada.

¿Qué se supone que debo decir? ¿Gracias por la cena? Me marcho en silencio.

Nos vamos con la camarada Jiang Qing, dice el primer ministro Chu levantándose con su mujer.

Nosotros también, siguen los Lin.

Mao alza la mano a Lin. No, quedaos al menos otra media hora. Aún no hemos tenido tiempo de hablar.

Cuando los Lin vuelven a sentarse, Mao habla con libertad. Pregunta a Lin por la familia y la salud, y le sugiere que se tome unas vacaciones. Escucha con cautela y recomienda a Lin su herborista. Luego pregunta a Ye por el sueño que tiene para su hijo «Tigre». Ella se siente halagada y empieza a parlotear sobre los logros de Tigre.

Tu hijo tiene talento y merece una posición elevada en el ejército, dice Mao encendiendo un cigarrillo. El pueblo lo necesita. Dime, Lin Piao, ¿has pensado alguna vez en nombrarlo comandante en jefe de todo el ejército? Te permitiría ocuparte de mi trabajo.

Bueno, Tigre sólo tiene veintiséis…

Si no lo haces tú, lo haré yo. Debe su talento al pueblo.

A las diez cincuenta y cuatro los Lin se despiden.

Dejadme acompañaros hasta la puerta, ofrece Mao. Quiero despediros personalmente.

A medianoche suena el teléfono en el Jardín del Silencio. Jiang Qing descuelga el auricular medio dormida. Es Kang Sheng.

Los Lin están muertos, informa. La misión ha sido llevada a cabo limpia y silenciosamente dentro del recinto de la Ciudad Prohibida.

Para disimular su estupefacción, la señora Mao pregunta a Kang Sheng los detalles de la ejecución.

Uno de los criados de Mao es experto en transportes y otro en explosivos. ¿No te alegras?

Ella sí lo hace, pero también está asustada; de nuevo se pregunta si Mao no hará lo mismo con ella algún día.

¿Cómo vas a difundir la noticia?, pregunta controlando su voz con dificultad.

Acabo de terminar mi borrador. 15 de septiembre de 1971, Agencia de Noticias de la Nueva China: El enemigo del pueblo, Lin Piao, ha sido sorprendido in fraganti tratando de asesinar al presidente Mao. Después de que quedara expuesto su plan, Lin se subió a una avioneta para volar a Rusia. El avión se estrelló en Mongolia al quedarse sin combustible.

Con Lin Piao eliminado, el primer ministro Chu y yo nos hemos convertido en los únicos que nos disputamos el cargo de sucesor de Mao. Debo darme prisa. Debo luchar contra los hombres del primer ministro así como contra mi propio marido.

Estoy ansiosa y apenas puedo estarme sentada. En sueños oigo pasos. Me pongo nerviosa cuando me acerco a un armario. Temo que haya un asesino detrás de la ropa. Me salto comidas para reducir las posibilidades de que me envenenen. Cambio de secretarias, guardaespaldas y criados cada dos semanas. Pero las nuevas caras me asustan aún más. Sé que es estúpido, pero no puedo evitar sospechar que son espías del primer ministro Chu.

Ya no me interesan las doradas vistas otoñales de la Ciudad Prohibida y el Palacio de Verano. Me encantaba cruzar el puente de los quinientos dragones de piedra, pero ahora temo que salga una mano misteriosa del agua y tire de mí.

Decido ir a Shanghai, donde mi amigo Chun-qiao se ha convertido en el secretario del Partido de todos los estados sureños. He llegado a depender de él. Seleccionamos juntos a los miembros de mi futuro gabinete. De nuevo me recomienda a su leal discípulo, ahora el famoso «mariscal de Pens», Yao Wen-yuan, y a otros dos hombres de talento. Uno se llama Wang Hong-wen, un apuesto treintañero que se parece mucho al difunto hijo de Mao, Anying. Wang es el jefe del Sindicato de Trabajadores de Shanghai. Chun-qiao señala que el sindicato se ha adaptado y convertido recientemente en una fuerza militar, y que está a mis órdenes.

Excelente. Felicito a Chun-qiao y a sus hombres. Es justo lo que necesitamos. Quiero llevaros a todos a Pekín. Quiero presentaros a Mao. Y, por supuesto, me llevaré conmigo al compositor Yu, mi más querido amigo. Mao admira su trabajo y creo que debería estar ocupando un cargo mucho más importante que el que ocupa ahora. ¿Qué más da si es un artista y un despistado que cada dos por tres se sorprende con calcetines de distinto color? Lo adoro. Nadie entiende mejor que él mi faceta artística. No importa que no le guste la política. A mí tampoco me gusta. La cuestión es que no puedes disfrutar componiendo si no eres capaz de perder la cabeza. De todos modos, Chun-qiao, te dejo encargado de iluminarlo.

Armándose de valor, ella presenta su nuevo talento político a Mao. El anciano se mueve con rigidez, le tiembla la mano y se le han caído la mitad de los dientes delanteros. Así y todo, una vez más se queda encantado con su mujer. Le impresiona particularmente el apuesto y esbelto Wang Hong-wen. Como si fuera un hijo, se lo lleva a un lado y lo invita a pasar tiempo con él. Unos meses más tarde lo nombra vicepresidente del Partido Comunista, en sustitución de Lin Piao. Mao anuncia el nombramiento en la siguiente reunión del Partido.

Hay una condición, me dice Wang Hong-wen para mi estupefacción. Mao quiere que sea su mascota y no la mía. De hecho, Mao quiere que «deje de criarme Jiang Qing».

Esto es un robo, digo a Wang. Y le exijo lealtad. Pero Wang no es un hombre de honor. Se arrima al árbol más grande. Pido a Chun-qiao que le diga a Wang que si sigue siéndome desleal, «filtraré» la información sobre su verdadero pasado: no es ningún hombre de talento. Dejó el instituto y es una historia inventada.

Después de eso Wang vuelve a tomar posiciones. Mao no tarda en descubrir que Wang habla por mí. Empieza a poner en tela de juicio lo que éste dispone. Nos llama «la Banda de los Cuatro», refiriéndose a Wang, Chun-qiao, su discípulo Yiao y a mí.