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En el funeral del mariscal Chen Yi, que tiene lugar el 10 de enero de 1972., Mao finge emocionarse. Había rehusado asistir a la ceremonia, pero en el último momento cambia de opinión. Para la nación es una señal inequívoca de que se está volviendo hacia los viejos camaradas.

Cuando llega Mao el funeral ya ha empezado. Baja del coche y se precipita hacia el ataúd. Su aparición sorprende a todos. Las cámaras captan al instante el detalle: por debajo de su abrigo negro asoma la cola de su pijama blanco. Eso da a entender que ha acudido con tantas prisas que no ha tenido tiempo de cambiarse. Da a entender que Mao no podía dejar de venir. Para el maestro de ceremonias, el primer ministro Chu, la llegada de Mao no sólo honra a los viejos compañeros, también puede interpretarse como una censura a Jiang Qing y a su banda.

Después de la ceremonia Мао mantiene una conversación a puerta cerrada con el primer ministro Chu. Días más tarde la oficina del primer ministro Chu publica un documento titulado «Poner las cosas de nuevo en orden».

¿Qué puedo hacer sino deshacerme en lágrimas? Si Мао deposita su confianza en los viejos camaradas, sencillamente no tengo futuro. Aunque al primer ministro Chu acaban de diagnosticarle cáncer, no descansará hasta ver a su camarada Deng Xiao-ping en el asiento de primer ministro. Aun en la cama del hospital ofrece un espectáculo ante los medios de comunicación. Pide a la gente que transfiera a Deng el afecto que siente por él. Es un número bastante conmovedor. Deng está acaparando los titulares. «Confiad en que el camarada Deng reactive la economía del país» se ha convertido en la consigna de moda.

Ella se resiste a verse empequeñecida. Cree en su red de contactos y en sus adeptos en los medios de comunicación que en los meses pasados han publicado los manuscritos de todas sus óperas. Lleva una década tratando de crear una perfecta imagen de sí misma a través de las óperas y los ballets. Una heroína con un toque masculino. La mujer salida de la pobreza que se eleva para llevar a los pobres a la victoria. Cree que la mente de los chinos se ha visto influenciada. Es el momento de tantear el terreno; el público debería estar preparado para abrazar a una heroína en la vida real.

Lo tengo todo planeado, dice a Kang Sheng por teléfono. Estoy en mitad de un gran proyecto. Estoy preparándome para entrar en escena de verdad.

Hagas lo que hagas, susurra Kang Sheng, pon veneno en el tazón de arroz de Chu antes de que lo haga él en tu tazón. Мао está perdiendo la razón y será mejor que te des prisa.

No puedo respirar. Soy presa de mi peor pesadilla. Estoy atrapada en un cuento clásico de la Ciudad Prohibida. El escenario se llama el Patio Olvidado, y los personajes son concubinas imperiales a las que les falta algún miembro. Visitan mis sueños y no me abandonan por la mañana.

No veo el modo de retrasar el reloj de Mao.

Voy a coger manzanas a la colina de Carbón, dice Jiang Qing a Mao. ¿Te gustaría acompañarme?

Cojeo con la pierna que me queda, responde el anciano de setenta y nueve años tosiendo. Siento cómo mis huesos se descomponen por segundos.

¿Por qué no llamas a tu médico?

¡No! ¡Cuelga el teléfono! Hoy día hasta una cucaracha puede ser una asesina.

Ella lo mira fijamente.

Él transpira profusamente y vuelve despacio a su cama.

Está más que cansado, piensa ella. Se está apagando. Aunque tiene apetito, ha estado matándose de hambre. Se le han caído los dientes, pero se niega a ponerse una dentadura postiza. Está tan débil que se hunde en la piscina.

La llama sin ningún motivo en particular. El día anterior hizo lo mismo. Cuando ella llega él no tiene nada que decirle. Ella espera paciente. Pero él no logra hacerse entender. Murmura acerca de su alta presión sanguínea y pequeños cortes que no cicatrizan. El médico dice que tengo llagas. Están en todas partes. En la boca, en la garganta, en el estómago, en los intestinos y en el ano. Mira aquí, dice abriendo la mandíbula. ¿Las ves? Aquí, debajo de la lengua. Vienen y se quedan allí las veinticuatro horas.

Ella huele la muerte en su aliento.

Ya es hora. Las palabras brotan sin querer de sus labios.

Él se vuelve hacia ella con un movimiento rápido.

Perdona, lo que quiero decir es que nunca es demasiado tarde para empezar a cuidarse la salud.

Últimamente trato de levantarme y andar, dice Mao jadeando. Ando sin parar. Temo que si me paro no volveré a hacerlo. Me encanta la sensación de tocar el suelo con los pies. Me encanta su solidez. El olor de la tierra me reconforta. Sólo mientras ando soy capaz de experimentar el día, saber que estoy vivo y que mis órganos funcionan. Oh, qué maravilla cómo bombean mis pulmones. ¡Un cuerpo sano andando sobre una tierra sana! En este vínculo entre mi persona y el suelo es en lo único en lo que confío y dependo. Y por lo que respiro. Verás, al estirar las piernas el suelo me recibe. Me recibe, me sostiene y me alaba por muy horrible que haya sido. Se extiende silenciosamente por debajo de mí. Se extiende de mis pies al infinito…

Ella imagina a una maquilladora pintando las uñas del moribundo.

Como fascinado por sus propios pensamientos, Мао se acerca, la coge del brazo y continúa. No he estado haciendo gran cosa últimamente porque me paso toda la noche soñando con que camino y me pregunto si he caminado dormido… No recuerdo si había estrellas anoche. Era… como si alguien me hubiera dejado tirado en la carretera. Estaba cansado pero no podía parar. Porque no quiero morir. Han habido malos presagios. Han tramado otro atentado contra mí. ¿Sabes algo al respecto? ¿Sabes algo? Lo presentía. Confío en mi instinto. Es alguien que se llama a sí mismo compañero de armas, alguien que conoce mis costumbres y mis secretos, que ve lo que estoy haciendo ahora. ¿Lo conoces?

La suelta y se deja caer en su silla de junco.

Ella se quita las gafas y se seca el sudor de la frente. Luego vuelve a ponérselas, pero no se le aguantan. No paran de resbalársele; tiene la nariz húmeda. Trata de sostenérselas con los dedos, pero siguen sin aguantarse. Al final se las quita.

¿Sabes?, Jia-zei-nan-fang, la casa del ladrón es la más difícil de guardar. Estoy seguro de que sabes de qué estoy hablando.

Ella abre mucho los ojos. Se aclara la voz y responde: Querido presidente, cuentas con el afecto de toda la nación. Has logrado más que ningún otro ser humano en la tierra. Has conquistado y redefinido el coraje y los deseos de nuestra nación. Te has mostrado como el mejor ejemplo del verdadero espíritu de un patriota. Tus compatriotas te idolatran como nunca lo han hecho…

¡Calla! Мао se levanta de un salto. ¡Convéncete, Huang-mu-niang-niang, la Madre del Cielo no vaciará el bacín de su majestad el día de mi funeral!

La noche huele como el aliento de un niño. Jiang Qing repasa mentalmente la escena de la mañana. Se pregunta si no caminaba dormida. Al cruzar el patio oye gemir gatos al otro lado de los gruesos muros y le llega de un arbusto un fuerte estornudo.

Recostado en su cama, Mao se cuestiona lo segura que es su piscina. Llama al jefe de seguridad y le pregunta si ha sido construida a prueba de misiles. Al verlo vacilar, ordena destruirla. ¡Convertidla en un refugio antiaéreo!

Llaman a un equipo de médicos para que se ocupen del trastorno de sueño de Mao. Pero nada de lo que le recetan funciona. Mao se niega a levantarse de la cama, y no digamos peinarse, lavarse o vestirse. Se pasa las veinticuatro horas del día en pijama. Aumenta su paranoia. Confunde a su secretario con un asesino y le arroja un tintero cuando entra a anunciarle la visita del presidente estadounidense, Richard Nixon.

Oigo lloviznar, dice Mao describiendo a un médico sus síntomas. Día y noche oigo dentro de mi cabeza esta lluvia incesante. Me arrastra consigo.

Ella ya no puede esperar más. Quiere que Mao escriba un testamento. Está segura de que se avecina un ataque al corazón o un coma. Visualiza su llegada. La crecida que desborda el cerebro.