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Paulo Coelho

Maktub (spanish)

Título originaclass="underline" Maktub

Traducción: Ana Belén Costas

Para Nhá Chica, Patricia Casé, Edinho y Alcino Leite Neto

NOTA DEL AUTOR

Maktub no es un libro de consejos, sino un intercambio de experiencias. Se compone en gran parte de las enseñanzas de mi maestro, a lo largo de once largos años de convivencia. Otros textos son relatos de amigos, o de personas con las que estuve una sola vez, pero que me dejaron un mensaje inolvidable. Finalmente, hay libros que leí e historias que, como dice el jesuita Anthony Mello, pertenecen a la herencia espiritual de la raza humana.

Maktub nació de una llamada telefónica de Alcino Leite Neto, en aquel entonces director de la sección «Ilustrada» de A Folha de São Paulo. Yo estaba en Estados Unidos y recibí la propuesta sin saber exactamente lo que iba a escribir. Pero el desafío era estimulante, y decidí afrontarlo; vivir es correr riesgos.

Al ver el trabajo que me daba, casi desistí. Además, como tenía que viajar para promocionar mis libros en el extranjero, la columna de todos los días se convirtió en un tormento. Sin embargo, las señales me decían que continuase: me llegaba una carta de algún lector, un amigo me comentaba algo, alguien me enseñaba los recortes guardados en su cartera.

Poco a poco, fui aprendiendo a ser objetivo y directo en el texto. Me vi obligado a releer textos que había evitado volver a leer, y el placer de este reencuentro fue inmenso.

Comencé a anotar más cuidadosamente las palabras de mi maestro. En fin, me puse a mirar todo lo que ocurría a mi alrededor como un motivo para escribir Maktub; y esto me enriqueció de tal manera que hoy siento gratitud hacia esa tarea diaria.

Para este volumen he seleccionado textos publicados en A Folha de São Paulo entre el 10 de junio de 1993 y el 11 de junio de 1994. Las columnas sobre el guerrero de la luz no forman parte de este libro, se han publicado en El Manual del Guerrero de la Luz.

En el prefacio de uno de sus libros de relatos, Anthony Mello comenta: «Mi tarea fue simplemente la de tejedor, no merezco el mérito del algodón ni del lino.»

Ni yo, tampoco.

Paulo Coelho

Yo te alabo, Padre,

porque has ocultado estas cosas

a los sabios y prudentes y

las has revelado a los pequeños.

Lucas, 10, 21

El viajero está sentado en medio de la vegetación, mirando una casa humilde que está enfrente de él. Ya había estado allí antes, con algunos amigos, y todo lo que había notado entonces fue la semejanza entre el estilo de la casa y el de un arquitecto español, que vivió hace muchos años, y que jamás estuvo enaquel sitio. La casa queda cerca de Cabo Frió, en Río de Janeiro, y está totalmente construida de trozos de vidrio. Su dueño, Gabriel, soñó en 1899 con un ángel que le decía: «Construye una casa de trozos.» Gabriel empezó a coleccionar ladrillos rotos, platos, porcelanas y jarras partidas. «Cada trocito, transformado en belleza», decía Gabriel de su trabajo. Durante los primeros cuarenta años, los habitantes del lugar afirmaban que estaba loco. Después, algunos turistas descubrieron la casa, y comenzaron a llevar a los amigos; Gabriel se convirtió en un genio. Pero la novedad pasó, y Gabriel volvió al anonimato. Aun así, siguió construyendo; a los noventa y tres años de edad, colocó el último trozo de vidrio. Y murió. El viajero enciende un cigarrillo, fuma en silencio. Hoy no piensa en la semejanza entre la casa de Gabriel y la arquitectura de Gaudí. Mira los trozos, reflexiona sobre su propia existencia. También ella, como la de cualquier persona, está hecha de pedazos de todo lo vivido. Pero, en un determinado momento, estos fragmentos empiezan a tomar forma. Y el viajero recuerda un poco de su pasado, viendo los papeles en su regazo. En ellos están los pedazos de su vida: situaciones vividas, párrafos de libros que siempre recuerda, enseñanzas de su maestro, historias de los amigos, fábulas que le contaron alguna vez. En ellos, hay reflexiones sobre su época y sobre los sueños de su generación. De la misma manera que un hombre soñó con un ángel y construyó la casa que está ante sus ojos, él intenta ordenar esos papeles, para comprender su propia construcción espiritual. Recuerda que, cuando era niño, leyó un libro de Malba Tahan titulado Maktub y piensa: «¿Debería hacer yo lo mismo?»

Dice el maestro: Cuando presentimos que ha llegado la hora de cambiar, comenzamos, inconscientemente, a repasar la película de nuestras derrotas hasta ese momento. Está claro que, a medida que envejecemos, nuestra cota de momentos difíciles es mayor. Pero, al mismo tiempo, la experiencia nos ha dado medios para superar estas derrotas y encontrar el camino que nos permite seguir adelante. También es preciso poner esta película en nuestro vídeo mental. Si sólo vemos la película de las derrotas, nos quedaremos paralizados. Si sólo vemos la de la experiencia, acabaremos creyéndonos más sabios de lo que realmente somos. Necesitamos las dos películas.

Imagina una oruga. Pasa gran parte de su vida en el suelo, viendo a los pájaros, indignada con su destino y con su forma. «Soy la más despreciable de las criaturas -piensa-. Fea, repulsiva, condenada a arrastrarme por la tierra.» Un día, sin embargo, la Naturaleza le pide que haga un capullo. La oruga se asusta, nunca antes había hecho un capullo. Piensa que está construyendo su tumba y se prepara para morir. Aunque indignada con la vida que ha llevado hasta entonces, se queja de nuevo a Dios. «Cuando por fin me he acostumbrado, Señor, me quitas lo poco que tengo.» Desesperada, se encierra en el capullo y espera el fin. Algunos días después, se ve transformada en una linda mariposa. Puede pasear por el cielo y ser admirada por los hombres. Se sorprende con el sentido de la vida y con los designios de Dios.

Un forastero buscó al padre Pastor en el monasterio de Sceta. -Quiero mejorar mi vida -dijo-. Pero no consigo dejar de pensar en cosas pecaminosas. El padre Pastor se dio cuenta de que fuera hacía viento y pidió al forastero: -Hace calor aquí. ¿Podrías coger un poco de viento de fuera, y traerlo para refrescar la sala? -Eso es imposible -dijo el forastero. -También es imposible dejar de pensar en cosas que ofenden a Dios -respondió el padre-. Pero si sabes decir que no a las tentaciones, no te causarán ningún daño.

Dice el maestro: Si hay que tomar una decisión, es mejor seguir adelante y atenerse a las consecuencias. No sabrás de antemano cuáles serán esas consecuencias. Las artes adivinatorias fueron hechas para aconsejar al hombre, y no para predecir el futuro. Son excelentes consejeras, pero pésimas profetisas. Di la oración que Jesús nos enseñó: «Hágase Tu voluntad.» Cuando esa voluntad supone un problema, trae consigo una solución. Si las artes adivinatorias predijesen el futuro, todos los adivinos serían ricos, felices y estarían casados.

El discípulo se acercó al maestro: -Durante años he buscado la iluminación -dijo-. Siento que estoy cerca. Quiero saber cuál es el paso siguiente. -¿De qué vives? -le preguntó el maestro. -Todavía no he aprendido a ganarme la vida; me ayudan mi padre y mi madre. En cualquier caso, es un detalle insignificante. -El paso siguiente es mirar al sol durante medio minuto -dijo el maestro. El discípulo obedeció. Al acabar, el maestro le pidió que describiese el campo a su alrededor. -No puedo verlo, el brillo del sol cegó mis ojos -respondió el discípulo. -Un hombre que sólo busca la Luz, y deja sus responsabilidades a los demás, acaba por no encontrar la iluminación. Un hombre que mantiene sus ojos fijos en el sol acaba por quedarse ciego -comentó el maestro.

Un hombre caminaba por un valle de los Pirineos cuando se encontró con un viejo pastor. Compartió su comida con él y pasaron un largo rato conversando sobre la vida. El hombre decía que, si creyese en Dios, tendría que creer también que no era libre, ya que Dios dirigiría cada uno de sus pasos. Entonces el pastor lo llevó hasta un desfiladero donde se podía escuchar, con toda nitidez, el eco de cualquier ruido. -La vida son estas paredes y el destino es el grito de cada uno -dijo el pastor-. Todo aquello que hagamos será llevado hasta Su corazón, y nos será devuelto de la misma forma. «Dios acostumbra a actuar como el eco de nuestras acciones.»

Maktub quiere decir «está escrito». Para los árabes, «está escrito» no es la mejor traducción porque, aunque todo esté escrito, Dios es misericordioso, y sólo gastó su pluma y su tinta para ayudarnos. El viajero está en Nueva York. Se ha despertado tarde para una reunión y, al bajar, descubre que la grúa se ha llevado su coche. Llega después de la hora prevista, la comida se prolonga más de lo necesario, piensa en la multa; «va a costarme una fortuna». De repente, se acuerda del billete de un dólar que encontró el día anterior. Establece una relación extraña entre ese billete y lo que pasó por la mañana. «¿Quién sabe si no cogí el billete antes de que la persona adecuada lo encontrase? ¿Quién sabe si no saqué ese dólar del camino de alguien que lo necesitaba? ¿Quién sabe si interferí en lo que estaba escrito?» Necesitaba librarse de él y, en ese momento, ve a un mendigo sentado en el suelo. Le entrega rápidamente el dólar. -Un momento -dice el mendigo-. Soy poeta, quiero pagarte con una poesía. -La más corta, porque tengo prisa -responde el viajero. El mendigo dice: -Si aún sigues vivo es porque todavía no has llegado a donde debías.