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Un hombre muy piadoso se vio, de repente, privado de todas sus riquezas. Sabiendo que Dios podía ayudarlo en cualquier circunstancia, comenzó a rezar: -Señor, haz que gane a la lotería -pedía él. Durante años y años rezó, y continuó siendo pobre. Finalmente llegó el día de su muerte y, como era muy piadoso, fue directamente al cielo. Al llegar, se negó a entrar. Dijo que había vivido toda su vida de acuerdo con los preceptos religiosos que le habían enseñado, y que Dios jamás había hecho que ganase a la lotería. -Todo lo que me prometiste, Señor, no es más que una mentira -dijo el hombre, enfadado. -Siempre quise ayudarte a ganar -respondió el Señor-. Sin embargo, por más que yo quería ayudarte, nunca compraste un billete de lotería.

Un viejo sabio chino caminaba por un campo de nieve cuando vio a una mujer llorando. -¿Por qué lloras? -preguntó él. -Porque me acuerdo del pasado, de mi juventud, de la belleza que veía en el espejo, de los hombres que amé. Dios fue cruel conmigo porque me dio memoria. Él sabía que yo recordaría la primavera de mi vida, y que lloraría. El sabio contempló el campo de nieve, con la mirada fija en un punto. En un determinado momento, la mujer paró de llorar. -¿Qué estás mirando? -preguntó. -Un campo de rosas -dijo el sabio-. Dios fue generoso conmigo porque me dio memoria. Él sabía que, en el invierno, yo siempre podría recordar la primavera y sonreír.

Dice el maestro: La Leyenda Personal no es tan simple como parece. Al contrario, puede ser una actividad peligrosa. Cuando queremos algo, ponemos en marcha energías poderosas, y ya no podemos ocultarnos el verdadero sentido de nuestra vida. Cuando queremos algo, escogemos el precio que vamos a pagar. Seguir un sueño tiene un precio. Puede exigir que abandonemos viejos hábitos, puede hacernos pasar dificultades, tener decepciones, etc. Pero, por alto que sea ese precio, nunca es tan alto como el que paga el que no vivió su Leyenda Personal. Porque éstos un día mirarán atrás, verán todo lo que hicieron y escucharán a su propio corazón decir: «He desperdiciado mi vida.» Creedme, ésta es una de las peores frases que alguien puede oír.

En uno de sus libros, Castañeda cuenta que, una vez, su maestro le mandó ponerse el cinto de los pantalones en el sentido contrario al que estaba acostumbrado. Castañeda así lo hizo, seguro de que estaba aprendiendo un valioso instrumento de poder. Meses después, comentó con su maestro que, gracias a aquella práctica mágica, estaba aprendiendo más de prisa que antes. -Al invertir la dirección del cinto, transformo la energía positiva en negativa -dijo. El maestro soltó una gustosa carcajada. -¡Los cintos nunca han modificado la energía! Te mandé hacer eso para que, siempre que te pusieses el pantalón, recordases que estás en un aprendizaje mágico. Fue la conciencia del aprendizaje, y no el cinto, lo que te hizo crecer.

Un maestro tenía cientos de discípulos. Todos rezaban a su hora, excepto uno, que vivía en estado de embriaguez. El día de su muerte, el maestro llamó al discípulo borracho y le transmitió los secretos ocultos. Los otros se enfadaron. -¡Qué vergüenza! -decían-. Pues nos hemos sacrificado por un maestro equivocado, que no sabe ver nuestras cualidades. Dijo el maestro: -Necesitaba contarle estos secretos a un hombre que yo conociese bien. Los que parecen muy virtuosos generalmente esconden la vanidad, el orgullo, la intolerancia. Por eso, escogí al único discípulo en el que yo podía ver el defecto: la embriaguez.

Del padre cisterciense Marcos García: «A veces Dios nos niega una determinada bendición para que podamos comprenderlo más allá de los favores y de las peticiones. Él sabe hasta qué punto puede probar un alma, y nunca va más allá de este punto.»En estos momentos jamás debemos decir "Dios me ha abandonado." Jamás lo hace: nosotros sí que podemos, a veces, abandonarlo. Si el Señor nos somete a una gran prueba, también nos da siempre las fuerzas suficientes (yo diría, más que suficientes) para superarla. «Cuando nos sentimos lejos de Su rostro, debemos preguntarnos: ¿estamos aprovechando lo que Él ha puesto en nuestro camino?»

A veces pasamos días o semanas enteras sin recibir ningún gesto de cariño del prójimo. Son períodos difíciles, cuando el calor humano se pierde, y la vida se resume en un arduo esfuerzo de supervivencia. Dice el maestro: Debemos examinar nuestro propio lar. Debemos echar más lefia, e intentar iluminar la sala oscura en la que se ha convertido nuestra vida. Cuando escuchemos que nuestro fuego crepita, que la madera chasquea, las historias que cuentan las llamas, la esperanza nos será devuelta. Si somos capaces de amar, también seremos capaces de ser amados. Es simplemente una cuestión de tiempo.

Alguien rompió un vaso durante la comida. -Esto es señal de buena suerte -comentaron. Todos los presentes conocían esta tradición. -¿Por qué es señal de buena suerte? -preguntó un rabino que formaba parte del grupo. -No sé -dijo la mujer del viajero-. Tal vez sea una antigua manera de hacer que el huésped siempre se sienta cómodo. -Ésa no es la explicación correcta -respondió el rabino. -Ciertas tradiciones judaicas dicen que cada hombre tiene una cota de suerte, que va usando en el transcurso de su vida. Puede hacer que esta suerte produzca intereses, si sólo la usa para cosas que realmente necesita; o puede desperdiciarla en vano. «También nosotros, los judíos, decimos "buena suerte" cuando alguien rompe un vaso. Pero esto significa: qué bien, no has desperdiciado tu suerte intentando evitar que este vaso se rompiese. Entonces, podrás usarla para cosas más importantes.

El padre Abraham se enteró de que cerca del monasterio de Sceta había un ermitaño con fama de sabio. Fue a buscarlo y le preguntó: -Si hoy te encontrases a una bella mujer en tu cama, ¿podrías pensar que no es una mujer? -No -respondió el sabio-, pero podría contenerme. El padre continuó. -Y si vieses monedas de oro en el desierto, ¿podrías ver ese oro como si fuesen piedras? -No -dijo el sabio-, pero podría controlarme para no cogerlas. El padre Abraham insistió: -Y si te buscasen dos hermanos, uno que te odia, y otro que te ama, ¿podrías pensar que ambos son iguales? Dijo el sabio: -Aun sufriendo por dentro, trataría al que me ama de la misma manera que al que me odia. -Os voy a explicar qué es un sabio -dijo el padre a sus novicios, cuando volvió-. Es aquel que, en vez de matar sus pasiones, consigue controlarlas.

Frasier escribió durante toda su vida sobre la conquista del Oeste americano. Orgulloso de ostentar en su curriculum el guión de una película protagonizada por Gary Cooper, cuenta que pocas veces en su vida se aburrió de algo. -Aprendí mucho de los pioneros americanos -dice él-. Luchaban contra los indios, cruzaban desiertos, buscaban agua y comida en regiones remotas.»Y todos los registros de la época muestran una característica curiosa: los pioneros sólo escribían o hablaban de las cosas buenas. En vez de quejarse componían música y hacían bromas sobre las dificultades enfrentadas. Así conseguían apartar el desánimo y la depresión. Y hoy, a mis ochenta y ocho años, procuro comportarme de la misma manera.

El texto está adaptado de un poema de John Muir: «Quiero dejar mi alma libre para que pueda disfrutar de todos los dones que los espíritus poseen. Cuando esto sea posible, no intentaré conocer los cráteres de la luna, ni perseguir los rayos del sol hasta su fuente. No procuraré entender la belleza de la estrella, ni la desolación artificial del ser humano. «Cuando sepa cómo liberar mi alma, seguiré a la aurora, y trataré de volver con ella a través del tiempo. Cuando sepa liberar mi alma, me sumergiré en las corrientes magnéticas que desembocan en un océano donde todas las aguas se cruzan, y forman el Alma del Mundo.»Cuando sepa liberar mi alma, procuraré leer la espléndida página de la Creación desde el principio.»

Uno de los símbolos sagrados del cristianismo es la figura del pelícano. La explicación es simple: ante la total ausencia de comida, el pelícano abre su pecho con el pico, y les ofrece su propia carne a sus crías. Dice el maestro: Muchas veces somos incapaces de entender las bendiciones que recibimos. Muchas veces no nos damos cuenta de lo que Él hace para mantenernos espiritualmente alimentados. Hay un cuento sobre un pelícano que, durante un riguroso invierno, consigue sobrevivir a su autosacrificio durante algunos días, ofreciendo su propia carne a sus hijos. Cuando, finalmente, muere de debilidad, una de las crías comenta con otra: -Menos mal. Estaba cansado de comer todos los días lo mismo.