Si estás insatisfecho por algo, aunque sea algo bueno, que te gustaría realizar y no lo consigues, para ahora. Si las cosas no marchan, sólo existen dos explicaciones: o tu perseverancia está siendo probada, o necesitas cambiar de rumbo. Para descubrir cuál de las opciones es la correcta, ya que son actitudes opuestas, usa el silencio y la oración. Poco a poco, las cosas se van aclarando misteriosamente, hasta que tienes fuerzas suficientes para escoger. Una vez tomada la decisión, olvida por completo la otra posibilidad. Y sigue adelante, porque Dios es el Dios de los Valientes. Dijo Domingos Sabino: -Al final, todo siempre acaba bien. Si las cosas no van bien, es porque todavía no has llegado al final.
El compositor Nelson Motta estaba en Bahía cuando decidió visitar a la Madre Menininha do Gantois. Tomó un taxi y, en el camino, el conductor se quedó sin frenos. El coche derrapó en medio de la autopista, pero, aparte del susto, no ocurrió nada grave. Al encontrarse con la Madre Menininha, lo primero que Nelson le contó fue el amago de accidente a mitad de camino. -Hay ciertas cosas que ya están escritas, pero Dios busca la manera de que pasemos por ellas sin ningún problema serio. O sea, formaba parte de tu destino un accidente de coche en este momento de tu vida -dijo ella-. Pero como puedes ver -concluyó la Madre Menininha-, ocurrió todo, y no ocurrió nada.
– Faltó algo en su charla sobre el Camino de Santiago -dice una peregrina al viajero, al salir de la conferencia. -He notado que la mayoría de los peregrinos, tanto en el Camino de Santiago, como en los caminos de la vida, siempre procuran seguir el ritmo de los demás -dice ella-. Al inicio de mi peregrinación, procuraba ir siempre a la par de mi grupo. Me cansaba, le exigía a mi cuerpo más de lo que podía dar, vivía en tensión, y acabé teniendo problemas en los tendones del pie izquierdo. Imposibilitada para andar durante dos días, comprendí que sólo conseguiría llegar a Santiago si obedecía a mi ritmo personal.»Tardé más que los demás, tuve que andar sola muchos trechos, pero fue el hecho de respetar mi propio ritmo el que me permitió completar el camino. Desde entonces aplico esto a todo lo que tengo que hacer en la vida.
Creso, rey de Lidia, estaba decidido a atacar a los persas, pero, aun así, resolvió consultar a un oráculo griego. -Estás destinado a destruir un gran imperio -comentó el oráculo. Contento, Creso declaró la guerra. Tras dos días de lucha, Lidia fue invadida por los persas, su capital saqueada, y el propio Creso apresado. Indignado, pidió a su embajador en Grecia que volviese al oráculo para decirle que habían sido engañados. -No, no fuisteis engañados -respondió el oráculo al embajador-. Habéis destruido un gran imperio: Lidia. Dice el maestro: El lenguaje de las señales está ante nosotros, para enseñarnos la mejor manera de proceder. Sin embargo, intentamos distorsionar esas señales, de modo que «concuerden» con aquello que queremos hacer a toda costa.
Buscaglia cuenta la historia del cuarto rey mago, que también vio la estrella brillar sobre Belén, pero que siempre llegaba con retraso a los lugares en los que Jesús podría estar, porque pobres y miserables pedían su ayuda. Después de treinta años siguiendo los pasos de Jesús por Egipto, Galilea, Betania, el rey mago llega a Jerusalén; es demasiado tarde, el niño ya se ha transformado en un hombre y lo van a crucificar ese mismo día. El rey había comprado perlas para Cristo, pero tuvo que venderlas casi todas para ayudar a la gente con la que se cruzó en el camino. Sólo quedó una perla, y el Salvador ya había muerto. -Fallé en la misión de mi vida -piensa el rey mago. En ese momento, escucha una voz: -Al contrario de lo que piensas, me has encontrado durante toda tu vida. Estaba desnudo, y me vestiste. Tuve hambre, y me diste de comer. Estaba preso, y me visitaste. Estaba en todos los pobres de tu camino. Muchas gracias por tantos regalos de amor.
Un cuento de ciencia ficción habla de una sociedad donde casi todos nacían preparados para un trabajo; técnicos, ingenieros o mecánicos. Algunos nacían sin ninguna habilidad; éstos eran enviados a un sanatorio mental, ya que los locos eran totalmente incapaces de contribuir en nada a la sociedad. Uno de los locos se rebela. El sanatorio tiene una biblioteca, y él intenta aprender todo lo que puede sobre ciencia y arte. Cuando cree que ya sabe lo suficiente, decide huir, pero es capturado y llevado a un centro de estudios fuera de la ciudad. -Sé bien venido -dice uno de los encargados del centro-. Son justamente a aquellos que se ven forzados a descubrir su propio camino a los que más admiramos. Puedes hacer lo que quieras a partir de ahora, pues gracias a personas como tú, el mundo consigue avanzar.
Antes de partir hacia un largo viaje, el comerciante fue a despedirse de su mujer. -Nunca me has dado un regalo que esté a mi altura -dijo ella. -Mujer ingrata, todo lo que te he dado me costó años de trabajo -respondió el hombre-. ¿Qué más te podría dar? -Algo que sea tan bello como yo. Durante dos años, la mujer esperó su regalo. Finalmente el comerciante regresó. -Conseguí encontrar algo tan bello como tú -dijo él-. Lloré ante tu ingratitud, pero decidí cumplir tu deseo. He pasado todo este tiempo pensando qué regalo sería tan bello como tú, y acabé encontrándolo. Y le tendió a su mujer un pequeño espejo.
El filósofo alemán Nietzsche dijo en una ocasión: «No vale la pena vivir discutiendo sobre todo; forma parte de la condición humana errar de vez en cuando.» Dice el maestro: Hay gente que se asegura mucho de estar en lo cierto en los más pequeños detalles. Nosotros mismos, muchas veces, no nos permitimos equivocarnos. Lo que conseguimos con esta actitud es el pavor a seguir adelante. El miedo a equivocarnos es la puerta que nos encierra en el castillo de la mediocridad. Si conseguimos vencer este miedo, estamos dando un paso importante hacia nuestra libertad.
Un novicio preguntó al padre Nisteros, del monasterio de Sceta: -¿Qué es lo que debo hacer para agradar a Dios? -Abraham aceptaba a los extranjeros, y Dios se alegró. A Elías no le gustaban los extranjeros, y Dios se alegró. David estaba orgulloso de lo que hacía, y Dios se alegró. Juan Bautista se marchó al desierto, y Dios se alegró. Jonás se marchó a la gran ciudad de Nínive, y Dios se alegró.«Pregúntale a tu alma qué quiere hacer. Cuando el alma camina de acuerdo con sus sueños, ella alegra a Dios.
Un maestro budista viajaba a pie con sus discípulos, cuando se dio cuenta de que discutían entre ellos quién era el mejor. -Practico la meditación desde hace quince años -decía uno. -Hago caridad desde que salí de la casa de mis padres -decía otro. -Siempre he seguido las enseñanzas de Buda -decía un tercero. Al mediodía, pararon debajo de un manzano para descansar. Las ramas estaban cargadas, y llegaban al suelo con el peso de las frutas. Entonces el maestro habló: -Cuando un árbol está cargado de fruta, sus ramas se doblan y tocan el suelo. Así, el verdadero sabio es aquel que es humilde. «Cuando un árbol no tiene frutos, sus ramas son arrogantes y altivas. Así, el loco siempre se cree mejor que su prójimo.
En la Última Cena Jesús acusó, con la misma gravedad y con la misma frase, a dos de sus apóstoles. Ambos habían cometido los pecados previstos por Jesús. Judas Iscariote se dio cuenta y se condenó. Pedro también se dio cuenta, después de negar tres veces todo aquello en lo que creía. Pero, en el momento decisivo, Pedro entendió el verdadero significado del mensaje de Jesús. Pidió perdón, y siguió adelante, aunque humillado. Él también podía haber escogido el suicidio. En vez de eso, se encaró con otros Apóstoles, y debió de decir algo así: «Vale, hablad de mi error mientras dure la raza humana. Pero dejadme corregirlo.» Pedro comprendió que el Amor perdona. Judas no entendió nada.
Un famoso escritor caminaba con un amigo cuando un muchacho cruzó la calle sin ver que un camión se acercaba a toda velocidad. El escritor, en una fracción de segundo, se tiró delante del vehículo y consiguió salvarlo. Pero, antes de que nadie lo felicitase por el heroico acto, le dio un cachete al niño: -No te dejes engañar por las apariencias, hijo mío -dijo él-. ¡Sólo te salvé para que no puedas evitar los problemas que vas a tener cuando seas adulto! Dice el maestro: A veces tenemos vergüenza de hacer el bien. Nuestro sentimiento de culpa intenta siempre decirnos que, cuando actuamos con generosidad, lo que estamos intentando hacer es presionar a los demás, «sobornar» a Dios, etc. Parece difícil aceptar que nuestra naturaleza es esencialmente buena. Ocultamos los buenos gestos con ironía y desinterés, como si amor fuese sinónimo de flaqueza.