Dos rabinos intentan a toda costa llevar la paz espiritual a los judíos de la Alemania nazi. Durante dos años, aunque muertos de miedo, engañan a sus perseguidores y ofician ceremonias religiosas en varias comunidades. Finalmente los llevan presos. Uno de los rabinos, atemorizado por lo que pueda pasar de ahí en adelante, no deja de rezar ni un momento. El otro, por el contrario, se pasa todo el día durmiendo. -¿Por qué te comportas así? -pregunta el rabino, asustado. -Para ahorrar fuerzas. Sé que voy a necesitarlas de ahora en adelante -dice el otro. -Pero ¿no tienes miedo? ¿No sabes lo que puede pasarnos? -Tuve miedo hasta el momento en que nos apresaron. Ahora que estoy preso, ¿qué ganaría temiendo lo que ya ha ocurrido? El tiempo del miedo se acabó; ahora comienza el tiempo de la esperanza.
Dice el maestro: Voluntad. Es una palabra sobre la que la gente debería meditar un poco. ¿Cuáles son las cosas que no hacemos porque no tenemos voluntad, y cuáles las que no hacemos porque son arriesgadas? He aquí un ejemplo de lo que confundimos con «falta de voluntad»: hablar con desconocidos. A no ser una conversación casual, un simple contacto, un desahogo, raramente hablamos con desconocidos. Siempre pensamos que «es mejor así». Acabamos por no ayudar ni ser ayudados por la Vida. Nuestra distancia hace que parezcamos muy importantes, muy seguros de nosotros mismos. Pero, en la práctica, no dejamos que la voz de nuestro ángel se manifieste a través de la boca de los demás.
Un viejo ermitaño fue invitado en cierta ocasión a la corte del rey más poderoso de la época. -Siento envidia de un hombre santo que se conforma con tan poco -dijo el rey. -Siento envidia de Vuestra Majestad, que se conforma con menos que yo -respondió el ermitaño. -¿Cómo me dices eso si todo este país me pertenece? -replicó el rey, ofendido. -Justamente por eso -contestó el viejo ermitaño-. Yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo tiene este reino.
– Vamos hasta la montaña en la que mora Dios -comentó un caballero a su amigo-. Quiero demostrar que Él sólo sabe pedir, y que no hace nada por aliviar nuestra carga. -Voy para demostrar mi fe -dijo el otro. Llegaron por la noche a lo alto del monte y escucharon una voz en la oscuridad. -¡Cargad vuestros caballos con las piedras del suelo! -¿Ves? -dijo el primer caballero-. Después de subir tanto, aún nos hace cargar con más peso. ¡Jamás obedeceré! El segundo caballero hizo lo que la Voz decía. Cuando acabaron de bajar el monte, llegó la aurora y los primeros rayos de sol iluminaron las piedras que el caballero piadoso había recogido. Eran diamantes puros. Dice el maestro: Las decisiones de Dios son misteriosas, pero siempre son a nuestro favor.
Dice el maestro: Querido discípulo, he de darte una noticia que tal vez todavía no sepas. Pensé en suavizarla, en pintarla de colores más brillantes, llenarla de promesas del Paraíso, visiones de lo Absoluto, explicaciones esotéricas pero, aunque todo eso exista, no viene ahora al caso. Respira profundamente y prepárate. Debo ser directo y franco, y puedo asegurarte que tengo la absoluta certeza de lo que estoy diciendo. Es una previsión infalible, sin margen de error. La noticia es la siguiente: vas a morir. Puede ser mañana, o dentro de cincuenta años, pero, tarde o temprano, vas a morir. Aunque no estés de acuerdo. Aunque tengas otros planes. Piensa cuidadosamente lo que vas a hacer hoy. Y mañana. Y el resto de tus días.
Un explorador blanco, ansioso por llegar cuanto antes a su destino en el corazón de África, ofreció una paga extra a sus porteadores para que anduviesen más de prisa. Durante varios días, los porteadores apuraron el paso. Una tarde, sin embargo, se sentaron todos en el suelo y posaron la carga, negándose a continuar. Por más dinero que les ofreciese, los indígenas no se movían. Finalmente, cuando el explorador pidió una explicación para aquel comportamiento, obtuvo la siguiente respuesta: -Hemos andado demasiado de prisa, y ya no sabemos ni lo que estamos haciendo. Tenemos que esperar a que nuestras almas nos alcancen.
Nuestra Señora, con el Niño Jesús en brazos, bajó a la Tierra para visitar un monasterio. Orgullosos, los frailes hicieron cola para honrarla; uno declamó poemas, otro mostró miniaturas para la Biblia, otro recitó el nombre de los santos. Al final de la cola se encontraba un padre humilde, que no había tenido la suerte de instruirse con los sabios de la época. Sus padres eran personas sencillas, que trabajaban en un circo. Cuando llegó su turno, los monjes intentaron dar por terminado el homenaje, por miedo a que comprometiese la imagen del monasterio. Pero él también quería demostrar su amor por la Virgen. Avergonzado, sintiendo la mirada de reproche de sus hermanos, sacó unas naranjas de su zurrón y empezó a lanzarlas al aire, haciendo malabarismos que sus padres le habían enseñado en el circo. Fue en ese momento cuando el Niño Jesús sonrió, y empezó a hacer palmas de alegría. Sólo a él la Virgen le tendió los brazos, y lo dejó coger un poco a su hijo.
No intentes ser coherente todo el tiempo. A fin de cuentas, san Pablo dijo que «la sabiduría del mundo es locura ante Dios». Ser coherente es llevar siempre la corbata a juego con los calcetines. Es estar obligado a tener mañana las mismas opiniones que tenías hoy. Y el movimiento del mundo, ¿dónde se queda? Mientras no perjudiques a nadie, cambia de opinión de vez en cuando, contradícete sin avergonzarte por ello. Tienes ese derecho. No importa lo que piensen los demás porque, en cualquier caso, pensarán. Así que, relájate. Deja que el Universo se mueva en torno a ti, descubre la alegría de sorprenderte a ti mismo. «Dios escogió las locuras del mundo para avergonzar a los sabios.»
Dice el maestro: Hoy estaría bien hacer algo fuera de lo común. Podemos, por ejemplo, bailar por la calle mientras nos dirigimos al trabajo. Mirar a los ojos a un desconocido y hablar de amor a primera vista. Sugerirle al jefe una idea que puede parecer ridícula, pero en la que creemos. Comprar el instrumento que siempre quisimos tocar, pero nunca nos atrevimos. Los guerreros de la luz se permiten días así. Hoy podemos llorar por algunas viejas penas que aún están presas en nuestra garganta. Llamaremos a alguien a quien juramos que no volveríamos a hablar, pero de quien desearíamos escuchar un mensaje en nuestro contestador automático. Hoy puede considerarse como un día fuera de la agenda en la que escribimos todas las mañanas. Hoy cualquier falta será admitida y perdonada. Hoy es día de sentir alegría por la vida.
El científico Roger Penrose caminaba con algunos amigos, conversando animadamente. Guardaron silencio un solo momento, para cruzar la calle. -Recuerdo que, mientras cruzaba, se me ocurrió una idea increíble -dice Penrose-. Sin embargo, al llegar a la otra acera, retomamos el asunto pero no conseguí recordar lo que había pensado unos segundos antes. Hacia el final de la tarde, Penrose empezó a sentirse eufórico, sin entender por qué. -Tenía la sensación de que algo importante me había sido revelado -dice. Decidió recapitular cada minuto del día y, al recordar el momento en el que cruzaba la calle, la idea volvió. Esta vez consiguió escribirla. Era la teoría de los agujeros negros, una verdadera revolución de la física moderna. Volvió a surgir porque Penrose consiguió acordarse del silencio que guardamos siempre que cruzamos una calle.
Cuando san Antonio vivía en el desierto, se le acercó un joven: -Padre, vendí todo lo que tenía y se lo di a los pobres. Sólo conservé unas cuantas cosas de las que valerme para sobrevivir aquí. Me gustaría que me enseñases el camino de la salvación. San Antonio le pidió que vendiese las pocas cosas que había conservado y que, con el dinero, comprase carne en la ciudad. A la vuelta, debía traer la carne atada a su cuerpo. El muchacho obedeció. Al volver, fue atacado por perros y halcones, que querían un trozo de carne. -Ya he vuelto -dijo el muchacho, enseñándole el cuerpo arañado y las ropas hechas harapos. -Aquellos que dan un nuevo paso y todavía pretenden mantener un poco de su antigua vida, acaban dilacerados por el propio pasado -fue el comentario del santo.