Dice el maestro: Benditas todas las gracias que Dios te dé hoy. La gracia no se puede ahorrar; no existe un banco en el que podamos depositar las gracias recibidas, para usarlas según nuestra voluntad. Si no aprovechas estas bendiciones, las perderás irremediablemente. Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da moldes para esculturas, otro día nos da pinceles y lienzo, o una pluma para escribir. Jamás podremos utilizar los moldes en el lienzo, ni las plumas en esculturas; Todos los días, su milagro. Acepta las bendiciones, trabaja, y crea tus pequeñas obras de arte hoy. Mañana recibirás más. El monasterio a orillas del río Piedra está cercado por una linda vegetación, un verdadero oasis en los campos estériles de esa parte de España. Allí, el pequeño río se transforma en una caudalosa corriente, y se divide en docenas de cascadas. El viajero camina por aquel lugar, escuchando la música del agua. De repente, una gruta, bajo una de las cascadas, llama su atención. Mira detenidamente la piedra gastada por el tiempo, las bellas formas que la naturaleza crea con paciencia. Y descubre, escritos en una placa, los versos de R. Tagore: «No fue el martillo el que dejó perfectas estas piedras, sino el agua, con su dulzura, su danza, y su canción. Donde la dureza sólo consigue destruir, la suavidad consigue esculpir.»
Dice el maestro: Mucha gente tiene miedo de la felicidad. Para esas personas, esta palabra significa cambiar una serie de hábitos y perder su propia identidad. Muchas veces nos sentimos indignos de las cosas buenas que nos ocurren. No las aceptamos porque, al hacerlo, tenemos la sensación de que le debemos algo a Dios. Pensamos: «Es mejor no probar el cáliz de la felicidad, porque cuando nos falte sufriremos mucho.» Por miedo a mermar, dejamos de crecer. Por miedo a llorar, dejamos de reír.
En el monasterio de Sceta se vivió, cierta tarde, la ofensa de un monje a otro. El prior del monasterio, el padre Sisois, pidió al monje ofendido que perdonase a su agresor. -De ninguna manera -respondió el monje-.Él lo hizo, y él tendrá que pagar. En ese mismo momento, el padre Sisois levantó los brazos y comenzó a rezar. -Jesús, ya no te necesitamos. Ya somos capaces de hacer que los agresores paguen por sus ofensas. Ya somos capaces de vengarnos y de cuidar del Bien y del Mal. Así que, Señor, puedes apartarte de nosotros sin problema. El monje, avergonzado, perdonó inmediatamente a su hermano.
– Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario. Entonces, ¿por qué estamos juntos? -preguntó uno de los discípulos. -Estáis juntos porque un bosque siempre es más fuerte que un árbol solitario -respondió el maestro-. El bosque mantiene la unidad, resiste mejor un huracán, ayuda al suelo a ser fértil. Pero lo que hace al árbol fuerte es su raíz. Y la raíz de una planta no puede ayudar a otra planta a crecer.»Estar juntos en el mismo propósito y dejar que cada uno crezca a su manera, éste es el camino de los que desean comulgar con Dios.
Cuando el viajero tenía diez años, su madre lo obligó a hacer un curso de educación física. Uno de los ejercicios consistía en saltar de un puente al agua. Se moría de miedo. Se quedaba en el último lugar de la cola, y sufría cada vez que uno de los otros niños saltaba delante de él, porque en breve llegaría el momento de su salto. Un día, el profesor, al ver su miedo, lo obligó a saltar el primero. Tuvo el mismo miedo, pero pasó tan rápido que empezó a tener coraje. Dice el maestro: Muchas veces hay que darle tiempo al tiempo. Otras veces, hay que remangarse y resolver la situación. En este caso, no existe peor cosa que retrasarlo.
Buda estaba reunido una mañana con sus discípulos cuando se les acercó un hombre.-¿Existe Dios? -preguntó. -Sí -respondió Buda. Después de comer, se acercó otro hombre. -¿Existe Dios? -quiso saber. -No, no existe -dijo Buda. Al final de la tarde, un tercer hombre hizo la misma pregunta.-¿Existe Dios? -Tendrás que decidirlo tú mismo -respondió Buda. -Maestro, ¡qué absurdo! -dijo uno de sus discípulos-. ¿Cómo puedes dar respuestas diferentes a la misma pregunta? -Porque son personas diferentes -respondió el Iluminado-. Y cada una de ellas se acercará a Dios a su manera: a través de la certeza, de la negación y de la duda.
Somos seres preocupados por actuar, hacer, decidir, prevenir. Siempre estamos intentando planear alguna cosa, concluir otra, descubrir una tercera. No hay nada erróneo en ello; a fin de cuentas, así es cómo construimos y cambiamos el mundo. Pero forma parte de la experiencia de la vida el acto de la Adoración. Parar de vez en cuando, salir de uno mismo, permanecer en silencio ante el Universo. Arrodillarse en cuerpo y alma. Sin pedir, sin pensar, incluso sin agradecer nada. Simplemente vivir el amor silencioso que nos envuelve. En esos momentos, algunas lágrimas inesperadas, que no son de alegría ni de tristeza, pueden brotar. No te sorprendas. Es un don. Esas lágrimas están lavando tu alma.
Dice el maestro: Si tienes que llorar, llora como los niños. Fuiste niño un día, y una de las primeras cosas que aprendiste en la vida fue llorar, porque forma parte de la existencia. Jamás olvides que res libre, y que mostrar emociones no es una vergüenza. Grita, solloza en alto, haz ruido si te da la gana, porque así lloran los niños, y ellos conocen la manera más rápida de sosegar sus corazones. ¿Te has fijado en cómo dejan de llorar los niños? Algo los distrae, algo llama su atención hacia una nueva aventura. Los niños dejan de llorar muy rápido. Eso mismo te pasará a ti, pero sólo si lloras como llora un niño.
El viajero come con una amiga abogada en Fort Lauderdale. Un borracho muy animado en la mesa de al lado intenta buscar conversación todo el tiempo. A cierta altura de la conversación, la amiga le pide al borracho que se calle. Pero él insiste: -¿Por qué? He hablado de amor como un hombre sobrio nunca habla. He demostrado alegría, he intentado comunicarme con desconocidos, ¿qué hay de malo en ello? -No es el momento oportuno -responde ella. -¿Quiere decir que existe una hora oportuna para mostrar felicidad? Después de esta frase, invitan al borracho a su mesa.
Dice el maestro: Debemos cuidar nuestro cuerpo, ya que es el templo del Espíritu Santo y merece nuestro respeto y nuestro cariño. Debemos aprovechar al máximo nuestro tiempo, es necesario luchar por nuestros sueños, y tenemos que concentrar nuestros esfuerzos en este sentido. Pero es preciso no olvidar que la vida se compone de pequeños placeres. Fueron creados para estimularnos, ayudarnos en nuestra búsqueda, darnos momentos de reposo mientras libramos nuestras batallas diarias. No existe pecado alguno en ser feliz. No existe ningún error en, alguna que otra vez, transgredir ciertas normas de alimentación, de sueño, de alegría. No te culpes si, de vez en cuando, pierdes el tiempo con tonterías. Son los pequeños placeres los que nos dan los grandes estímulos.
Mientras el maestro viajaba para divulgar la palabra de Dios, la casa en la que vivía con sus discípulos ardió. -El nos confió este lugar, y no supimos cuidarlo correctamente -dice uno de los discípulos. Inmediatamente, comienzan a reconstruir lo que ha quedado tras el incendio, pero el maestro vuelve antes de lo previsto, y ve los trabajos de reconstrucción.-Bueno, vamos mejorando: ¡una casa nueva! -dice con alegría. Uno de los discípulos, avergonzado, le cuenta la verdadera historia: la casa en la que vivían había sido destruida por las llamas. -No acabo de entender lo que me cuentas -responde el maestro-. Lo que veo son hombres con fe en la vida, comenzando una nueva etapa. Los que perdieron lo único que tenían están en mejor posición que mucha gente; porque, a partir de ahora, sólo pueden ganar.
El pianista Artur Rubinstein se retrasó para la comida en un importante restaurante de Nueva York. Sus amigos empezaron a preocuparse, pero Rubinstein finalmente apareció, acompañado de una rubia espectacular a la que doblaba la edad. Aunque conocido por su tacañería, esa tarde pidió los platos más caros, y los vinos más raros y sofisticados. Al final, pagó la cuenta con una sonrisa en los labios. -Sé que debe de extrañaros -dijo Rubinstein-, pero hoy fui al abogado a hacer mi testamento. Le dejé una buena cantidad a mi hija, a mis parientes, hice generosas donaciones a obras de caridad. De repente, me di cuenta de que yo no estaba incluido en mi testamento: ¡todo era para los demás!» A partir de ese momento decidí tratarme con más generosidad.
Dice el maestro: Si recorres el camino de tus sueños, comprométete con él. No dejes la puerta de salida abierta, con la disculpa de: «Esto no es lo que quería.» Esta frase guarda en sí misma la semilla de la derrota. Asume tu camino. Aunque tengas que dar pasos inciertos, aunque sepas que puedes hacer mejor lo que estás haciendo. Si aceptas tus posibilidades en el presente, con toda certeza, mejorarás en el futuro. Pero si niegas tus limitaciones, jamás te librarás de ellas. Afronta tu camino con coraje, no tengas miedo de las críticas de los demás. Y, sobre todo, no te dejes paralizar por tus propias críticas. Dios estará contigo en las noches de insomnio, y enjugará las lágrimas ocultas con Su amor. Dios es el Dios de los valientes.