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El maestro pidió a sus discípulos que consiguiesen comida. Estaban de viaje, y no podían alimentarse correctamente. Los discípulos volvieron al final de la tarde. Cada uno traía lo poco conseguido de la caridad ajena: frutas ya podridas, pan duro, vino rancio. Uno de los discípulos, sin embargo, traía un saco de manzanas maduras. -Haré siempre todo lo posible para ayudar a mi maestro y a mis hermanos -dijo él, compartiendo las manzanas con los demás. -¿De dónde has sacado esto? -preguntó el maestro. -Tuve que robarlas -respondió el discípulo-.La gente sólo me daba comida pasada, aun sabiendo que predicamos la palabra de Dios. -Pues márchate con tus manzanas, y no vuelvas nunca más -dijo el maestro-. Aquel que roba por mí, acabará robándome también a mí.

Partimos por el mundo en busca de nuestros sueños e ideales. Muchas veces ponemos en lugares inaccesibles lo que está al alcance de la mano. Cuando descubrimos el error, sentimos que hemos perdido el tiempo, buscando lejos lo que estaba cerca. Nos culpamos por los pasos equivocados, por la búsqueda inútil, por los disgustos que causamos. Dice el maestro: Aunque el tesoro esté enterrado en tu casa, sólo lo descubrirás cuando te alejes. Si Pedro no hubiese experimentado el dolor de la negación, no hubiese sido escogido jefe de la Iglesia. Si el hijo pródigo no lo hubiese abandonado todo, no habría sido recibido con honores por su padre. Hay ciertas cosas en nuestras vidas que tienen un sello que dice: «Sólo te darás cuenta de mi valor cuando me pierdas y luego me recuperes.» No sirve de nada querer acortar el camino.

El maestro se reunió con su discípulo preferido y le preguntó cómo iba su progreso espiritual. El discípulo respondió que había conseguido dedicar a Dios todos los momentos del día. -Entonces, sólo falta que perdones a tus enemigos -dijo el maestro. El discípulo se volvió, sorprendido. -¡Pero no es necesario! ¡No siento rabia hacia mis enemigos! -¿Crees que Dios siente rabia hacia ti? -preguntó el maestro. -¡Claro que no! -respondió el discípulo. -Pero aun así pides Su perdón, ¿no es verdad? Haz lo mismo por tus enemigos, aunque no sientas odio hacia ellos. Quien perdona lava y perfuma su propio corazón.

El joven Napoleón temblaba como una vara verde durante los feroces bombardeos del cerco de Toulon. Un soldado, al verlo así, lo comentó con los demás: -¡Mirad, está muerto de miedo! -Sí -respondió Napoleón-. Pero sigo combatiendo. Si tú sintieses la mitad del pavor que yo siento, ya habrías huido hace mucho tiempo. Dice el maestro: El miedo no es señal de cobardía. Es él el que nos da la posibilidad de reaccionar con bravura y dignidad ante las situaciones de la vida. Quien siente miedo, y a pesar de ello sigue adelante, sin dejarse intimidar, está demostrando su valentía. Quien, sin embargo, se enfrenta a situaciones arriesgadas sin darse cuenta del peligro, simplemente demuestra irresponsabilidad.

El viajero está en una fiesta de San Juan, con tenderetes, tiro al blanco, comida casera. De repente, un payaso comienza a imitar todos sus gestos. La gente se ríe, y él también se divierte. Al final, lo invita a tomar un café. -Comprométete con la vida -dice el payaso-. Si estás vivo, tienes que sacudir los brazos, saltar, hacer ruido, reír y hablar con la gente, porque la vida es exactamente lo opuesto a la muerte.»Morir es quedarse siempre en la misma posición. Si estás muy quieto, no vives.

Un poderoso monarca llamó a un santo padre, del que todos decían que tenía poderes curativos, para que lo ayudase con sus dolores de columna. -Dios nos ayudará -dijo el hombre santo-. Pero antes vamos a entender la razón de estos dolores. La confesión hace que el hombre se enfrente con sus problemas, y lo libera de muchas cosas. Y el sacerdote empezó a preguntarlo todo sobre la vida del rey, desde cómo trataba a su prójimo hasta las angustias y aflicciones de su reinado. El rey, molesto por tener que pensar en problemas, se volvió hacia el hombre santo. -No quiero hablar de esos asuntos. Por favor, traedme a alguien que cure sin hacer preguntas. El padre salió y volvió media hora después con otro hombre. -Este es el hombre que necesitáis -dijo él-. Mi amigo es veterinario. No acostumbra a hablar con sus pacientes.

Discípulo y maestro iban por el campo una mañana. El discípulo pedía una dieta necesaria para la purificación. Por más que el maestro insistiese en que todo alimento es sagrado, el discípulo no quería creerlo. -Debe de existir una comida que nos acerque a Dios -insistía el discípulo. -Bueno, tal vez tengas razón. Aquellas setas de allí, por ejemplo -dijo el maestro. El discípulo se animó, pensando que las setas le traerían la purificación y el éxtasis. Pero soltó un grito en cuanto se acercó: -¡Son venenosas! ¡Si me como una, moriré al instante! -exclamó, horrorizado. -Aparte de ésta, no conozco ninguna otra manera de acercarse a Dios por medio de la alimentación -respondió el maestro.

En el invierno de 1981, el viajero camina con su mujer por las calles de Praga, cuando ve a un muchacho dibujando los edificios de su alrededor. Le gusta uno de los dibujos y decide comprarlo. Al tenderle el dinero, se da cuenta de que el muchacho no lleva guantes, a pesar de la temperatura de cinco grados bajo cero. -¿Por qué no usas guantes? -pregunta. -Para poder coger el lápiz. Conversan un poco sobre Praga. El muchacho decide dibujar el rostro de la mujer del viajero, sin cobrar nada. Mientras espera a que el dibujo esté listo, el viajero se percata de que algo extraño ha ocurrido; ha hablado durante casi cinco minutos con el muchacho, sin que ninguno de los dos hablase la lengua del otro. Habían sido simplemente gestos, sonrisas, expresiones faciales, pero la voluntad de compartir algo hizo que entrasen en el mundo del lenguaje sin palabras.

Un amigo llevó a Hassan hasta la puerta de una mezquita, donde un ciego pedía limosna. -Este ciego es el hombre más sabio de nuestro país -dijo. -¿Cuánto tiempo hace que sois ciego? -preguntó Hassan. -Desde que nací -respondió el hombre. -¿Y qué fue lo que os convirtió en sabio? -Como no me conformaba con mi ceguera, intenté ser astrónomo -respondió el hombre-.Ya que no podía ver el cielo, me vi obligado a imaginar las estrellas, el sol, las galaxias. A medida que me iba acercando a la obra de Dios, me fui acercando a su Sabiduría.

En un remoto bar de España, cerca de una población llamada Olite, hay un cartel escrito por su dueño: «Justo cuando conseguí encontrar todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas.» Dice el maestro: Siempre estamos muy ocupados buscando respuestas; consideramos respuestas cosas importantes para comprender el sentido de la vida. Es más importante vivir plenamente, y dejar que sea el propio tiempo el que se encargue de revelarnos los secretos de nuestra existencia. Si estamos demasiado ocupados en encontrar un sentido, no dejamos que la naturaleza actúe, y somos incapaces de leer las señales de Dios.

Una leyenda australiana cuenta la historia de un hechicero que paseaba con sus tres hermanas cuando se les acercó el más famoso guerrero de aquellos tiempos. -Quiero casarme con una de estas tres bellas doncellas -dijo. -Si una de ellas se casa, las otras sufrirán. Busco una tribu en la que los guerreros puedan tener tres mujeres -respondió el hechicero, apartándose. Durante tres años, caminó por el continente australiano, sin conseguir encontrar tal tribu. -Por lo menos una de nosotras podría haber sido feliz -dijo una de las hermanas, cuando ya estaban viejos y cansados de tanto andar. -Estaba equivocado -respondió el hechicero-.Pero ahora ya es tarde. Y transformó a las tres hermanas en bloques de piedra, para que quien por allí pasase pudiese entender que la felicidad de uno no significa la tristeza de otros.

El periodista Wagner Carelli fue a entrevistar al escritor argentino Jorge Luis Borges. Al terminar la entrevista, se quedaron conversando sobre el lenguaje que existe más allá de las palabras, y sobre la inmensa capacidad que el ser humano tiene para entender a su prójimo. -Le voy a poner un ejemplo -dijo Borges. Y empezó a decir algo en una lengua extraña. Al final, le preguntó de qué se trataba. Antes de que Wagner pudiese decir nada, el fotógrafo que estaba con él respondió: -Es el padrenuestro. -Exacto -dijo Borges-. Y lo estaba recitando en finlandés. Un domador de circo consigue mantener a un elefante aprisionado porque usa un truco muy simple: cuando el animal aún es una cría, amarra una de sus patas a un tronco muy gordo. Por más que lo intente, el pequeño elefante no consigue soltarse. Poco a poco, se va acostumbrando a la idea de que el tronco es más poderoso que él. Al hacerse adulto, y dueño dé una fuerza descomunal, basta con rodear con una cuerda la pata del elefante y amarrarla a una estaca, ya que no intentará soltarse, porque recuerda que ya lo intentó muchas veces y no lo consiguió. Al igual que los elefantes, nuestros pies también están amarrados a algo pequeño; pero, como desde niños, nos acostumbramos al poder de ese tronco, no osamos hacer nada. Sin saber que basta un simple gesto de coraje para descubrir toda nuestra libertad.