Brunetti aprovechó la oportunidad para abordar a la mujer.
– Signora -dijo acercándose.
Ella levantó la mirada y lo reconoció al instante, pero no dijo nada. Brunetti vio que había envejecido más años que meses habían transcurrido. Tenía las mejillas chupadas y los labios surcados de pliegues. Daba la impresión de que hacía mucho tiempo que no sabía lo que era dormir toda la noche.
Ella bajó la mirada y dijo en voz tan susurrante que él tuvo que inclinar la cabeza para oírla:
– Dígame lo que tenga que decir antes de que él vuelva. -Hablaba apresuradamente, lanzando miradas hacia la izquierda, donde su marido conversaba con el hombre.
– ¿Ha leído todos los papeles de su caso, signora? -preguntó él.
Ella asintió.
– ¿También el informe de la autopsia?
Ella abrió mucho los ojos y los cerró un momento. Él lo interpretó como una afirmación, pero quería oírselo decir.
– ¿Lo ha leído?
– Sí -dijo ella.
– Pues entonces ya sabe que ella era virgen.
La mujer abrió la boca y él vio que le faltaban dos incisivos de abajo, que no se había preocupado de sustituir.
– Él me dijo… -empezó, pero calló y miró hacia su marido con ansiedad.
– Por supuesto, signora -dijo Brunetti y dio media vuelta, dejándola con los hombres de su vida.
DONNA LEON