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—Neasdon asegura que la víctima fue estrangulada por un hombre —confesó de mala gana Weston—. Grandes manos... poderosa presión. Claro que una mujer de complexión atlética podría haberlo hecho, pero es muy poco probable.

—Exactamente —asintió Poirot—. Arsénico en una taza de té una caja de bombones envenenados... un cuchillo... hasta una pistola... Pero estrangulación, ¡no! Es un hombre lo que tenemos que buscar. Y el asunto no es fácil. Hay en este hotel dos personas que tenían motivos para desear la desaparición de Arlena Marshall, pero ambas son mujeres.

—¿Es la esposa de Redfern una de ellas? —preguntó el coronel Weston.

—Sí. Mistress Redfern pudo proponerse matar a, Arlena Stuart. Tenía, por decirlo así, amplios motivos. Creo también que a mistress Redfern le hubiera sido posible cometer un asesinato. Pero no esta clase de asesinato. A pesar de su desdicha y de sus celos, no es, a mi juicio, mujer de pasiones fuertes. En amor será abnegada y fiel, pero no apasionada. Como acabo de decir, arsénico en una taza de té, posiblemente; estrangulación, ¡no! Estoy también seguro de que es físicamente incapaz de cometer este crimen, ya que sus manos y pies son más pequeños de lo corriente.

—No, no es el crimen de una mujer —convino Weston—. Tuvo que cometerlo un hombre.

El inspector Colgate tosió.

—Permítame apuntar una solución, señor. Supongamos que antes de conocer a mister Redfern, la dama tuvo otro devaneo con alguien que llamaremos X. A este X lo desdeñó por mister Redfern. X enloqueció de rabia y celos. La siguió hasta aquí, se alojó en algún sitio de los alrededores, luego entró en la isla y mató a su antigua amada. ¡Es una posibilidad!

—Lo es —convino Weston—. Y de ser cierta, será fácil de probar. ¿El misterioso X vino a pie o en bote? Lo último parece más probable. De ser así, tuvo que alquilar un bote en alguna parte. Ordene que se hagan las correspondientes averiguaciones.

Miró a Poirot y preguntó:

—¿Qué opina usted de la sugestión de Colgate?

—Que deja demasiado lugar a la probabilidad —contestó lentamente Poirot—. Y, además, hay algo en el cuadro que no es verdad. No puedo imaginarme a ese hombre, al hombre que enloqueció de rabia y celos.

—Recuerde usted, señor, que la cosa no tiene nada de particular. El caso de Redfern..

—Sí, sí... Pero así y todo.

Colgate miró interrogador.

—Aquí hay algo —añadió Poirot, frunciendo el ceño— que se nos ha pasado inadvertido.

Capítulo VI

El coronel Weston leyó en voz alta las páginas del registro del hotel.

    Mayor Cowan y señora...............

 Leatherhead. Regimiento de Caballería.

- Miss 

Pamela Cowan.

- Master 

Robert Cowan

    Señores Masterman:.................

 5 Marlborough Avenue, Londres N. W.

- Mister 

Edward Masterman.

- Miss 

Jennifer Masterman.

- Mister 

Roy Masterman.

    -

Master 

Frederick Masterman.

    Señores Gardener...................

 Nueva York.

    Señores Redfern....................

 Crossgates, Seldon, Princess Risborough.

    Mayor Barry........................

 18 Cardon Street, St. James, Londres, S. W. 1.

Mister 

Horace Blatt................

 5 Pickergill Street, Londres, E. C. 2.

Mister 

Hércules Poirot.............

 Whitehaven Mansion’s, Londres, W. 1.

Miss 

Rosamund Darnley..............

 8 Cardigan Court, W. 1.

Miss 

Emily Brewster................

 Southgates, Sunburi-on-Thames.

    Rev. Stephen Lane..................

 Londres.

    Capitán Marshall y señora..........

 73 Upcott Mansion’s, Londres. S. W. 7.

    -

Miss 

Linda Marshall.

Se detuvo.

—Creo, señor —dijo el inspector Colgate—, que podemos borrar las dos primeras familias. La señora Castle me dijo que los Masterman y los Cowan vienen aquí regularmente todos los veranos con sus hijos. Esta mañana salieron a pasar el día en el mar y se llevaron la comida. Marcharon poco después de las nueve. Un individuo llamado Andrew Baston los llevó. Lo comprobaremos con él, pero creo que ya desde ahora podemos excluir a esa gente.

Weston asintió.

—De acuerdo. Eliminaremos todos los que podamos. ¿Puede usted hacernos alguna indicación sobre cada uno de los restantes, Poirot?

—Superficialmente, es fácil —dijo Poirot—. Los Gardener son un matrimonio de mediana edad, pacíficos y andariegos. En la conversación todo el gasto lo hace la mujer. El se limita a asentir. Juega al tenis y al golf, y tiene una especie de laconismo que resulta atractivo cuando se acostumbra uno a él.

—No parecen sospechosos —sentenció Weston.

—Luego vienen los Redfern. Mister Redfern es joven, atractivo para las mujeres, magnífico nadador, buen jugador de tenis y consumado bailarín. De su esposa ya les he hablado. Es mujer sencilla, bonita dentro de su sencillez y muy enamorada de su marido. Tiene algo de que carecía Arlena Marshall.

—¿Qué es ello?

—Talento.

—El talento no sirve para nada cuando le ciega a uno la pasión —suspiró el inspector Colgate.

—Quizá, no. Y, sin embargo, estoy convencido de que, a pesar de su apasionamiento por mistress Marshall, Patrick Redfern quiere realmente a su esposa.

—Bien pudiera ser, señor. No sería la primera vez que eso sucede.

—¡Eso es lo lastimoso del caso! —murmuró Poirot—. El cariño en esas condiciones es lo que más trabajo cuesta hacer creer a las mujeres.

«El mayor Barry, siguió diciendo Poirot, es un retirado del Ejército de la India. Gran admirador de las mujeres. Recitador de largas y aburridas historias.

—No necesita usted decir más —suspiró el inspector Colgate—. He tenido que aguantar algunas por desgracia.

Mister Horace Blatt —siguió Poirot— es, al parecer, hombre rico. Habla mucho siempre acerca de mister Blatt. Quiere ser amigo de todo el mundo. El detalle es triste, porque nadie le aprecia mucho. Y hay algo más. Mister Blatt me hizo anoche muchas preguntas. Mister Blatt estaba tranquilo. Hay algo no del todo claro en ese mister Blatt.

Hizo una pausa y prosiguió con un cambio de voz:

—Viene a continuación miss Rosamund Darnley. Su nombre profesional es Rose Mond, Ltda. Es una afamada modista. ¿Qué diré de ella? Tiene talento, chic y simpatía. No es mal parecida —Hizo una pausa y añadió—: Y es una antigua amiga del capitán Marshall.

—¡Oh, no lo sabia! —exclamó Weston, incorporándose en su asiento.

—No se habían visto desde hace años.

—¿Sabía ella que él iba a venir aquí? —preguntó Weston.

—Dice que no.

Poirot reflexionó unos instantes y prosiguió:

—¿Quién viene ahora? Miss Brewster. Yo la encuentro un poco alarmante. Tiene voz de hombre, está siempre malhumorada y es muy vigorosa. Rema y juega magníficamente al golf... Creo, no obstante, que tiene un inmejorable corazón.

—Nos queda solamente el reverendo Stephen Lane —dijo Weston—. ¿Quién es el reverendo Stephen Lane?