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—¿No le sugirió a usted la voz alguna persona conocida?

—No. Era demasiado baja, como he dicho.

—Muchas gracias, mistress Redfern.

2

Cuando se cerró, la puerta detrás de Cristina Redfern, el inspector Colgate exclamó:

—¡Parece que ahora vamos a alguna parte!

—¿Lo cree usted así? —preguntó Weston.

—No hay duda, señor. Alguien de este hotel explotaba a la dama.

—Pero no fue el malvado chantajista quien murió —murmuró Poirot—. Fue la víctima.

—Confieso que esa es una pequeña contrariedad —dijo el inspector. Los chantajistas no tienen la costumbre de estrangular a sus víctimas. Pero la existencia de uno de estos personajes sugiere una razón para la extraña conducta de mistress Marshall esta mañana. Tenía una entrevista con el individuo que la estaba explotando, y no quería que se enterase ni su marido ni Redfern.

—Ciertamente que explica ese punto —convino Poirot.

—Piensen ahora en el sitio elegido —prosiguió el inspector Colgate—. No podría encontrarse otro más apropiado. La dama sale en su esquife. Nada más natural. Es lo que hace todos los días. Se dirige a la Ensenada del Duende, donde nadie va por las mañanas y que es un lugar silencioso y tranquilo para una entrevista.

—También a mí me llamó la atención ese detalle —dijo Poirot—. Es, como usted dice, un sitio ideal para una entrevista. Solitario, solamente accesible desde la parte de tierra por una escalerilla vertical que no todo el mundo se atreve a utilizar. Además, la mayor parte de la playa es invisible desde arriba a causa del peñasco que sobresale. Y tiene otra ventaja. Mister Redfern me habló de esto un día. En la playa hay una cueva, cuya entrada no es fácil de encontrar, pero donde puede uno esperar sin ser visto.

—Recuerdo haber oído hablar de la Cueva del Duende— dijo Weston.

—Yo hacía años que no la oía mencionar —intervino Colgate—. Será conveniente que le echemos un vistazo. A lo mejor encontramos allí una pista.

—Tiene usted razón —dijo Weston—. Hemos encontrado la solución a una parte del enigma. ¿Por qué fue mistress Marshall a la Cueva del Duende? Pero necesitamos la otra mitad de la solución: ¿Con quién tenía que encontrarse allí? Presumiblemente, con alguien que para en este hotel y que no será un enamorado..

Volvió a abrir el registro.

—Excluyendo los camareros, «botones», y demás, a quienes no creo chantajistas probables, tenemos los siguientes individuos: Gardener el americano, el mayor Barry, mister Horace Blatt y el reverendo Stephen Lane.

—Todavía podemos acortar un poco la lista, señor —dijo el inspector Colgate—. Creo que podemos excluir también al americano. Estuvo toda la mañana en la playa. ¿No es cierto, mister Poirot?

—Estuvo un rato ausente cuando fue a buscar un ovillo de lana para su mujer —contestó Poirot.

—Oh, bien; eso no vale la pena de tomarlo en cuenta —dijo Colgate.

—¿Y qué hay de los otros tres? —preguntó Weston.

—El mayor Barry salió a las diez de la mañana. Regresó a la una y media. Mister Lane madrugó más todavía. Desayunó a las ocho. Dijo que iba a dar un paseo largo. Mister Blatt salió en yola a las nueve y media, como hace casi todos los días. Ninguno de ellos ha regresado todavía.

—Bien —indicó Weston—; cambiaremos unas palabras con el mayor Barry... ¿y quién más se encuentra aquí? Rosamund Darnley. Y miss Brewster, la señorita que encontró el cadáver en unión de Redfern. ¿Qué opinión tiene usted de esa señorita, Colgate?

—Es una infeliz. No hay que contar con ella.

—¿Expresó alguna opinión sobre la muerta?

El inspector hizo un gesto negativo.

—No creo que tenga nada que decirnos, señor, pero de todos modos nos aseguraremos. También se encuentran los americanos en el hotel.

—Los interrogaremos a todos —dijo el coronel Weston—. Quizá podamos averiguar algo... aunque sólo sea del asunto del chantaje.

3

Mister y mistress Gardener comparecieron juntos ante la autoridad.

Mistress Gardener inició su explicación inmediatamente:

—Espero que comprenderá usted lo que voy a decirle, coronel Weston, ¿es así como se llama usted? —Segura sobre este punto, prosiguió—: Lo sucedido ha sido un golpe terrible para mí y para mister Gardener, siempre cuidadoso de mi salud...

—Mi señora es una mujer muy sensible —intercaló mister Gardener.

—Cuando me llamó usted, me dijo: «Pues claro que te acompañaré, Carrie». Los dos sentimos la mayor admiración por los métodos de la policía británica. A mí siempre me han dicho que los procedimientos de la policía ingle»a son los más refinados y delicados, cosa que nunca he puesto en duda, y recuerdo que una vez que perdí una pulsera en el Hotel Savoy no he conocido a nadie más amable y simpático que el joven que vino a hablarme del asunto. Realmente yo no había perdido la pulsera, sino que había olvidado dónde la había puesto, y este es el inconveniente de andar siempre de prisa, que olvida una dónde pone las cosas... —Mistress Gardener hizo una pausa, respiró profundamente y prosiguió su discurso—: Vengo, pues, a decirles, y mister Gardener está de acuerdo conmigo, que no deseamos otra cosa que ayudar en lo posible a la policía británica. Así que puede usted preguntarme todo lo que desee, que yo...

El coronel Weston abrió la boca para aprovechar aquella invitación, pero tuvo que aplazarlo momentáneamente en espera de que mistress Gardener terminase.

—¿No es cierto que te lo dije así, Odell?

—Así fue, querida —contestó mister Gardener.

—Tengo entendido, mistress Gardener, que usted y su marido estuvieron toda la mañana en la playa —se apresuró a intercalar el coronel Weston.

Por una vez, mister Gardener fue quien contestó primero.

—Así es —dijo.

—Claro que estuvimos —confirmó mistress Gardener—. Hizo una deliciosa mañana y no teníamos la menor idea de lo que estaba ocurriendo en un rincón de aquella solitaria playa.

—¿No vieron ustedes a mistress Marshall en todo el día?

—No, señor. Por cierto que dije a Odelclass="underline" ¿adónde habrá ido mistress Marshall esta mañana? Luego vimos que su marido la buscaba y que el joven mister Redfern estaba tan impaciente que no paraba en ningún sitio y no hacía más que volver la cabeza para mirar a todo el mundo. Yo me dije: «parece mentira que teniendo una mujercita tan mona ande detrás de esa temible mujer». Porque eso es lo que siempre me ha parecido mistress Marshall, ¿verdad, Odell que te lo dije?

—Sí, querida.

—No puedo explicarme cómo un hombre tan simpático como ese capitán Marshall ha llegado a casarse con ella, y más teniendo una hija tan crecida y sabiendo lo importante que es para las jóvenes educarse bajo una buena influencia. Mistress Marshall no era la persona adecuada, ni por su educación ni por sus principios. Si el capitán Marshall hubiese tenido algún sentido se habría casado con miss Darnley, que es una mujer encantadora y distinguidísima. Debo decir que admiro la manera que ha tenido de abrirse camino montando un negocio de primera clase. Se necesita talento para hacer una cosa como ésa y no tienen ustedes más que mirar a Rosamund Darnley para comprender lo inteligente que es. Puede planear y realizar todo cuanto se proponga por importante que sea. Pueden creer que admiro a esa mujer más de lo que sé expresar. El otro día le dije a mister Gardener que cualquiera podía ver que estaba enamoradísima del capitán Marshall, ¿Verdad, Odell?