»El crimen mismo, fue perfectamente planeado y calculado. Fue, como dije antes, un crimen a base de astucia y cálculo. Su adaptación al tiempo es la obra de un genio.
»En primer lugar, hubo ciertas escenas preliminares: una representada en el acantilado, conocedores ellos de que yo ocupaba el nicho inmediato, escena que consistió en un diálogo convencional entre una esposa celosa y su marido. Más tarde la mujer representó el mismo papel en una escena conmigo. En aquel momento tuve la vaga sensación de haber leído todo aquello en algún libro. No parecía real. Y es que, naturalmente, no lo era. Luego llegó el día del crimen. Era un hermoso día... detalle esencial. El primer acto de Redfern fue deslizarse muy temprano por la puerta del balcón, que abrió desde dentro. (De encontrarse abierta se habría pensado únicamente que alguien había salido por allí a tomar un baño). Bajo su albornoz ocultaba un sombrero chino de color verde, réplica del que Arlena tenía la costumbre de usar. Redfern cruzó luego la isla, descendió por la escalerilla y escondió el sombrero en un determinado lugar detrás de unas rocas. Primera parte.
»La noche anterior había quedado citado con Arlena. Tenían que tomar muchas precauciones para sus entrevistas, pues Arlena empezaba a tener miedo de su marido. Convinieron, pues, en dirigirse a la Ensenada del Duende muy temprano. Nadie acostumbraba a ir allí por la mañana. Redfern se reuniría con ella en aquel sitio, procurando no ser visto. Si Arlena Oía que alguien bajaba por la escalerilla o se presentaba algún bote a la vista, debía esconderse en la Cueva del Duende, cuyo secreto le había él comunicado, y esperar allí hasta que quedase libre la costa. Segunda parte.
»Entretanto, Cristina fue a la habitación de Linda a una hora en que suponía que la joven habría salido para tomar su baño matinal. Alteró entonces el reloj de Linda adelantándolo veinte minutos. Existía, naturalmente, el peligro de que Linda se diese cuenta de que su reloj marchaba mal, pero la contingencia no tenía gran importancia. La verdadera coartada de Cristina estaba en el tamaño de sus manos que la imposibilitaba físicamente para cometer el crimen. No obstante, era conveniente otra coartada adicional. Una vez en la habitación de Linda, advirtió el libro sobre magia y sortilegios, lo abrió por determinada página y lo leyó, y cuando Linda regresó y dejó caer un paquete de velas, se dio cuenta de lo que Linda llevaba en la imaginación. Aquello le inspiró nuevas ideas. El proyecto primitivo de la pareja culpable fue hacer recaer las sospechas sobre Kenneth Marshalclass="underline" de aquí la sustracción de la pipa, un fragmento de la cual tenía que ser colocado al pie de la escalerilla de la ensenada.
»Al regreso de Linda, Cristina consiguió fácilmente que la joven la acompañase a la Ensenada de las Gaviotas. A continuación, Cristina regresó a su habitación, sacó de un maletín un frasco de tintura, se la aplicó cuidadosamente y arrojó por la ventana el frasco vacío, estando a punto de herir a Emily Brewster, que se bañaba en la playa. Tercera parte, realizada felizmente.
»Cristina se puso luego un traje de baño blanco y sobre él un par de pantalones de playa, una larga chaqueta que le cubría por completo los brazos y piernas recientemente bronceados.
»A las diez y cuarto Arlena partió para su cita, y uno o dos minutos después Patrick apareció en la playa dando vivas muestras de sorpresa y ansiedad. La misión de Cristina no podía ser más fácil. Fingiendo que había olvidado su reloj, preguntó a Linda, a las once y veinticinco, qué hora era. Linda consultó su reloj y contestó que las doce menos cuarto. La joven se metió entonces en el mar y Cristina recogió sus bártulos de dibujo. Tan pronto como Linda volvió la espalda, Cristina cogió el reloj de la joven, que había tenido que abandonar forzosamente para meterse en el agua, y lo retrasó hasta que marcó la hora verdadera. Luego subió apresuradamente por el sendero del acantilado, cruzó corriendo la estrecha faja de tierra hasta lo alto de la escalerilla, ocultó su pijama y su caja de dibujo detrás de una roca y descendió rápidamente por la escalerilla como una perfecta gimnasta.
»Arlena se encuentra en la playa preguntándose por qué Patrick tarda tanto. Ve u oye que alguien baja por la escalerilla, observa disimuladamente y descubre con sobresalto que se trata... ¡de la esposa! Abandona entonces apresuradamente la playa y se esconde en la Cueva del Duende.
»Cristina saca el sombrero de su escondite; un falso bucle de pelo cuelga por detrás, y Cristina se tiende en la playa en la apropiada actitud, con el sombrero y el bucle cubriéndole el rostro y el cuello. El ajuste del tiempo es perfecto. Uno o dos minutos después aparece a la vista el bote que lleva a Patrick y Emily Brewster. Recuerden que es Patrick quien se inclina y examina el cuerpo, ¡Patrick quien se muestra destrozado, anonadado por la muerte de su amada! Su testigo había sido cuidadosamente elegido. Miss Brewster perdería— la serenidad, no intentaría subir por la escalerilla, regresaría en bote y dejaría, naturalmente, que Patrick se quedase con el cadáver, «no fuese que el asesino anduviera todavía por allí». Miss Brewster se aleja a fuerza de remos para ir a avisa a la policía. Cristina, tan pronto como desaparece el bote, se pone en pie, corta el sombrero en trozos con las tijeras que Patrick ha llevado, los oculta en su traje de baño, sube por las escalerillas, vuelve a ponerse su pijama de playa y corre al hotel. Tiempo justo para tomar un baño ligero, quitarse la aplicación de tintura y ponerse su traje de tenis. Cristina quema después los trozos del sombrero de cartón verde y el bucle de pelo en la chimenea de Linda, añadiendo la hoja de un calendario para que se la asocie con el cartón. De este modo no es un sombrero lo que se ha quemado, sino un calendario. El monigote de cera y el alfiler, abandonados en la chimenea, demuestran que Linda ha estado ensayando también sus procedimientos mágicos...
»Luego baja a la pista de tenis y llega la última, pero sin dar muestras de agitación o apresuramiento.
»Y entretanto, Patrick va a la cueva. Arlena no ha visto nada y ha oído muy poco —un bote y voces— y ha permanecido prudentemente escondida. Pero ahora es Patrick quien la llama.
»—Estamos solos, querida —y ella sale y las manos de él le agarrotan el cuello... y aquél es el fin de la infeliz y bella Arlena Marshall...»
Se extinguió la voz de Poirot.
Reinó por un momento el silencio, que interrumpió Rosamund Darnley.
—Nos ha hecho usted verlo todo —dijo con un ligero estremecimiento—. Pero esa es la historia de lo ocurrido. Nunca nos ha dicho usted cómo llegó al conocimiento de la verdad.
Hércules Poirot reanudó su explicación.
—Le dije a usted en cierta ocasión que yo tenía una imaginación muy simple. Siempre, desde un principio, me pareció que la persona más probable, era la que había matado a Arlena Marshall. Y «la persona más probable» era Patrick Redfern. Era el tipo par excellence... el tipo de hombre que explota a las mujeres como Arlena, y el tipo de homicida, del criminal que se lleva los ahorros de la mujer y le corta el cuello en recompensa. ¿Con quién tenía Arlena que encontrarse aquella mañana? Por la expresión de su rostro, por su sonrisa, por las palabras que me dirigió... ¡con Patrick Redfern! Y, por tanto, siguiendo la lógica de las cosas, tenía que ser Patrick Redfern quien la mató.
»Pero en seguida tropecé, como le dije a usted, con la imposibilidad. Patrick Redfern no pudo matarla, puesto que estuvo en la playa, y en compañía de miss Brewster hasta el descubrimiento del cadáver. Me dediqué, pues, a reflexionar en busca de otras soluciones... y encontré varias. Arlena pudo ser muerta por su marido... con miss Darnley como cómplice. (Los dos habían mentido también en un punto que parecía sospechoso.) Arlena pudo ser muerta como consecuencia de haber sorprendido el secreto de contrabando de drogas. Pudo ser muerta, como he dicho, por un maniático religioso, y pudo ser muerta por su hijastra. En aquel momento ésta me pareció la verdadera solución. La actitud de Linda en su primera entrevista con la policía fue significativa. Una conversación que yo sostuve con ella después me convenció plenamente de una cosa: Linda se consideraba culpable.