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– No frunza las cejas, lady Sarah -la regañó amablemente Meredith-. Se le va a arrugar la frente. ¿Algo va mal? El vestido…

– El vestido es perfecto -contestó lady Sarah. Sus enormes ojos de color azul claro, que reflejaban un inequívoco dolor, se encontraron en el espejo con los de Meredith-. Estaba pensando en lo que me dijo… sobre lord Greybourne, que iba a quedarse prendado en cuanto me viera. ¿Piensa realmente que sucederá eso?

– Querida mía, ¡no debería usted dudarlo ni por un momento! Me tendré que colocar a su lado haciendo sonar una bocina para reanimarlo en cuanto caiga postrado a sus pies.

– Oh, querida -dijo lady Sarah abriendo desmesuradamente los ojos-, ¿y qué voy a hacer yo con un marido que se desmaya al verme?

Meredith pudo contener la risa a duras penas. Lady Sarah poseía muchas y admirables virtudes, pero, desgraciadamente, el sentido del humor no era una de ellas.

– Estaba hablando de manera figurada, no literal, querida mía. Por supuesto que lord Greybourne no es propenso a los desmayos -«eso espero», se dijo-. Como supondrá, con todos sus viajes y sus exploraciones, se trata uno de los hombres más fuertes y sanos que pueda encontrar.

«Solo puedo esperarlo y rezar por ello», se dijo de nuevo.

Como lady Sarah todavía parecía preocupada, Meredith la agarró de las manos, unas manos frías como un témpano, observó.

– No hay de qué preocuparse, querida. Es completamente natural y bastante común sentir un poco de ansiedad los días previos a la boda. Solo debe recordar esto: va a ser la novia más hermosa, su prometido demostrará ser el más galante y apasionado de los hombres, y su boda será de la que más se hable en la alta sociedad durante muchos años -«y de este modo asegurará mi reputación y mi futuro», pensó.

Al momento, su imaginación echó a volar y se vio a sí misma en el futuro, cómodamente instalada en una casa de campo en Bath, o quizá en Cardiff, tomando aguas termales, disfrutando del aire del mar, de la admiración y del respeto de todos los que se cruzaban con ella… y su miserable pasado estaba tan profundamente enterrado que nunca más podría volver a resucitar. Este matrimonio representaba la culminación de su dura lucha por hacerse un hueco -un hueco respetable- en el mundo por sí misma, pero eso no era más que el principio. Sus servicios como casamentera iban a ser los más solicitados, su futuro financiero se estabilizaría, y todo ello dedicándose a un servicio que se sentía obligada a ofrecer. Porque cualquier mujer merecía la protección y el cuidado de un amable y decente marido. Qué diferente habría podido ser su vida si su madre hubiera encontrado a un hombre de ese tipo…

– Papá ha recibido noticias de que el barco de lord Greybourne llegó al muelle esta mañana -dijo lady Sarah sacando a Meredith de sus ensoñaciones-. Acaba de enviarles una invitación a lord Greybourne y a su padre para que cenen con nosotros esta noche. -Las tersas y pálidas mejillas de lady Sarah se tiñeron de rubor-. Estoy muy nerviosa por conocer al hombre que va a ser mi marido.

– Y yo estoy segura de que él no puede esperar un minuto más para conocerla -contestó Meredith sonriendo.

Aunque los dos días que faltaban para la boda no dejaban a Meredith demasiado tiempo para poner al día a lord Greybourne sobre las reglas de sociedad, unas reglas que seguramente habría olvidado a lo largo de sus viajes, se sentía tranquila por el hecho de que hubiera pasado sus primeros veinte años de vida nadando en la abundancia.

Pero, de todas formas, ella debía convertirlo en un novio presentable. Y después de la ceremonia, en fin, entonces ya sería un problema (bueno, un proyecto) de lady Sarah.

Se oyó un alboroto que provenía de la calle.

– ¿Qué estará pasando? -preguntó lady Sarah estirando el cuello para ver a través de la cortina verde valle que separaba la zona de vestidores de la parte delantera de la tienda de madame Renée.

– Voy a ver -dijo Meredith.

Caminó hacia la parte delantera de la tienda y miró afuera por la ventana principal de la fachada. En la calle había una hilera de carruajes parados en fila, y un grupo de viandantes a su alrededor, entorpeciendo su visión. Se puso de puntillas y vio al principio del atasco de tráfico un carro de panadero volcado, que era seguramente la causa del problema. Estaba a punto de darse la vuelta, cuando se dio cuenta de que un hombre de la altura de un gigante estaba de pie, al lado del carro volcado, y alzaba un puño del tamaño de un jamón en el que apretaba un látigo. ¡Por el amor de Dios, aquel tipo estaba a punto de azotar a un hombre que sostenía un perrito entre los brazos! Meredith se llevó las manos a la boca, pero antes de que pudiera emitir un grito, un tercer hombre, que estaba de espaldas a ella, ejecutó una rápida maniobra lanzando su bastón y derribando al gigante como si fuera un bolo. Entonces, el salvador le tiró lo que parecía ser una moneda al hombre, que todavía estaba sobre el carro volcado, y luego recogió con calma su bastón con extremo de plata, se lo colocó bajo el brazo y se marchó, desapareciendo entre la muchedumbre.

Meredith estiró el cuello con la esperanza de poder vislumbrar de nuevo a aquel valiente hombre, pero este ya se había perdido entre la gente. Un extraño aleteo, que se alojó en su estómago, la hizo estremecer. Cielos, qué hombre tan extraordinario y valiente. Y cómo se movía… rápido y ágil como animal de presa. Hermoso, fuerte, heroico. Su manera de luchar denotaba que podría tratarse de un rufián -de un ser completamente irrespetuoso, que había utilizado el bastón como si se tratara de un arma… Pero ¿qué hacía allí un hombre como aquel? Tal vez aquel bastón era un arma. De hecho en el extremo de plata que lo adornaba le pareció ver un extraño dibujo que no supo reconocer. Otro estremecimiento le recorrió la espalda, y mirando hacia abajo se dio cuenta de que se estaba agarrando el pecho con las manos.

Sacudiéndose las manos como si quisiera eliminar un rastro de suciedad, frunció el entrecejo irritada por sus rocambolescos pensamientos. Caramba. No importaba qué le parecía aquel hombre. Lo que importaba ahora era lady Sarah y la boda. Sorteando montones de hileras de rollos de telas de seda estampada, de satenes, de lanas y de muselinas, volvió a correr la cortina que separaba el área de los vestidores. Encontró a lady Sarah con las manos y las rodillas apoyadas en el suelo, intentando levantarse. Meredith se apresuró a ayudarla.

– ¡Lady Sarah!, ¿qué le ha pasado? -dijo ayudando a la joven muchacha a ponerse en pie.

El hermoso rostro de lady Sarah se arrugó en una mueca de dolor.

– Intentaba ver qué era lo que estaba pasando ahí fuera, pero cuando iba a bajar de la plataforma del vestidor tropecé con el dobladillo y me caí.

– ¿Se ha hecho usted daño?

– Creo que no. -Lady Sarah se sacudió los brazos y las piernas, y enseguida su expresión se relajó-. No me he hecho daño. Solo me he lastimado un poco el orgullo, nada más.

Antes de que la tranquilidad pudiera volver a Meredith, lady Sarah se colocó una mano en la frente y se agarró con la otra a la manga de Meredith.

– ¡Oh, querida!, qué dolor de cabeza tan espantoso.

– ¿No se habrá golpeado la cabeza al caer?

– No…, al menos no me lo parece. -Cerró los ojos-. Oh, creo que necesito tumbarme un rato.

Al momento, Meredith acompañó a lady Sarah hasta la silla tapizada de cretona que estaba en un rincón de la habitación, y ayudó a la joven a que se reclinara sobre unos cojines.

–  ¡Mon Dieu! -llegó hasta ellas la voz de madame Renée desde el otro lado de la puerta abierta-. ¿Qué ha pasado?

– Lady Sarah se encuentra indispuesta -contestó Meredith intentado que su voz sonara tranquila. Colocó una mano sobre la frente de lady Sarah, y se tranquilizó al no notar síntomas de fiebre-. Tiene un fuerte dolor de cabeza.

– Ah, no se preocupe, mademoiselle Meredith, siempre les sucede lo mismo a las novias nerviosas -dijo madame Renée-. Le prepararé una de mis tisanas especiales y enseguida se volverá a sentir tres magnifique. -Chasqueó los dedos.

Meredith observó el rostro pálido de lady Sarah y rezó para que el diagnóstico de madame Renée fuera correcto. Por lo menos todavía faltaban dos días para la boda. Seguramente sería tiempo más que suficiente para que lady Sarah se recuperara.

Y sin duda así tenía que ser.