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El duque dirigió de nuevo su atención hacia Philip.

– Según lo que dice en su carta, cuando por fin se encontró con usted, se dio cuenta de que no podía comprometerse, y eso la hizo comprender lo fuertes que eran sus sentimientos hacia Weycroft. Lo que usted le contó sobre maldiciones, caídas y dolores de cabeza la asustó, convenciéndola de que si se casaba con usted moriría. Pero, por supuesto, también sabía que yo no iba a estar de acuerdo en deshacer el compromiso.

La mañana siguiente al encuentro con usted, escribió a Weycroft contándoselo todo. Aparentemente, Weycroft también estaba enamorado de Sarah desde hacía tiempo. Intentando evitar que sufriera algún daño si se casaba con usted, consiguió una licencia especial. Ayer fue a recogerla a casa, con la excusa de escoltarla hasta la iglesia de St. Paul. Ahora están casados y van de camino al continente para realizar un largo viaje de luna de miel.

El airado duque volvió a fijar de nuevo su atención en Meredith, y la examinó con una mirada que rezumaba desprecio.

– El escándalo que irá unido a este asunto dejará una negra mancha en mi familia, y yo la hago a usted personalmente responsable de ello, miss Chilton-Grizedale. Será una cuestión personal intentar evitar que nunca más pueda utilizar sus trucos de casamentera con nadie. -Se dio la vuelta hacia lord Greybourne-. Y por lo que a usted respecta, la única luz en este caso es que mi hija no haya llegado a casarse con un imbécil como usted, con lo que luego hubiera dado a luz una futura generación de imbéciles. Aunque se rumorea que, de cualquier manera, usted no habría sido capaz de darle a ella un hijo.

Meredith no pudo reprimir un grito apagado al oír los exabruptos del duque. Miró de reojo a lord Greybourne. Sus labios estaban apretados y un músculo palpitaba en su mandíbula.

Lord Greybourne dio un paso al frente con cada uno de los músculos de su cuerpo tensos por la situación.

– Puede usted decir de mí lo que guste, pero debería recordar que hay una dama presente. Está usted a punto de cruzar una línea que, se lo aseguro, se arrepentirá de haber cruzado. -Su voz era poco más que un murmullo, pero no había duda de la amenaza que emanaba de ella.

– ¿Me está usted retando? -preguntó el duque, rebajando la fanfarronería de su tono de voz con un rápido paso atrás.

– Solo le estoy advirtiendo de que mi paciencia con usted está llegando a su límite. Ahora, salvo que haya algo más de lady Sarah que quiera decirme, creo que no tenemos nada más de que hablar. -Ladeó la cabeza hacia la izquierda-: La salida es por allí.

Regalándoles a ambos una última mirada feroz a través de su socarrón monóculo, el duque giró sobre sus talones y salió de allí a toda prisa. El sonido de sus botas golpeando contra el suelo de madera se fue desvaneciendo, luego se oyó un portazo y el almacén volvió a quedar en silencio.

Meredith se obligó a respirar profunda y lentamente para intentar calmarse. Un medio sollozo, medio risa, empezó a ascender por su garganta, y tuvo que apretarse los labios con las manos para contenerlo. Por Dios, no podía haber imaginado que la situación podría ser aún peor, pero ahora que lady Sarah se había casado, la situación era en realidad aún muchísimo peor. Era, de hecho, un completo y absoluto desastre.

Lord Greybourne estaba de pie delante de ella. Sus ojos castaños hervían de enfado tras las gafas, aunque no ocultaban su preocupación. Se acercó a ella y la agarró amablemente por los hombros.

– Lamento mucho que se haya visto expuesta a tan inexcusable rudeza y a tan groseras insinuaciones. ¿Está usted bien?

Meredith simplemente se quedó mirándole fijamente durante varios segundos. Estaba claro que él pensaba que ella estaba alterada a causa de los comentarios acerca de la… masculinidad de lord Greybourne. Mal podía imaginar lord Greybourne que, gracias a su pasado, pocas cosas podían sorprender a Meredith. Y ella no podía imaginarse que alguien, a poco que mirara a lord Greybourne, pudiera dudar de su masculinidad.

Apartándose las manos de la boca, tragó saliva intentando recuperar la voz:

– Estoy bien.

– Bueno, pues yo no. Tendré que colocarme a mí mismo en la categoría de «muy molesto». -Su mirada vagó por el rostro de ella y sus manos le apretaron los hombros-. ¿No irá usted a desmayarse de nuevo, verdad?

– Por supuesto que no. -Ella dio un paso atrás y las manos de Philip se deslizaron por sus brazos. La impronta cálida de las palmas de sus manos se filtraba por la tela del vestido, produciéndole un suave hormigueo-. Y usted debería colocarme a mí en la categoría de «mujeres que no sucumben a los vahídos».

– Resulta que yo sé que no es así exactamente -dijo él levantando una ceja.

– El episodio de St. Paul fue una excepción, se lo aseguro.

– Me alegro de oírlo -contestó él, aunque no parecía completamente seguro de lo que decía.

– Salió usted en mi defensa de una manera muy caballerosa, se lo agradezco.

– Estoy seguro de que eso no quiere decir que le haya sorprendido.

De hecho estaba sorprendida -en realidad, aturdida-, aunque no había pretendido sonar como si lo estuviera. Pero tendría que reflexionar al respecto más tarde. En ese momento tenía otros graves problemas de los que preocuparse.

Incapaz de quedarse quieta, Meredith empezó a caminar de un lado para otro delante de él.

– Desgraciadamente, con las noticias del duque, debemos recatalogar nuestra situación de «mala» a «francamente desastrosa». Usted ha perdido a su novia, haciendo que nuestros planes para casarle el día 22 se hayan esfumado; y mi reputación como casamentera está por los suelos. Y teniendo en cuenta los problemas de salud de su padre, nos queda muy poco tiempo. Debe de haber alguna manera de darle la vuelta a esta situación, pero ¿cómo?

– Estoy abierto a cualquier sugerencia. Incluso si tenemos éxito y encontramos el pedazo de piedra desaparecido, sin novia mi matrimonio está fuera de cuestión. -Se le escapó una risa amarga-. Con este maleficio pendiendo sobre mi cabeza, la poco halagüeña historia en los periódicos y los rumores que lord Hedington hará circular al respecto de mi capacidad para… cumplir con mis obligaciones matrimoniales, parece ser que la respuesta a la pregunta planteada en el Times de hoy es: «Sí, el vizconde maldito es la persona más incasable de toda Inglaterra».

«Incasable.» Esa palabra hizo eco en la mente de Meredith. Maldita sea, tenía que haber una manera de… Ella se movió hasta quedar frente a él.

– Incasable -repitió ella pronunciando aquella palabra lentamente, en franca oposición con los pensamientos que se sucedían a toda velocidad por su mente-. Sí, alguien debería nombrarle el Hombre más Incasable de Inglaterra.

– Un título de un dudoso honor -dijo él inclinando la cabeza en un gesto de mofa-. Y una vez más me sorprende que sus palabras suenen tan… entusiastas. ¿Acaso le importaría compartir conmigo sus pensamientos?

– En realidad estaba pensando que podría demostrar usted algún momento de genialidad, señor.

Philip caminó hacia Meredith, sin apartar ni un momento su mirada de los ojos de ella, y se detuvo cuando solo los separaban un par de pasos. Ella notó que su espalda se tensaba, y se obligó a mantenerse en su sitio, aunque por dentro algo le decía que debería retroceder.

– ¿Un momento de genialidad? En claro contraste con todos mis otros momentos, supongo. Un cumplido muy amable, aunque su tono aturdido cuando pronunció esas palabras le han quitado algo de brillo. Una idea genial que se me puede ocurrir, aunque solo sea por un momento, podría ser que me temo que no entiendo qué puedo haber dicho para inspirarle esa idea.