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– Gracias. -Catherine le dirigió a Philip una mirada interrogativa-. ¿Historias de infancia? Oh, querido, no debería usted creer todo lo que le cuenta mi hermano, señor Stanton.

– Le aseguro que la ha retratado a usted con los colores más brillantes. -Un extremo de la boca de Andrew se elevó-. Casi siempre.

– Venga, sentémonos -dijo Philip-. Miss Chilton-Grizedale no llegará hasta dentro de una hora, por lo que tenemos tiempo de conversar un rato.

– Sí -dijo Catherine-. Tengo muchas ganas de que me lo cuentes… todo.

Una vez se hubieron sentado, Philip preguntó:

– Como veo que ni Spencer ni Bickley estarán con nosotros esta noche, ¿debo suponer que has venido a Londres sola?

Una expresión de dolor cruzó por los ojos de Catherine, tan rápida que, si Philip no la hubiera conocido tan bien, no hubiera sido capaz de reconocerla como lo que era.

– Sí. Bertrand tiene mucho trabajo en la finca de Bickley. Y a Spencer lo he dejado en Little Longstone, al cuidado de la señora Carlton, su institutriz. No le sientan muy bien los viajes, y además no le interesa demasiado Londres. -Al momento su rostro se iluminó con una profunda mirada de amor maternal-. Sin embargo, está ansioso por encontrarse con su loco tío aventurero, y me ha hecho prometerle que te convencería para que fueras a verlo a Little Longstone tan pronto como regresaras de tu luna de miel. -Se incorporó en su asiento y se agarró las manos-. Antes he ido a visitar a nuestro padre y ya me lo ha contado todo. Lamento que se haya cancelado la boda, Philip. Pero no te preocupes. La idea que me escribiste sobre la cena de gala me parece excelente. Con la velada que vamos a preparar miss Chilton-Grizedale y yo te encontraremos la esposa adecuada en un santiamén.

Philip se apoyó con aire despreocupado contra el mármol de la chimenea del salón, con los tobillos cruzados y una media sonrisa en la boca, degustando una copa de brandy después de la cena. Por fuera, sabía que aparentaba estar relajado y tranquilo. Por dentro, un marasmo de confusas tensiones se debatían en él como serpientes en un agujero. Igual que lo había intentado infructuosamente durante toda la cena, ahora nuevamente trataba de mantener su atención en la conversación entre miss Chilton-Grizedale y Catherine, pero su mente no cooperaba. No, estaba demasiado preocupado. Por ella, la irritante casamentera que le parecía más irritante con cada minuto que pasaba. Más y más irritante, porque ya no era su tiránica naturaleza lo que le resultaba fastidioso, aunque no por eso podía negar que todavía le inquietaba de la manera menos apropiada. No, se trataba de la maldita atracción que se había dado cuenta que sentía, esa era la nueva causa del aumento de su irritación.

La excelente cena no había sido de mucha ayuda para mantener su atención apartada de Meredith, aparte del hecho de que las influencias mediterráneas en los platos indicaban que Bakari había tenido verdaderos problemas para adecuarse a la práctica de la cocina inglesa. El señor Smythe había preparado los platos de acuerdo con su gusto. A juzgar por la cantidad de blasfemias que Bakari había murmullado entre dientes, y el extraordinario comportamiento del señor Smythe, Philip pensó que la tarea no había sido fácil.

El delicado estofado de rodaballo había pasado ante él sin que le diera importancia, mientras intentaba apartar la mirada, sin conseguirlo, de miss Chilton-Grizedale. Ella estaba sentada a su izquierda, ofreciéndole una perfecta visión de su perfil. Se había arreglado el negro cabello en un moño de estilo griego, con una cinta de bronce que recogía los bucles de su pelo brillante. Los ojos de él se paseaban por su piel satinada, por la curva de sus mejillas y por los movimientos de sus pestañas. Y cada vez que ella se acercaba la copa de vino a su boca, su atención se desviaba hacia aquella encantadora boca.

Cada vez que ella se echaba hacia delante para decir algo a Catherine, él intentaba desesperadamente no mirar cómo ese movimiento estiraba su vestido de seda dorada haciendo que se redondease un poco más el generoso volumen de su pecho. Cada una de las palabras que dirigía a Catherine al respecto de la velada que estaban planeando con la precisión de una invasión militar, le ofrecía una nueva oportunidad para disfrutar de su voz.

Ahora mismo estaba hablando con Catherine, ambas mujeres sentadas en el sofá de brocado. Un delicado color tiznaba las mejillas de miss Chilton-Grizedale y sus ojos brillaban con interés. Movía las manos alegremente mientras hablaba, puntualizando con un gesto cada una de sus palabras. Su voz era cálida y estaba llena de matices, con un pequeño tono ronco que sonaba como si acabara de levantarse. De la cama. De su cama.

Inmediatamente se formó en su mente la imagen de ellos dos juntos, desnudos, con los miembros entrelazados y ella susurrando su nombre con esa voz ronca… «Philip… por favor, Philip…»

– Por favor, Philip, ¿qué es lo que piensas tú?

La voz de Catherine le sacó de sus pensamientos como si fuera la picadura de una cobra. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que tres pares de ojos le estaban observando con diferentes grados de interrogante expectación. Andrew, que estaba sentado en un cómodo sillón de brazos enfrente de las damas, tenía una expresión que parecía más divertida que interrogante. Un calor recorrió la nuca de Philip. Se ajustó las gafas y, a continuación, al demonio las convenciones, se soltó el pañuelo.

– Me temo que me había quedado en Babia. ¿Qué es lo que estabais diciendo?

Los labios de Catherine se doblaron hacia arriba. Mirando alternativamente a Andrew y a miss Chilton-Grizedale, les dijo en tono de burla:

– Veo que mi hermano no ha cambiado mucho en la última década. Su mente siempre está ocupada con sus estudios, a menudo viajando lejos de nuestras conversaciones. Recuerdo que una vez le estaba contando la fascinante historia de un musical al que había asistido. Después de la quinta vez que me dijo «eso está muy bien, Catherine», le dije: «Y entonces yo salté al Támesis y nadé hasta Vauxhall». Y él sencillamente asintió con la cabeza. Por supuesto, cuando dije «las pirámides de Gizé fueron construidas por sir Christopher Wren», enseguida se volvió hacia mí con atención. Eso es algo que los dos deberíais recordar para la próxima vez que su mente se ponga a divagar.

– Gracias por el consejo, lady Bickley -dijo Andrew. Y dirigiéndose a Philip-: ¿En eso estabas concentrado en este momento? ¿En la belleza de las… pirámides?

Philip lanzó a Andrew una mirada de desafío. Normalmente le gustaba el desenfadado sentido del humor de su amigo, pero no ahora. No ahora que se sentía tan incómodo y descubierto.

– No. Estaba más bien… preocupado. -Intentando con cuidado no volver a mirar a miss Chilton-Grizedale concentró su atención en Catherine-: ¿Qué es lo que tengo que pensar acerca de qué?

– De preparar la velada para pasado mañana por la noche, aquí, en tu casa, conmigo como anfitriona. Miss Chilton-Grizedale y yo pensamos que una cena con baile después puede ser lo más adecuado para nuestros propósitos.

– ¿Podréis preparar algo tan rápidamente?

– Con la ayuda y el personal adecuados, hasta una coronación se prepararía en tan poco tiempo. -La tristeza se reflejó en los ojos de Catherine-. Y dada la enfermedad de papá, el tiempo es algo esencial.

– Para ayudarle a encontrar una esposa, sería de gran ayuda para mí saber qué cualidades admira usted en una mujer -dijo miss Chilton-Grizedale con ese todo enérgico y desenfadado tan suyo.

Algo que se parecía sospechosamente a una carcajada se oyó desde donde estaba Andrew. Philip lanzó a su amigo una mirada fría, y cuando miss Chilton-Grizedale y Catherine miraron hacia ese lado, Andrew se puso a toser. Alargó la mano para tomar su copa de brandy y dijo:

– Ya estoy bien, no se preocupen. -Tras tomar un trago, Andrew añadió sonriendo burlonamente en dirección a Philip-: A ver, Philip, ¿qué tipo de cualidades admiras tú en una mujer?