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Todos los ojos se volvieron hacia él, pero como Philip seguía callado, miss Chilton-Grizedale añadió:

– No quiero decir que vaya a ser capaz de conseguir que se cumplan todos sus requisitos, lord Greybourne, especialmente con tan poco tiempo. Sin embargo, creo que sería de gran ayuda saber si hay algunas características que encuentra particularmente atractivas o demasiado desagradables. En definitiva, si no tiene ninguna objeción a que utilice su escritorio y una hoja de papel, me gustaría tomar algunas anotaciones.

No era el tipo de conversación que él tenía especial interés en mantener, sobre todo dado el travieso interés que había podido observar en los ojos de Andrew, a quien tan bien conocía. Pero como no se le ocurría ninguna manera de rechazar la propuesta sin que se le achacara de nuevo una carencia en sus modales, la condujo hacia su escritorio. Extrajo de un cajón una fina hoja de papel vitela de color marfil y retiró la silla de piel marrón para que ella se sentara.

– Gracias -murmuró ella, sentándose con una elegancia felina.

La dorada falda oprimía sus nalgas y un delicioso aroma llenó como una ráfaga de aire su imaginación. Bollos. Hoy huele como unos deliciosos, frescos y calientes bollos recién hechos. Maldita sea, él tenía una especial debilidad por los deliciosos, frescos y calientes bollos recién hechos. Rápidamente se alejó de ella.

– Philip tiene una inclinación especial por las rubias esbeltas -dijo Andrew, poniéndose en pie para acercarse a la chimenea-. Especialmente desde que se cruzó con varias en sus viajes. Y mucho mejor si sus rasgos son los de la belleza clásica. -Emitió un chasquido-. Lástima que lady Sarah saliera huyendo. Físicamente era del tipo de mujeres que a él le gustan.

– Rubias de belleza clásica -repitió miss Chilton-Grizedale con un tono serio de voz, a la vez que tomaba notas-. Excelente, ¿qué más, señor?

Las cejas de Philip se arquearon. Maldita sea, solo hacía dos días hubiera estado de acuerdo con Andrew. Pero ahora…

– A mi hermano le gusta la música -añadió Catherine-. Tal vez vendría bien alguien que supiera tocar el piano, o con una hermosa voz, sería lo preferible. -Se volvió hacia su hermano.

– ¿Estás de acuerdo, Philip?

– Eh, sí. El talento musical está muy bien.

– Alguien que tenga al menos un mínimo interés por el estudio de las antigüedades sin duda sería de gran ayuda -añadió Catherine-. Para cuestiones conversacionales.

– De hecho -añadió Andrew, quien se veía que estaba disfrutando mucho con la conversación-, al ser Philip un hombre de talante científico e intelectual, prefiere a las mujeres que sepan conversar de algo más que del tiempo y de la moda. Sin embargo, debería tratarse más bien de una mujer práctica, que no espere tonterías románticas. Philip no es el tipo de persona que haría grandes actuaciones románticas.

– Oh, sí, estoy de acuerdo -dijo Catherine antes de que Philip pudiera replicar-. El romance es algo que sencillamente no va con la naturaleza de Philip. -Sonrió y movió un dedo en dirección a su hermano-. No me mires tan afligido, querido Philip. La mayoría de los hombres son notoriamente poco románticos.

– No estoy afligido y tampoco soy poco romántico…

Un chasquido producido por miss Chilton-Grizedale interrumpió sus palabras. Le lanzó una mirada de franca desaprobación.

– Esto me da mucha rabia. Basándome en sus comentarios, creo que ya había conseguido encontrarle la pareja perfecta, lord Greybourne.

– Yo no he hecho que caiga sobre mí un maleficio de manera intencionada.

– Pero eso no hace que esté usted menos maldito, ¿no es así, señor?

– Qué manera tan directa de puntualizarlo. ¿Siempre ha sentido esa imperiosa necesidad de exponer lo obvio?

– Yo prefiero llamarlo una reiteración de los hechos pertinentes…

– Sí, estoy seguro de que así es.

– …, y además, solo me veo obligada a hacerlo cuando algunas personas pierden de vista la situación.

– ¡Ah! ¿Algunas personas que no demuestran un momento de genialidad, acaso?

Ella sonrío dulcemente.

– No imaginaba que eso iba a implicar tanto…

– Ah.

– …pero ahora que lo menciona, sí. -Antes de que él pudiera replicar, ella se volvió hacia Catherine y preguntó:

– ¿Dónde estábamos? Ah, sí. Los rasgos que debe tener la novia. ¿Qué más?

Catherine miró confundida a su hermano y a miss Chilton-Grizedale, y luego dijo:

– Por supuesto, debe ser capaz de manejar el servicio y tiene que saber administrar la casa.

Philip observó a miss Chilton-Grizedale mientras esta tomaba abundantes notas, con el labio inferior apretado entre los dientes, con concentración.

Catherine alzó la barbilla.

– ¿Qué más? Ah, sí. El aprecio por las reliquias antiguas es algo absolutamente necesario.

– Me temo que no existe ese tipo de mujer -metió baza Andrew-. Será suficiente con pedir una mujer que no las aborrezca.

– De acuerdo -añadió Catherine-. Philip, ¿qué más te gustaría?

– Me sorprende que os hayáis decidido a preguntarme. Me gusta…

– Los animales -dijo Andrew-. Tienen que gustarle los animales grandes. Ahora mismo Philip ya tiene un cachorro que, a juzgar por el tamaño de sus garras, promete crecer hasta alcanzar el tamaño de un pony.

Catherine se volvió hacia él.

– ¿Un perrito? ¿Lo has traído de Egipto?

– No. Lo encontré en el camino de casa a los muelles. Abandonado.

– ¿Dónde está ahora?

– Está en las habitaciones de Bakari. El animal tenía una herida que Bakari le ha curado. Lo mantendrá allí encerrado el mayor tiempo posible para que se le cure la pata.

Catherine le dedicó una cariñosa sonrisa.

– Siempre has tenido debilidad por las criaturas abandonadas.

– Sí, siempre he sentido cierta especial afinidad con ellas -añadió Philip tranquilamente.

Miss Chilton-Grizedale continuó escribiendo en su hoja de papel durante varios segundos y después alzó la vista.

– ¿Algo más?

– Tiene que ser una experta bailarina -dijo Catherine, lo que provocó una risotada en Andrew.

– Oh, sí, por supuesto -añadió Andrew-. Así podrá enseñar a Philip a bailar.

Las cejas de Catherine se arquearon en una expresión confundida.

– Por lo que recuerdo, Philip es un bailarín bastante bueno.

– Ese efusivo elogio seguramente me va a envanecer -murmuró Philip.

– Mí querida lady Bickley -dijo Andrew riendo-, la última vez que vi a Philip bailando, el ruido de sus pisadas sonaban como la estampida de una manada de elefantes.

– Camellos -añadió Philip-. Eran camellos, no elefantes. Varios camellos se soltaron de sus riendas durante una velada en Alejandría y causaron bastante alboroto. -Miró fijamente a Andrew-. De modo que no todo el alboroto fue culpa mía.

Catherine tosió para esconder una obvia carcajada.

– No sabes lo tranquila que me quedo. Para continuar, tu futura esposa debe tener al menos un conocimiento suficiente de francés. ¿Y no crees que también debería saber bordar, Philip? Desde que eras niño siempre te ha gustado que tus pañuelos llevaran bordadas tus iniciales.

– Oh, claro -dijo Philip-. Asegúrese de añadir eso a su lista, miss Chilton-Grizedale. «Tiene que saber bordar.» Me parece imposible casarme con una mujer que no sepa manejarse con la aguja y el hilo.

Por supuesto que su tono de voz seco no pasó desapercibido para miss Chilton-Grizedale. Ella alzó la vista y sus miradas se cruzaron. Un extremo de su boca se torció hacia arriba y sus ojos brillaron con franca diversión.

– No solo he añadido «experta costurera» en mi lista, señor, sino que al lado he puesto un asterisco, para denotar que esta categoría es de la mayor importancia.