El perro no le hacía ningún caso, corriendo de un árbol a otro, con la lengua fuera como muestra de canina satisfacción. Llevaba una venda rodeando todavía su pata herida, que obviamente no había sufrido un daño permanente, puesto que era un remolino salvaje de actividad. Y después de haber estado encerrado durante varios días en la habitación de Bakari, Philip no tenía valor para hacer que refrenara el entusiasmo del momento. El perro -que definitivamente no necesita ningún nombre- descubrió una coloreada mariposa y salió disparado tras ella. Riendo, Philip echó a correr con él.
– Vamos a enseñarle a esa mariposa quién es más rápido -dijo.
El animal no necesitó que se lo explicaran dos veces.
– Un día perfecto para ir al parque -dijo Meredith a Charlotte mientras caminaban por un sombreado sendero de Hyde Park. Hope, llevando de la mano su muñeca favorita, andaba varios pasos por delante de ellas.
– Perfecto -reconoció Charlotte.
Sí, hacía una tarde maravillosa, con un cálido sol atemperado por una brisa fresca que traía el aroma de las flores y hacía volar las hojas de encina. Exactamente el tipo de tarde para olvidarse de los problemas de cada uno durante un rato, mientras se pasea por el parque. Así que enseguida podría ella olvidarse de sus preocupaciones.
Como del hecho de que, a pesar de la presencia de Albert y el señor Stanton en el almacén, ella hubiera estado todo el tiempo dolorosamente consciente de la presencia de lord Greybourne. Seguramente habría sufrido una subida de presión de oídos -si tal cosa existiera- de tanto intentar captar retazos de la conversación entre él y el señor Stanton. El timbre grave de su voz producía una reacción en ella que no era capaz de entender. ¿Cómo podía el simple sonido de una voz hacer que sintiera un placer estremecedor recorriéndole la espalda?
– Lamento que Albert no se encontrara bien para acompañarnos hoy -dijo Meredith con la desesperada intención de dirigir su atención hacia otra parte-. Me temo que ha pasado mucho tiempo de pie en el almacén y eso le haya cansado la pierna. Debo de haberlo agotado demasiado para que rechace acompañarnos al parque. Me siento muy mal al respecto, por haberle hecho venir conmigo al almacén.
– Él estaba contento de ir, Meredith.
Una profunda sonrisa arqueó los labios de Meredith.
– Es un muchacho encantador -dijo sonriendo hacia Charlotte-. Tengo que acordarme de empezar a decir un «hombre encantador».
– Sí, lo es -añadió Charlotte asintiendo con la cabeza.
– No me hago a la idea de que en pocos meses ya habrá cumplido veintiún años. Deberíamos prepararle una celebración espacial.
– Hablando de celebraciones especiales, ¿cómo van los planes de la fiesta de mañana por la noche? ¿Qué te ha dicho lady Bickley en la nota que te envió esta mañana?
Meredith se quedó sorprendida por el tono casi desesperado de la voz de Charlotte, por no mencionar el inusitado interés por su correspondencia. Estaba claro que quería cambiar de tema, pero ¿por qué? ¿Y por qué había elegido un tema que a Meredith le iba a volver a recordar a ese hombre que intentaba desesperadamente olvidar?
– Lady Beckley me ha escrito que ha enviado las invitaciones esta misma mañana, y que ya ha recibido dos respuestas afirmativas. Estoy segura de que pronto podré encontrar una novia adecuada para lord Greybourne, y pronto lo tendremos felizmente casado.
En su imaginación se formó una imagen de él, vestido con un traje de boda, y con la mirada llena de calidez y deseo, mientras giraba la cabeza para besar a la novia. Los celos la hirieron como una bofetada en la cara y deseó con todo su corazón acabar con aquellas malditas imaginaciones suyas.
Cerró los ojos con fuerza y contó hasta cinco para poder borrar esa imagen de su mente, pero cuando volvió a abrirlos, su atención quedó atrapada por la visión de un hombre alto que venía corriendo hacía ellas, arrastrado por un cachorro de pelaje dorado.
Se paró en seco como si estuviera a punto de estrellarse contra un muro. ¡Maldición! ¡Cómo iba a ser posible olvidar a ese hombre si se encontraba con él allá adonde fuera!
La mirada de lord Greybourne se posó en ella y sus pasos titubearon. Sin embargo, el cachorro seguía avanzando y lord Greybourne se dejó arrastrar por él, aunque a una velocidad mucho más lenta, como si no tuviera ningunas ganas de acercarse demasiado. Aun así, allí estaba, y no había manera de evitarla, mientras Meredith se ponía muy recta y colocaba una sonrisa en sus gruesos labios.
Cuando llegaron a una distancia a la que podían hablarse, ella dijo:
– Buenas tardes, lord Greybourne.
Ella había intentado seguir caminando, para que el encuentro no fuera más allá de un intercambio de saludos, pero se había olvidado de Hope, a la que le encantaban los perros. Hope enseguida llegó corriendo para acariciar al enérgico animal. La niña se agachó a su lado y al momento fue bombardeada por frenéticos lametazos del cachorro por toda la cara.
– Gracias al cielo que han pasado por aquí -dijo lord Greybourne deteniéndose a su lado-. De lo contrario este perro habría sido capaz de llevarme corriendo hasta Escocia. Me parece que se cree que es un caballo de granja y yo un arado que ir arrastrando detrás de él.
Su cabello estaba erizado en extraños rizos, seguramente a causa de la brisa y de sus dedos impacientes. Su chaqueta de color negro oscuro no solo estaba arrugada, sino llena de numerosos pelos dorados del cachorro, así como sus pantalones. Y por supuesto que su pañuelo habría estado ladeado, en el caso de que lo hubiera llevado. En lugar de eso, su garganta sobresalía desnuda por el arrugado cuello de su camisa. Tenía un aspecto desenfadado y realmente masculino capaz de derretir a cualquier fémina.
¿Derretir? Por el amor de Dios, ¡ella no estaba derretida!, estaba horrorizada por su atuendo. Por supuesto que lo estaba.
Se irguió y preguntó con su tono de voz más neutro:
– ¿Se le ha volado el pañuelo por una ráfaga de brisa inesperada, lord Greybourne?
– No. -La miró fijamente y le lanzó una impenitente sonrisa y un guiño-. No llevaba pañuelo.
Para no caer en la tentación de devolverle una sonrisa realmente contagiosa, apartó la vista de él y se quedó mirando hacia abajo, hacia Hope, quien reía desenfrenadamente jugando con el eufórico cachorro, que no paraba de hacer cabriolas. Se fijó en que el perro llevaba una pata vendada, y algo cruzó por su memoria cuando lo observó con más detenimiento. Le parecía familiar. Su mirada se posó luego en el bastón de lord Greybourne. La punta de plata del bastón con aquel extraño dibujo…
Las piezas enseguida empezaron a encajar en su mente. Su corazón comenzó a acelerarse con fuertes y profundos latidos, mientras el recuerdo se iba haciendo más claro en su memoria. Al alzar la vista, se encontró con que él la miraba con una irresistible expresión que provocó en ella la urgente necesidad de abanicarse.
– Usted rescató este perro -dijo ella-. En Oxford Street.
Recordaba perfectamente cómo había reaccionado ante aquella escena: el extraño aleteo que le había recorrido todo el cuerpo para refugiarse luego en su vientre. Recordaba de qué manera había pensado en aquel hombre como un valiente, un hombre extraordinario. Y recordó que se movía como un rápido y ágil animal de presa. Elegante, fuerte, heroico. Y que se había preguntado qué aspecto tendría.
Bueno, ya no tenía que seguir preguntándose. Aquel valiente, heroico y extraordinario hombre estaba ahora a solo unos pasos de ella. Otro aleteo la recorrió de la cabeza a los pies. ¡Ay de mí!
Para su sorpresa, un claramente incómodo sonrojo apagado empezó a ascender por el cuello de él. Philip se colocó las gafas bien y preguntó:
– ¿Estaba usted allí?
– Yo estaba dentro de la tienda de la modista, con lady Sarah. Oí el alboroto y fui a mirar por la ventana. Vi a alguien derribando a aquel hombre forzudo, pero como no conseguí verle la cara, no pude darme cuenta de que se trataba de usted. -Señaló hacia el bastón-. Pensé que el dibujo de la punta me parecía muy extraño, pero no me di cuenta de que era el mismo bastón hasta que le vi a usted con el cachorro herido.