– Debe de estar usted contenta, miss Chilton-Grizedale -dijo su padre-. La fiesta de ayer por la noche dio los resultados esperados.
– No estoy muy segura de entender a qué se refiere, señor.
– El objetivo era encontrarle una esposa adecuada a mi hijo. Me ha dicho esta mañana que se sintió atraído por una de las jóvenes de la fiesta. Tengo todas mis esperanzas puestas en que se pueda celebrar la boda el día 22, como teníamos previsto.
Dos banderas rojas aparecieron en las mejillas de Meredith. Sus ojos se dirigieron hacia Philip. Minadas de expresiones centelleaban en sus ojos, tan rápidamente que ella no fue capaz de interpretarlas. ¿Confusión? ¿Preocupación? ¿Consternación?
– Me alegra oírlo, señor -dijo ella con una voz débil. Se fijó en los fragmentos de objetos que yacían sobre la tela de algodón-. O cielos. -Una vez más miró a Philip, ahora con los ojos llenos de desesperación-. ¿Los rompieron anoche?
– Me temo que sí.
– Lo siento mucho. Me duele ver esto. Puedo llegar a imaginarme lo mucho que le habrá afectado a usted. Debe de estar muy triste por esta pérdida.
Su simpática conmiseración le rodeó como una cálida ola, una refrescante lluvia que le llenaba de deseo de tomarla entre sus brazos, aunque no se habría atrevido a dejarse llevar por ese impulso, puesto que en caso de intentarlo habría sido frenado por los puños de Goddard, quien habría estado encantado de recordarle que no debería haberlo hecho.
– ¿Cómo podemos ayudar? -preguntó ella. Él les explicó el procedimiento a seguir.
– Creo que ya hemos recogido casi todos los trozos. Una vez que hayamos acabado, empezaremos a abrir las cajas para ver si falta algo. -Suponiendo que para Goddard sería bastante incómodo arrodillarse por el suelo con su pierna herida, pero imaginando también que el joven se dejaría matar antes de admitirlo, Philip le dijo:
– Todavía no he tenido la oportunidad de investigar el resto del almacén para ver si encontramos algo raro, ¿le importaría acompañarme?
Un músculo se tensó en la mandíbula de Goddard y a Philip no le fue difícil leer sus pensamientos. Estaba maldiciendo sus limitaciones físicas, sabiendo que esa era la razón por la que Philip le había propuesto dicha tarea, y sentía resentimiento. Finalmente, asintió con la cabeza.
Philip le fue conduciendo lentamente por el laberinto de cajas, alejándose deliberadamente del área en la que trabajaban Meredith y su padre. Cuando estuvo seguro de que se encontraban lo suficientemente lejos como para no ser oídos, se volvió hacia Goddard y le dijo.
– Creo que tiene usted algo que decirme. -Se trataba de una afirmación más que de una pregunta.
Un pálido sonrojo iluminó la cara del joven. Apoyándose en una mano para equilibrar su cuerpo, se puso completamente tenso y dijo mirando fijamente a Philip:
– No me gusta la manera como la mira.
Philip no aparentó no haber entendido. Demonios, él sabía exactamente cómo la miraba. Y con toda justicia no podía culpar a Goddard. Philip se habría sentido exactamente igual sí otro hombre hubiera mirado a Meredith con la expresión de deseo que sabía que él no podía ocultar. Y a la vez no podía evitar sentir cada vez más simpatía por el muchacho. No tenía ganas de dar patadas a los sentimientos de Goddard. Aunque él no había sufrido una afección física tan seria como la de Goddard, había sido físicamente insignificante, tímido y fofo hasta que llegó a la mayoría de edad. Se acordaba perfectamente de aquella época dolorosa.
Pero sabía que aunque lo que Meredith sentía por Goddard era bastante profundo, no estaba enamorada de él. No era el tipo de mujer que podría haberle besado como lo hizo si su corazón hubiera pertenecido a otro. ¿Cuál era realmente la naturaleza de su relación? Manteniendo su mirada fija en Goddard, Philip dijo en voz baja:
– Y yo también podría decirle que usted la mira como sí la quisiera.
– Por supuesto que la quiero, y eso me da ciertos derechos. Como protegerla de los tipos que la miran como si fuera un delicioso bocado que degustar, pero que dejarán luego a un lado cuando haya perdido el sabor.
– No es esa mi intención.
– Y entonces, ¿cuál es su intención? -Goddard sacó la mandíbula inferior de manera beligerante-. ¿Cuáles son exactamente sus intenciones?
– Eso es algo personal, entre Meredith y yo. Pero ya que sé lo que siente por ella, le quiero asegurar que yo… cuidaré de ella. Y no haré nada que pueda herirla.
– Ya lo ha hecho. Usted y su maldito maleficio. Su reputación lo es todo para ella. Y usted ya ha arruinado sus negocios. Y la manera como la mira deja claro que también quiere arruinarla a ella. -Los labios de Goddard se doblaron adquiriendo una expresión de desprecio-. Ustedes, los caballeros grandes y poderosos, creen que cualquier presa que capte su atención puede ser suya. Pero miss Merrie es demasiado inteligente para caer en una trampa de ese tipo. Se ha pasado toda la vida huyendo de eso.
– ¿Qué es lo que quiere decir? ¿Que ha estado toda la vida huyendo de qué?
Algo brilló en los ojos de Goddard, algo que indicaba que había hablado demasiado, y apretó los labios. Cuando a Philip le pareció claro que Goddard no iba a colaborar, preguntó:
– ¿Y cómo sabe que sus buenos sentimientos hacia ella no pueden llevarle a hacer algo que pueda comprometerla?
Un nervio palpitó en la mandíbula de Goddard. Su mirada se paseó por Philip, como si estuviera tratando de decidir qué contestar. Al fin, dijo:
– Yo la quiero, pero no de la manera que usted insinúa. No es lo bastante mayor como para ser mi madre, pero eso es lo que ha sido para mí y por eso la quiero. Ella ha cuidado de mí durante estos últimos años y ahora me toca a mí cuidar de ella. Y haré cualquier cosa por ella. -Los ojos de Goddard se convirtieron en dos finas líneas-. Cualquier cosa.
No había duda de lo que el muchacho quería dar a entender, «Cortarle la cabeza a lord Greybourne», y Goddard estaba afilando su espada. Únicamente podía esperar que a ella no se le ocurriera pedírselo. No podía negar que se sentía aliviado al saber que Goddard no estaba enamorado de Meredith, pero aquellas palabras solo le planteaban nuevas preguntas.
– ¿Qué quiere decir con que ella es como una madre para usted?
Una vez más, el muchacho se quedó dudando, como si estuviera pensando si debía contestar o no. Al fin, dijo:
– No tengo padre ni madre que yo recuerde. La única persona a la que tuve era Taggert, el deshollinador de chimeneas. Yo era uno de los muchachos que trabajaban para él. -Los ojos y la voz de Goddard se hundieron en el suelo-. Tenía a otros muchachos como yo. Nos mantenía a todos juntos en una pequeña habitación. Un día, mientras estaba limpiando por fuera una chimenea, me caí. -Sus ojos se clavaron en su pierna-. Me veo cayendo, pero debí de golpearme la cabeza, porque no recuerdo nada más, excepto que cuando desperté me encontré mirando unos angelicales ojos azules. Pensé que había muerto y estaba ya en el cielo. Enseguida descubrí que aquel ángel era miss Merrie, hasta entonces una extraña para mí. Me había recogido de una cuneta en la que me había tirado Taggert. A él ya no le podía servir para nada más.
– Dios santo -murmuró Philip, con una sensación de náusea ascendiendo por su garganta ante tan inexplicable crueldad-. ¿Qué edad tenías?
– No estoy seguro -dijo encogiéndose de hombros-. Puede que ocho años. Al menos eso es lo que se imaginó miss Merrie. Como no sabía cuándo había nacido, miss Merrie puso el día que me encontró como el de mí cumpleaños. Desde entonces, cada año me ha ofrecido una fiesta, con pasteles y regalos.
– ¿Qué fue de aquel Taggert? Una combinación de miedo y odio apareció en los ojos de Albert.
– No lo sé. Pero solo espero que aquel mal nacido haya muerto.