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– Goddard ha tenido mucha suerte de sobrevivir a una infancia tan horrible -dijo Andrew con cara apesadumbrada-. Está claro que tu miss Chilton-Grizedale esconde mucho más de lo que salta a la vista.

– Sí. Esa dama es un enigma. Y ya sabes tú cuánto disfruto con los enigmas.

– ¿Eso es lo que pretendes hacer? ¿Disfrutar con ella?

– En realidad, he decidido seguir tu consejo.

– Como bien debías hacer ya que, ejem, yo raras veces me equivoco. Y ¿qué estrategia has decidido seguir, exactamente?

Miró a Andrew por encima de los cristales de sus gafas.

– Voy a cortejarla. Antes de conocer a Meredith estaba completamente decidido a casarme con una mujer a la que no conocía para cumplir el trato que hice con mí padre. Pero ahora que debo elegir a alguien como esposa, prefiero casarme con alguien que… me guste. Alguien a quien desee.

– Una sabia decisión. Yo no me podría imaginar casándome con alguien a quien no conozco. Por supuesto, me sentiría indudablemente mucho mejor si tú sintieras algo más que… atracción por míss Chilton-Grizedale.

– Apenas la conozco.

– Por lo que yo he visto, la conoces todo lo que hace falta conocerla. Pero que te guste y que la desees es sin duda un buen comienzo. Dado que los gestos románticos no son tu fuerte, estaré encantado de ofrecerte unos cuantos consejos.

Philip le miró circunspecto.

– Contrariamente a lo que tú crees, ya he hecho algunos de esos gestos.

«¿Algunos?», puntualizó su voz interior, «no definitivamente». Pensar en ellos no significaba haberlos llevado a cabo. Pero es que no había encontrado aún a la mujer adecuada que le inspirase esos gestos. Hasta ahora.

– Y para acabar, he invitado a Meredith a cenar conmigo mañana por la noche.

– ¿Una cena? Estaré encantado de asistir.

– Lástima, porque no estás invitado.

– Ah, ¿y de qué tipo de fiesta se trata? No hace falta que te preocupes, me esfumaré si así lo deseas. Volveré al salón de boxeo Jackson para caballeros. Lo pasé bastante bien allí anoche, y me gustaría repetir la experiencia. -Una lenta sonrisa elevó uno de los extremos de la boca de Andrew-. Partirle la cara a alguien en el cuadrilátero es una buena manera de sacarse de encima las decepciones. Ya sabes cómo me gustan las buenas peleas.

– ¿Anoche? -La mirada de Philip se fijó en la mano de Andrew y se dio cuenta de que estaba hinchada, con los nudillos llenos de rasguños-. Pensaba que te habías quedado en la cama.

– Y así fue. Pero me sentí mejor después de tomarme la poción de Bakari y salí a dar una vuelta por la ciudad. Recordé que tú habías mencionado el club Jackson en alguna ocasión y decidí hacer una visita al establecimiento.

– Mi padre me ha dicho esta mañana que creyó verte por la calle, pero yo le aseguré que no podías ser tú. No sabes lo que me alegro de que no haya dos como tú dando vueltas por Londres. -Arqueó una de las cejas-. No sé por qué Bakari no me comentó que habías salido.

– Salí sin que me vieran los criados de las escaleras, para no molestar a quienes estaban en la fiesta.

– Nos habría alegrado que te unieras a nosotros.

– Es muy amable por tu parte, te lo aseguro; pero tenía miedo de que si me unía a la velada, todas las mujeres que estaban allí para observarte a ti podrían haber quedado prendadas de mi fascinante encanto americano. -Tosió modestamente contra una mano-. No quería deslucir tu presencia.

– Créeme que habrías sido bienvenido por la mayoría de ellas, excepto por una.

– Hum, si. Miss Chilton-Grizedale. Puede que hayas dejado prendada a más de una jovencita antes, pero estoy seguro de que ahora te das cuenta de que hay una gran diferencia.

– Sí, esta vez me importa -dijo Philip asintiendo lentamente.

– Pero cortejarla puede representar un desafío, especialmente cuando todas sus energías están centradas en encontrarte una esposa.

Una lenta sonrisa hizo que los labios de Philip se doblaran hacia arriba mientras alzaba su copa de vino.

– Sí, pero no tendrá que preocuparse más por eso, dado que ya he elegido a una. Además, ya sabes cuánto me gustan los desafíos. -Echó un vistazo al reloj de la pared-. Y hablando de desafíos, ¿estás con ánimos para una búsqueda en las cajas del almacén esta noche?

– Por supuesto.

– Excelente. Y como el East End nos viene de camino, podremos parar en algún bar para tomar una copa.

– Eso suena muy bien. ¿Acaso andas buscando algo… aparte de problemas?

– Información.

– ¿Sobre…?

– Un deshollinador llamado Taggert.

A la mañana siguiente, con los ojos arenosos por la falta de sueño, Meredith entró en una calesa, mirando hacia delante, mientras Albert manejaba las riendas. Él iba sumido en sus pensamientos, cosa que ella le agradecía, mientras que su propia preocupación la hacía mantenerse en silencio.

Philip. Maldición, tenía que dejar de pensar en él. Pero ¿cómo? La noche pasada, él había ocupado todos los rincones de su cerebro -lo cual ya era bastante malo, pero la manera en que ocupaba sus pensamientos era de lo más perturbador.

Estuvo imaginando cómo le arrancaba la ropa, y luego pasaba sus manos por la cálida carne de él, explorando cada músculo y cada rincón de su cuerpo. A continuación, Philip le devolvía el favor, arrancándole el vestido, acariciándola por todas partes con la boca y las manos, y acababa haciéndole el amor con suave, lánguida y exquisita delicadeza.

Esas imágenes habían estado rondando por su imaginación toda la noche, y habían invadido sus sueños cuando ya había conseguido dormirse. Se había tumbado en la cama, sola, con el corazón saliéndosele del pecho, el cuerpo tenso de deseo y decepción, y la carne entre sus muslos húmeda y dolorida. En el pasado, en aquellas ocasiones en que tales sensaciones la habían asaltado -experimentar la pasión de un beso masculino, sentir unas manos sobre su piel, la sensación de un hombre dentro de su cuerpo- su amante imaginario había sido siempre alguien sin nombre, un producto de su imaginación. Y alguien completamente desestimable. Pero Philip no era un producto de su imaginación. Era un hombre de carne y hueso que la atraía a todos los niveles. Le gustaba. Le gustaba su sonrisa fácil y su comportamiento burlón. La inteligencia que evidenciaban sus cálidos ojos marrones. La pasión que sentía por las antigüedades. Admiraba la parte de él que había rescatado un cachorro abandonado y admiraba el cariño con el que había tratado a Hope, su aceptación y profunda comprensión del problema de Albert. No le había pasado desapercibido que Philip había asignado a Albert tareas que se acomodaran a su discapacidad. Porras, ya no encontraba sus salidas de tono y su falta de cortesía -que, gracias a Dios, empezaban a ser menos frecuentes- como algo fuera de lugar. En el poco tiempo desde que lo conocía, había sabido animar su sentido del humor, su curiosidad, su imaginación, y, qué Dios la ayudara, su cuerpo. Si ella hubiera estado buscando un hombre para sí misma, sin duda no tendría que seguir buscando mucho más…

La realidad cayó sobre ella como un jarro de agua fría. No estaba buscando un hombre. E incluso aunque así fuera, Philip, por muy interesado que estuviera por ella, era una opción imposible. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Gracias al cielo, después de su conversación la noche de la fiesta en su casa, él se dio cuenta claramente de que ella no era una mujer apropiada para él, como lo probaba el hecho de que hubiera organizado la cena de aquella noche. Había dejado de perseguirla, y había vuelto a la lista de jóvenes damas para encontrar a seis que pudieran interesarle. Excelente.