– Albert es un joven encantador, Meredith -dijo él apretando su mano-. Y admiro su lealtad y su valentía. Su fuerza interior. Y aunque aprecié la manera en que me intentaba dar a entender tus exquisitas cualidades, no había necesidad de que lo hiciera. Yo ya las conocía.
Sus suaves palabras y la intensa mirada que le dirigía hicieron que sus emociones se pusieran a hervir. Antes de que ella se pudiera recuperar, él sonrió y dijo:
– ¿Y qué hay de ese regalo que el Albert de once años te hizo, y que de alguna manera yo te he recordado?
Ella tragó saliva para recuperar la voz.
– Cuando me encontré con Albert, él no sabía leer ni escribir. Después de haberle enseñado, su primer esfuerzo consistió en escribir un poema en mi honor. Tenía el mismo tipo de expresión de ininterrumpida felicidad que has puesto tú cuando he dicho que me quedaba a cenar. Y me he sentido tan halagada como me sentí entonces.
– Estoy seguro de que todavía recuerdas las palabras de aquel poema.
– Oh, sí. Y todavía lo conservo, a buen recaudo junto con mis más preciadas posesiones. -En su mente pudo ver cada una de aquellas palabras, escritas con cuidadoso esmero-. ¿Te gustaría oírlo? -En el momento en que lo dijo se preguntó qué la había impulsado a hacerle aquella oferta sin precedentes. Nunca había compartido con nadie el poema de Albert. Ni siquiera con Charlotte.
– Sería un honor.
Ya era demasiado tarde para echarse atrás. Tomando aliento, dijo:
– Leí: «Sobre miss Merrie. Sus mejillas como fresas, sus ojos como moras. Resplandece su sonrisa como una lumbrera. Me dio un santuario. Ya no soy un solitario».
El silencio se cernió sobre ellos durante varios segundos -lo cual fue una bendición-, mientras en la garganta de Meredith se formaba un nudo. Aquellas sencillas palabras, escritas en su honor por un muchacho roto y herido, todavía la afectaban. Y la hacían sentirse humilde.
– Un hermoso testimonio -murmuró él-. Y muy inteligente para un chico de once años. Fue capaz de captar tu esencia más íntima, tu viveza, tu naturaleza, con solo unas pocas palabras. Entiendo que ese poema sea tan importante para ti. -Él se acercó y dulcemente le acarició una mejilla con la yema de los dedos-. Gracias por haberlo compartido conmigo.
Un calor ascendió por las mejillas de Meredith.
– No se merecen.
– Ven. Déjame que te muestre las delicias de la comida mediterránea y del Oriente próximo. Bakari es un excelente cocinero. -La condujo hasta la mesa baja que había delante del fuego, y luego se sentó sobre uno de los mullidos almohadones marrones, con sus largas piernas cruzadas. Mientras golpeaba el cojín que había al lado del suyo, invitándola a tomar asiento, Philip la miró con aire bromista-: Si te quedas de pie acabaré con tortícolis.
Meredith miró hacia el cojín y le asaltaron las dudas. Si solo estar de pie al lado de aquel hombre le resultaba problemático, reclinarse cerca de él entraba directamente en la categoría de «muy imprudente». Dirigió sus ojos hacia Philip, quien la miraba con expresión divertida.
– Tienes mi palabra de que no te voy a morder, Meredith.
Sintiéndose de repente ridícula por sus dudas, se arrellanó lentamente en el cojín de seda de color esmeralda.
– Puede parecer un poco extraño al principio -dijo él colocando unos cuantos cojines más detrás de ella-, pero después de que hayas cenado de esta forma, créeme, la formalidad del comedor habrá perdido todo su atractivo para ti.
Incorporándose sobre las rodillas con un movimiento ágil, él dirigió su atención hacia los objetos que había sobre la mesa, y ella tuvo la oportunidad de cambiar de posición, arreglándose la falda y colocando sus piernas en la misma posición en que las tenía él. Una vez que estuvo cómodamente sentada, tuvo que reconocer que aquello era mucho más cómodo que una dura silla de madera.
– ¿Te apetece beber algo? -preguntó él alcanzando una botella de cristal de largo cuello llena de un líquido de color claro.
– Gracias.
Con la mirada puesta en ella, rozó el borde de su copa con la copa de ella y el suave tintineo del cristal llenó la habitación.
– Por una velada memorable.
Temiendo no poder decir nada, ella asintió con la cabeza, y luego sorbió un trago de licor.
– Delicioso -dijo degustando la dulzura suavemente persistente que le dejaba un fresco sabor en la lengua-. Nunca había probado nada como esto. Parece vino… pero no. ¿Qué es?
– La verdad es que no estoy del todo seguro. Es una receta secreta de Bakari, que él no comparte con nadie. Una vez intenté espiarle mientras lo preparaba, pero me descubrió. Y me castigó por ello.
– ¿Te castigó? ¿Cómo? -preguntó ella alzando las cejas.
– Se negó a prepararla durante meses. Nunca más cometí el mismo error. No sé cómo la hace, simplemente la disfruto cuando la prepara.
Dejando a un lado la botella, Philip levantó la tapa de una sopera. Un delicioso y exótico aroma que no se parecía a nada que ella hubiera olido antes le llegó como un soplo de fragante vapor. Su estómago se retorció de hambre. Echándose hacia delante, le observó mientras servía una cremosa sopa en unos delicados cuencos de porcelana.
– ¿Qué es?
– Avgolémono. Es una sopa griega a base de huevo y limón.
Con la primera cucharada que se llevó a la boca sus ojos se entornaron disfrutando del extraño sabor que se deslizaba por su paladar.
– Increíble.
Cuando hubo terminado la sopa, y mientras esperaba con avidez el siguiente plato, Meredith sintió que la inquietud y el azoro habían desaparecido. Él le acercó un plato con un delicioso pescado asado, aliñado con unas cuantas especias aromáticas que ella no pudo reconocer, y acompañado de espárragos hervidos. Después de cada bocado, sus ojos se entornaban y un «hum» de satisfacción escapaba de su boca.
– Se ve que eres una mujer de grandes pasiones, Meredith.
Sus ojos se abrieron de par en par y se encontró con la mirada de él, quien la estaba observando por encima de los cristales de sus gafas con una expresión medio divertida y medio extasiada.
– ¿Por qué lo dices?
– Porque solo alguien con una naturaleza apasionada puede disfrutar de la comida con ese abandono.
Se sintió incómoda. Por todos los cielos, en ese entorno tan poco familiar se había olvidado por completo de sus buenas maneras.
– No te sientas incómoda -dijo él; sus palabras y el hecho de que hubiera adivinado su reacción solo sirvieron para hacer que sus mejillas se sonrojaran aún más-. Tu entusiasmo es un gran cumplido no solo para Bakari, sino también para mí. Me halaga que te sientas lo bastante cómoda conmigo como para bajar la guardia.
¿Cómoda? Casi se echó a reír. No había nada cómodo en los calores y estremecimientos, o en la excitación y la aceleración del pulso que le provocaba aquel hombre. Pero, en el momento en que esa idea llegó a su mente, no pudo negar que de una manera completamente diferente, que no sabía definir, se sentía realmente cómoda a su lado. Disfrutaba de su compañía. Del sonido de su voz. De su risa y su inteligencia despierta. No podía evitar pensar que si las circunstancias hubieran sido otras, posiblemente habrían podido ser… amigos.
¿Amigos? ¿Amiga del heredero de un condado? Por Dios bendito, estaba para que la encerraran.
– Tienes una expresión de lo más concentrada-comentó él-. ¿Te importaría compartir tus pensamientos conmigo?
Pensó por un instante no hacerlo, pero enseguida decidió que tal vez debería, al menos para recordarle lo diferentes que eran.
– Estaba pensando en lo muy diferentes que somos.
– ¿Y bien? Eso es muy interesante, ya que yo estaba precisamente pensando en lo mucho que nos parecemos.
– No puedo imaginar cómo has llegado a la conclusión de que dos personas que proceden de estratos sociales tan diferentes pueden llegar a parecerse.