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Él apartó a un lado su chal de encaje, desnudando un buen trozo de la pálida piel de ella, y dejándola expuesta al tacto de sus manos y sus labios. La besó dulcemente en los hombros, mientras sus manos se deslizaban a lo largo de su garganta y luego descendían hasta poder sujetar sus dos pechos entre las palmas.

– Philip. -Su nombre susurrado de una manera tan profunda le encendió como si ella hubiera acabado de echar un fósforo en un montón de leña. Y en ese momento Philip perdió la batalla que había estado librando contra los deseos de su cuerpo.

Con un gruñido, la apretó aún más fuerte con los brazos, de manera que sus labios se pudieran encontrar, y la besó de una forma que había pretendido que fuera suave, pero que inmediatamente se convirtió en caliente y exigente. Luego introdujo una mano por debajo de su canesú, acariciando su pecho desnudo. Mientras su lengua recorría la sedosa dulzura de su boca, sus dedos exploraron la exuberante blandura de su pecho y la dura excitación de su pezón. Philip sintió que los ahogados jadeos de Meredith le embriagaban, y al momento cualquier sensación de tiempo y espacio se borró, y esta fue reemplazada por una necesidad dolorosamente ardiente. Más. Quería más. Necesitaba más.

Con un chillido que era casi un grito de pánico, Philip se separó de aquellos labios, alegrándose al oír un chillido similar de protesta de ella. Con un gesto rápido se quitó las empañadas gafas y las dejó sobre la mesa, y luego hizo que ella se moviera hasta quedar reclinada en su regazo. Respirando con fuerza, Philip miró hacia abajo, hacia ella, tumbada en sus brazos. Avanzó una mano y tocó con la punta de un dedo el delicado hoyuelo de la parte inferior de su cuello, absorbiendo el frenético latido de su pulso.

– ¿Tienes idea de lo encantadora que eres? ¿De lo bien que se te ve en mis brazos? ¿De lo profundamente que me afectas? -Le tomó una mano y la apretó contra su pecho en el lugar exacto en el que el corazón le retumbaba como si estuviera corriendo por el desierto-. Esto es lo que me haces, Meredith. Cada vez que te veo, que pienso en ti, que te toco. -Abriendo varios botones de su camisa, él movió la mano de ella contra su pecho. Luego, cerrando los ojos para degustar el agudo placer de aquella mano frotándose contra su piel, le dijo-: Tócame.

Tras un breve momento de duda, ella abrió los dedos y poco a poco los fue pasando por su piel, rozando con las yemas sus pezones. Un rápido escalofrío lo recorrió. Oponiéndose al irresistible impulso de devorarla, Philip agachó la cabeza hacia su boca y pasó la lengua por su grueso labio inferior. Ella le devolvió la caricia, y ambas bocas se unieron en un largo, sensual y profundo conjunto de labios y lenguas.

Él la volvió a acomodar, echándola de espaldas hasta que estuvo completamente reclinada contra los mullidos cojines, y luego se tumbó a su lado. Abandonando la tentación de su deliciosa boca, llenó su mandíbula de besos, y luego fue bajando por la garganta hasta llegar a rozar con la lengua el inicio de sus pechos. Con mano temblorosa deslizó su canesú hacia abajo, dejando al descubierto aquellos exuberantes pechos coronados por dos excitados pezones de coral.

Dibujando círculos con su lengua alrededor de los pezones, Philip los recorrió uno a uno antes de metérselos en la boca. Ella dejó escapar un profundo y sensual alarido, e introdujo los dedos entre los cabellos de él a la vez que arqueaba todo el cuerpo, como si se le estuviera ofreciendo por completo. Pero aquello todavía no era suficiente.

Un mismo deseo recorría cada una de las venas de Philip, quien, con el pensamiento perdido en una niebla de excitación, deslizó una mano por debajo de las costillas de ella hasta llegar al abdomen, y de ahí siguió descendiendo hasta llegar al muslo y a la pantorrilla. Atrapando entre los dedos la suave tela de su vestido, empezó a deslizar la falda hacia arriba. Acto seguido, introduciendo una mano por dentro de la falda, le acarició los muslos.

Sintiendo aquella sedosa piel bajo los dedos y aquellos pechos en su boca, y oyendo los acompasados gemidos de placer de Meredith haciendo eco en su mente, el mínimo control que se suponía que aún podría poseer se evaporó como un charco en el desierto. En cuanto sus manos llegaron a las cintas de sus bragas, al momento se deshizo de aquella barrera.

«La quiero, la deseo.» Estas palabras martilleaban su cerebro como un mantra con el que alimentara el fuego que corría por sus venas. «Necesito tocarla. Ahora.»

Al primer roce de su dedo contra la íntima carne femenina, los dos se quedaron inmóviles. Ella dejó escapar un lento suspiro y él levantó la cabeza. Allí tumbada, con el pelo revuelto, con los ojos cerrados y unas oscuras manchas de excitación en las mejillas, con los labios entreabiertos, los pechos al descubierto y los pezones duros y erectos por efecto de sus labios y su boca, aquella mujer le desarmaba por completo. Sumida en la centelleante luz dorada de la chimenea, se le aparecía como una salvaje tentación, como una sirena encantadora a la que no se podía resistir.

Meredith abrió los ojos y sus miradas se cruzaron.

– Separa las piernas, Meredith.

Ella obedeció sin decir una palabra, y él deslizó la yema de su dedo por una carne femenina que estaba lisa, húmeda e hinchada… por su causa. Ella cerró los ojos con fuerza.

– Oh, cielos… -Apenas dos susurrantes palabras escaparon de sus labios y ella separó aún más las piernas.

Mirando su cara, estudiando la miríada de expresiones que se mezclaban en su semblante, él empezó a excitarla con un movimiento lento y circular. Poco a poco sus caderas comenzaron a ondular en respuesta, rozando su erección con cada uno de esos movimientos, hasta que él sintió que estaba a punto de estallar. Sus dedos empezaron a moverse a un ritmo más rápido, y la respiración de ella se fue haciendo cada vez más entrecortada, así como sus movimientos, como si tratara de encontrar algún alivio. Philip se tumbó sobre ella y la besó profundamente, metiendo la lengua en la calidez de su boca, a la vez que introducía primero un dedo, y luego otro, en el calor profundo de su cuerpo.

Ella se quedó rígida durante un instante, y él aprovechó para absorber el sabor de aquella boca con su lengua y la sensación de aquella carne caliente y húmeda apretándole los dedos, imaginándosela alrededor de su erección. El sudor le caía por la frente; con un gemido la besó aún más profundamente, imitando con la lengua la manera como se arqueaba el cuerpo de ella y moviéndose al unísono dentro de ella con los dedos. Las manos de Meredith se aferraron a los hombros de Philip y se hincaron en su carne. Su cuerpo apretó aún con más fuerza los dedos de él, a la vez que se arqueaba en un éxtasis de excitación. Apartándose de su boca, Philip se la quedó mirando, absorbiendo la sensación de los espasmos de ella alrededor de sus dedos, y quedándose obnubilado ante la erótica visión de la agonía de su orgasmo.

Un largo gemido salió de la boca de Meredith y los dedos que apretaban los hombros de Philip relajaron la tensión. Él sacó los dedos de dentro de ella, mientras ella dejaba escapar un profundo y susurrante suspiro. El almizclado aroma de su excitación le llenó la cabeza, y cerró los ojos apretando las mandíbulas para no dejarse llevar por el deseo arrebatado de enterrarse en su sedoso y húmedo interior.

La niebla sensual que envolvía a Meredith se fue disipando poco a poco, dejándola en un perdido limbo, en un estado que jamás antes había experimentado, y que su imaginación nunca habría llegado a concebir. Forzándose a abrir los párpados, Meredith se quedó quieta, observándolo. Él estaba tumbado de lado, con la parte superior de su cuerpo desnuda, y perfectamente inmóvil excepto por un pequeño músculo que palpitaba sobre su mandíbula cerrada. La estaba mirando fijamente, y los ojos le ardían de emoción. Él tomó la mano que ella tenía apoyada aún en su hombro y la besó en la palma, apretándola después contra su pecho. Sus latidos repicaban contra los dedos de ella.