No le habrían dado un golpe más fuerte si le hubiesen lanzado un ladrillo a la cabeza. Una parte de él estaba deseando abrazarla y aprovecharse de su obvio momento de enajenación mental, pero otra parte le decía que tuviera cuidado. Y que se asegurara de que lo que acababa de oír no iba a transformarse luego en decepción.
– ¿Por qué quieres que te bese? -preguntó él con delicadeza, estudiando su expresión y aterrorizado por las esperanzas que empezaban a formarse en su corazón.
Los ojos de ella se llenaron de tal cantidad de inconfundible ternura que él se quedó sin aliento.
– Quiero que me beses porque te amo.
Por el amor del cielo, también él había perdido la cabeza. Estaba tarado, eso le pasaba. Oía cosas. El manicomio sería su última morada.
Seguramente su aspecto era tan aturdido como sus pensamientos, porque los ojos de ella le miraron con preocupación.
– Albert, ¿me has oído?
– No estoy seguro. Me parece imposible haber oído lo que creo que he oído. ¿Podrías… repetirlo de nuevo?
Una sonrisa tembló en los labios de ella. A continuación, se aclaró la garganta y le dijo con una voz lenta, alta y clara:
– Quiero que me beses porque te amo.
Dulce nombre de Dios, ¡no había perdido la cabeza! Tomó la cara de ella entre sus temblorosas manos. Ella se acercó a él y levantó el rostro, deslizando las manos alrededor de su cintura.
– Charlotte…
Albert rozó la boca de ella con la suya, dulcemente, temiendo que de un momento a otro se despertaría para descubrir que todo había sido un sueño, una mala pasada de su imaginación. Pero no había nada imaginario en la manera como la boca entreabierta de ella se le acercaba, o en la sensación de sus manos rodeándole la cintura.
Forzándose a terminar con aquel beso antes de que la creciente urgencia le pidiera a su cuerpo que aboliera el pensamiento, él levantó la cabeza. Y se topó con la imagen más increíblemente bella que había visto jamás. Charlotte. Entre sus brazos. Sus labios húmedos y enrojecidos por su beso. Su piel coloreada de excitación por su contacto. Y sus ojos llenos de ternura y amor por él.
Parpadeó dos veces, no estando aún seguro de que ella no fuera a desaparecer, pero seguía estando allí, entre sus brazos. Dios sabe que no deseaba hacer o decir nada que pudiera romper ese momento mágico, pero tuvo que preguntar:
– ¿Estás segura, Charlotte? ¿Estás segura de que quieres unirte a un hombre como yo? -Él miró hacia su pierna y luego volvió a alzar los ojos hacia ella-. Tengo algunos desperfectos.
– Yo también. No puedo cambiar mi pasado, Albert.
– Tampoco yo puedo cambiar el mío. -Él le acarició la suave mejilla asombrándose de poder hacerlo-. Yo solo estoy interesado en tu presente y tu futuro.
– Soy cinco años mayor que tú.
– No me importa. -Tomó una de sus manos y se la llevó a los labios besándole la parte de detrás de los dedos-. No puedo creer que estés aquí, que te esté acariciando, que tú me ames. Pero, por Dios, te aseguro que no voy a dejar pasar esta oportunidad. Charlotte, ¿quieres casarte conmigo?
Ella abrió los ojos como platos; luego, para alarma y desmayo de Albert, una lágrima se deslizó por su mejilla.
– ¡Maldita sea! No pretendía hacerte llorar. -Él secó aquella lágrima con sus dedos, pero otra, y otra, y otra le siguieron.
– No estoy llorando -susurró ella.
– Bueno, pues entonces es que tienes goteras, porque veo agua saliendo de tus ojos.
Un sonido que parecía a la vez un sollozo y una risa salió de la garganta de ella. A continuación, Charlotte le rodeó el cuello con los brazos y enterró su cara contra el pecho de él. Sintiéndose completamente impotente, él le dio unas palmaditas en la espalda, le acarició el cabello y la besó dulcemente en las sienes.
– Charlotte, por favor, no puedo soportar verte llorar. ¿Por qué estás tan disgustada?
Ella alzó la cara y lo miró. Agarrándole el rostro con las palmas de las manos, le dijo:
– No estoy disgustada. Estoy rebosante de alegría, impresionada. No sabes cuánto he deseado que me pidieras que me casara contigo.
– ¿Cómo pudiste imaginar que no iba a querer hacerlo? -En el momento en que formuló la pregunta pudo leer la respuesta en sus ojos-. Yo no te deshonraría, Charlotte.
– No soy el tipo de mujer con la que se casan los hombres.
– Qué demonios significa que no eres. Yo quiero que seas mi esposa. Quiero que Hope sea mi hija. La única pregunta es, ¿quieres tú que yo sea tu marido y el padre de Hope?
– Si tú nos quieres…
– Sois lo que siempre he querido.
Ella dejó escapar un suspiro tembloroso.
– Entonces, sí. Sí, quiero casarme contigo.
Fue como si el sol acabara de abrirse paso entre un montón de nubes negras. Apretándola contra su cuerpo, Albert la besó larga y profundamente hasta que no le quedó aire en los pulmones. Luego, volviendo a respirar, descansó su frente contra la de ella durante medio minuto.
– Hay algo que deberías saber, yo nunca… yo nunca he estado con una mujer.
– Me gustaría poder decirte que yo nunca he estado con un hombre. Pero sí te puedo asegurar honestamente que nunca he hecho «el amor» con ningún hombre.
El le alzó la cara y sonrió.
– ¿Es cierto? ¿De verdad te vas a convertir en mi esposa?
Ella le devolvió la sonrisa:
– Sí. ¿De verdad te vas a convertir en mí marido?
– Sí. Y cuanto antes mejor. Yo, ejem, espero que no prefieras un largo noviazgo.
– Albert, no es necesario que nosotros esperemos a que estemos casados para…
Él la hizo callar con un beso:
– Sí, sí que lo es. Tú te mereces el mismo respeto que cualquier mujer decente, y yo no voy a mancillar tu honor tomándote antes de que nos hayamos casado. Nunca pensé que podría tenerte, Charlotte. Ahora que ya eres mía, puedo esperar.
La gratitud y el amor que se reflejaban en los ojos de ella casi lo hacen caer de rodillas a sus pies.
– No puedo esperar a contarles nuestra noticia a Hope y a Meredith -dijo él-. ¿Te imaginas lo que se sorprenderá cuando sepa que mientras ella estaba en una cena festiva, intentando encontrar la pareja perfecta para lord Greybourne, aquí hemos encontrado una pareja perfecta por nosotros mismos?
– Una noche de gran éxito, al menos en lo que a mí concierne -contestó ella sonriéndole-. Y solo espero que miss Merrie haya tenido el mismo éxito que nosotros.
15
A la mañana siguiente, Philip salió de su dormitorio y se dirigió al comedor con la intención de desayunar rápidamente y salir hacia el almacén. Esperaba encontrar a Andrew allí, para que le pusiera al corriente de los avances de la investigación. Bakari estaba de pie en el vestíbulo, y Philip notó que en su cara se traslucían signos de una noche sin haber dormido.
– ¿Una mala noche? -preguntó estudiando el rostro de Bakari.
Algo centelleó en los ojos de obsidiana de Bakari, pero se desvaneció tan rápidamente que Philip no tuvo tiempo de darse cuenta.
– Me costó dormir -contestó Bakari.
– Sí, sé exactamente cómo te sientes -murmuró Philip. En realidad, para él había sido completamente imposible dormir-. Quería agradecerte de nuevo todas las molestias que te tomaste preparando y llevando a cabo la cena de anoche. -Colocó una mano en el hombro de Bakari, con un gesto de amistoso agradecimiento, pero el hombrecillo hizo una mueca de dolor.
– Perdona, no quería hacerte daño -dijo Philip retirando inmediatamente su mano.
– Dolorido de llevar material al estudio.
– Oh, sí, claro. Imaginé que estarías cansado, aunque te quería dar las gracias. Me refiero a anoche, cuando regresé de acompañar a miss Chilton-Grizedale, pero no te encontré. -Philip sonrió a Bakari-. Me pareció raro no verte aquí esperándome, pero con todo el trabajo extra que hiciste, supuse que te habrías ido ya a descansar.