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Algo centelleó de nuevo en los ojos de Bakari.

– Como usted dice, un trabajo extra agotador. ¿Le gustó a ella? -dijo Bakari inclinando la cabeza.

– Sí. Fue una noche maravillosa. -Hasta que dejó que sus pasiones le dominaran y la asustó como si fuera un ratón perseguido por una cobra. Para acabar compartiendo un incómodo y silencioso viaje de regreso a su casa.

– ¿Se va a casar con ella? -dijo Bakari estudiando su reacción.

– Eso espero.

– ¿Qué dijo ella cuando le preguntó?

– No se lo pregunté. Pero pienso hacerlo. La próxima vez que la vea.

– La próxima vez podría ser demasiado tarde.

Philip pensó en decirle que explicara ese comentario críptico, pero sabía que el testarudo carácter de Bakari no le permitía decir ni una palabra más. Además, Bakari -a su reticente manera- le había dado a entender su preocupación por algo que Philip no había logrado sacarse de la cabeza. Había invitado a Meredith para pedirle que se casara con él, pero desde el primer momento había temido que ella le contestaría hablando no sobre las razones por las que hacían una buena pareja, sino sobre las excusas por las que no podía casarse con él.

Sospechaba que él sabía por qué no se había atrevido a preguntárselo. La información que había descubierto acerca de ella, de manera fortuita mientras preguntaba por Taggert en las tabernas, era seguramente lo que le había hecho detenerse. Quizá tendría que haberle dicho a ella lo que sabía. Pero quería darle la oportunidad de que fuera ella la que se lo contara. De que ella le dijera la verdad. Había intentado conversar sobre el pasado la noche anterior, pero ella había hecho todo lo posible por cambiar de tema. Puede que ahora que él le había hablado de su doloroso pasado, ella tuviera más ánimos para confiar en él.

– Acaba de llegar esto -dijo Bakari alzando una mano.

Philip tomó el sobre de vitela, rompió el sello de lacre y echó un vistazo a la misiva.

– El Sea Raven ha sido visto cerca de la costa. Se espera que atraque en los muelles esta tarde. Desde mañana, la búsqueda del pedazo de piedra desaparecido podrá extenderse a las cajas que hay en el Sea Raven. -Metió el mensaje en el bolsillo de su chaqueta-. ¿Se ha levantado ya Andrew?

– En el comedor.

Dándole las gracias con una ligera inclinación de cabeza, Philip se dirigió al pasillo. Entró en el comedor y se sorprendió por el aspecto de Andrew, cuyo rostro normalmente alegre mostraba una mandíbula arañada y un labio hinchado.

– ¿Duele tanto como parece? -le preguntó.

– Hace que comer sea algo menos placentero -dijo Andrew con una mueca de dolor-. Pero me duelen tanto las costillas que esto casi no lo siento.

– ¿Es ese el resultado de tus investigaciones?

– No estoy seguro. Te lo contaré en cuanto te sientes delante de mí. Hablar de un lado al otro de la habitación requiere mucho más esfuerzo.

Frunciendo las cejas, Philip se acercó al mostrador y se sirvió un huevo y unas lonchas de jamón, y a continuación se sentó en la mesa delante de su amigo.

– Te escucho.

– Primero cuéntame cómo te fue anoche con miss Chilton-Grizedale -dijo Andrew haciendo aspavientos mientras examinaba el rostro de Philip-. No parece que te haya dejado heridas.

– Bueno, no llegó a golpearme.

– Al menos no físicamente.

– Supongo que eso es una buena señal. ¿Es tan buena como las noticias que le siguen?

– Me temo que no. Después de un comienzo un poco agitado, las cosas iban bastante bien hasta que se dio cuenta de lo que pretendía proponerle. Entonces se sintió atemorizada. Y me pidió que no hablara de eso, que le diera tiempo para pensárselo.

– Una reacción curiosa, ¿no crees? -dijo Andrew arqueando las cejas.

Sin demasiadas ganas de seguir con esa conversación, Philip le contestó encogiéndose evasivamente de hombros:

– Es muy cauta. Y con ese maldito maleficio pendiendo sobre mi cabeza, sin mencionar lo que se rumorea sobre mi incapacidad para… cumplir (a la que no se deja de aludir cada día en el Times), no soy precisamente el mejor partido que se pueda encontrar. No como tú.

Una inexorable expresión de tristeza nubló el semblante de Andrew, y Philip se sintió culpable por haber herido los sentimientos de su amigo con sus frívolas palabras.

– Pero yo abandonaría con gusto mi estado de soltería si pudiera conseguir a la mujer que amo -dijo Andrew en voz baja.

Amor. Ese era un tema al que, junto con otros muchos, había estado dando vueltas Philip en su larga noche de insomnio. Y Andrew era precisamente el hombre que podía ayudarle.

– Me aseguras que amas a esa mujer -dijo él-. ¿Cómo lo sabes?

Andrew estudió sus ojos con seriedad.

– Lo sabes porque el corazón se te sale del pecho cuando la ves, cuando oyes su voz. Tus pensamientos se confunden cuando ella está a tu lado. Hagas lo que hagas, estés donde estés, ella está siempre en tu cabeza. Tanto si estáis juntos como si estáis separados, siempre la tienes en tu pensamiento. Lo sabes porque harías cualquier cosa para conseguirla. Cualquier cosa por estar con ella. Y cuando piensas en tu vida sin ella, los años por venir te parecen como un negro túnel vacío.

Philip se echó hacia atrás en su silla, absorbiendo las palabras de Andrew con una sorpresa cada vez más creciente. Por Dios, todas esas cosas eran las que él sentía por Meredith, y muchas más. Aquello no entraba solamente en la categoría de «se siente atraído por ella» o «hacen buena pareja» o «está bien en su compañía». No, aquello era…

– Por todos los demonios. Estoy enamorado de ella.

– Bueno, por supuesto que lo estás -rió Andrew-. Pero estoy seguro de que no te sorprende tanto.

– ¿Tú ya lo sabías? ¿Antes que yo? -preguntó Philip mirándole fijamente.

– Pues claro. Tu amor por ella es obvio. Yo no sé cómo no eres capaz de darte cuenta, puede que todos esos pequeños cupidos flechadores revoloteando alrededor de tu cabeza te oscurezcan la visión. Para mí fue obvio desde la primera vez que os vi juntos a ti y a miss Chilton-Grizedale.

Maldición. ¿Desde cuándo se había hecho tan transparente?

– Ya veo. Y Meredith… ¿sufre esos pequeños oscurecimientos de visión, esos cupidos flechadores revoloteando alrededor de su cabeza? -preguntó Philip

Andrew se tocó la barbilla e hizo una mueca de dolor cuando su mano rozó la mandíbula.

– Miss Chilton-Grizedale no es una mujer fácil de interpretar. Sin duda se siente atraída por ti, y a mí me parece que le interesas bastante. Lo que es difícil de predecir es si se dejará o no arrastrar por los sentimientos que alberga hacia ti. Sin embargo, si es como la mayoría de la gente, puede ser persuadida si se dan las condiciones adecuadas. -Un músculo se movió en la mandíbula de Andrew-. Te envidio, Philip, porque eres libre para perseguir a la mujer que amas.

– Soy libre de perseguirla, pero ¿para qué? A menos que logre liberarme del maleficio, no seré libre de casarme para ella.

Sus palabras cayeron sobre él como si fuera un negro sudario de oscuridad. Si no encontraba la manera de librarse de aquel maleficio, perdería a Meredith. Ya era bastante malo que le hubiera dado su palabra a su padre, lo cual le llevaría a perder su honor y su integridad. Y ahora también se arriesgaba a perder su corazón.

– En cuanto al maleficio, tengo buenas noticias del Sea Raven -dijo Philip. Extrajo la nota del bolsillo de su chaqueta y se la entregó a Andrew, quien leyó las pocas líneas-. Estoy pensando ir al muelle esta tarde para supervisar el desembarco y el traslado de las cajas. Mañana mismo podremos empezar a buscar en ellas.

Andrew asintió con la cabeza y devolvió la nota a Philip. Este se la guardó de nuevo en el bolsillo y dijo:

– Ahora, háblame de la interesante noche de ayer.