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Las manos de Philip se apretaron sobre los hombros de su hermana y luchó para controlar la rabia que aumentaba en él. «El muy mal nacido», pensó.

– ¿Son graves las heridas?

– Tiene un brazo roto. El doctor le ha colocado el hueso en el sitio, pero es muy doloroso. También tiene un gran chichón en la parte de detrás de la cabeza. En la nota que me envió me decía que acababa de salir del White cuando alguien le atacó por la espalda. Recuerda que le golpearon en la parte posterior de la cabeza, y luego nada más, hasta que volvió a despertar, en un sillón del White, donde era atendido por el doctor. Un caballero que salía del club se encontró con papá tirado en la calle. -Ella arrugó la barbilla y parpadeó-. Con su frágil salud, ha sido una suerte que sobreviviera.

La mirada de Philip se posó en Andrew, cuyos labios estaban apretados formando una delgada línea. Edward y Bakari también les miraban preocupados.

– Me temo que hay algo más -dijo Catherine llamando de nuevo su atención-. Anoche entró un intruso en mi dormitorio.

Philip se quedó helado hasta los tuétanos, y por un momento no pudo decir nada mientras una cólera feroz fluía por sus venas. Antes de que pudiera volver a hablar, su hermana continuó:

– Me desperté al oír un ruido en el balcón. Primero pensé que debía de ser el viento, pero entonces vi una sombra negra entrando en el dormitorio por la puerta del balcón.

– ¿Y tú qué hiciste? -preguntó Philip sintiéndose golpeado por el ultraje que alguien, fuera quien fuese la persona que quería hacerle daño, estaba consiguiendo infligirle. «Si me quieres a mí, ven a buscarme, maldito mal nacido», pensó.

– Salté de la cama, agarré el atizador del fuego y le golpeé con todas mis fuerzas. Pero como estaba muy oscuro no sé dónde le di, aunque creo que debí de golpearle en la parte superior del brazo. Cuando volví a levantar el atizador para golpear de nuevo, él salió corriendo. Saltó del balcón al jardín y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. -Ella colocó una mano sobre el pecho de Philip-. Deja de mirarme tan preocupado. No llegó a hacerme nada, te lo aseguro.

A pesar de la tensión que le encogía el estómago, la sombra de una sonrisa apareció en sus labios.

– ¿Así que le atizaste con el atizador? Buena chica, diablillo. Siempre has sido un fierabrás.

Catherine dejó escapar una risotada.

– En aquel momento quizá, pero al cabo de unos instantes estaba temblando y, me da un poco de pena decirlo, bastante llorosa. No podía dejar de pensar en lo que podría haber pasado si no me hubiera despertado en aquel instante.

Ella se estremeció y Philip la abrazó con cariño besándole la frente.

– Siempre has sido la muchacha más valiente que he conocido. Y ya sabes que hasta los guerreros más valientes lloran después de haber ganado la batalla.

– ¿Está usted segura de que no le han hecho daño, lady Bickley? -preguntó Andrew con voz suave.

Catherine se volvió hacía él.

– Sí, yo… -Separándose del abrazo de Philip, se acercó hacia Andrew con la mirada llena de sorpresa y preocupación-. Por Dios, señor Stanton, me parece que esa pregunta se la tendría que haber hecho yo a usted.

– También atacaron a Andrew anoche -comentó Philip.

En pocas palabras le contó lo que había sucedido y las notas amenazadoras que había recibido. Justo cuando estaba acabando su relato, volvió a sonar el timbre de la puerta. Bakari fue a abrir, y al momento volvió con una nota para Philip, quien después de romper el sello leyó las pocas líneas que contenía y se sintió mucho más aliviado.

– Es de Meredith; dice que piensa pasar a visitarme esta mañana, dentro de una hora -explicó sacando el reloj del bolsillo y consultando la hora-. Dice que Goddard la acompañará hasta aquí, de modo que estará a salvo y bien acompañada, gracias a Dios. -Volviéndose hacía Edward, Andrew y Bakari, dijo-: Voy a acompañar a Catherine a casa de nuestro padre, para ver cómo se encuentra. Vosotros tres podéis ir al almacén y continuar con la búsqueda en las cajas que quedan allí, y que de paso así protegeréis. Yo me reuniré con vosotros más tarde, después de hablar con Meredith. Cuando hayamos acabado con las cajas que quedan en el almacén, iremos juntos al muelle a esperar la llegada del Sea Raven.

– ¿El Sea Raven? -preguntó Edward.

– Sí. He recibido un mensaje esta mañana que dice que llegará a puerto esta tarde.

Mientras todos se ponían aprisa los abrigos, Philip dijo:

– Andrew, vosotros podéis utilizar mi carruaje.

– ¿Y tú cómo vas a venir? -preguntó Andrew.

– Yo iré con el coche de Catherine hasta casa de mi padre y desde allí tomaré un coche de alquiler. -Agarró su bastón del estante de porcelana del vestíbulo y salió hacía la calle-. Tened cuidado, nos veremos pronto -les dijo a sus amigos, y a continuación salió con Catherine hasta el coche, que los esperaba en la puerta.

Como la casa de su padre estaba a poca distancia, el camino lo recorrieron en apenas cinco minutos. Durante ese tiempo, Philip no dejaba de sostener la mano de Catherine entre las suyas, a la vez que daba gracias a Dios por que no la hubiesen herido. O algo peor.

Cuando llegaron a casa de su padre, Catherine fue inmediatamente acompañada por el ayuda de cámara hasta el dormitorio, mientras Philip se detenía un momento a hablar con el mayordomo,

– Avise al personal de que no dejen entrar en la casa a nadie salvo a mí mismo, Evans. A nadie. Bajo ningún concepto. Y tampoco quiero que lady Bickley o mi padre salgan de aquí.

Evans se quedó pálido.

– ¿Cree que corremos algún peligro, señor?

– No, Evans, «sé» que corremos peligro.

Le explicó rápidamente lo que había sucedido, los ataques y el intruso en casa de Catherine de la noche anterior. Evans se puso firmes.

– Quédese tranquilo, señor; no pienso permitir que nadie vuelva a hacer daño a su padre o a su hermana.

– Lo sé, Evans. Ahora quisiera ver a mi padre. -Cuando Evans hizo el gesto de acompañarle, Philip dijo-: Conozco el camino. Es mejor que usted hable con el servicio y después siga ocupando su puesto en la entrada.

– Por supuesto, señor.

Philip subió los escalones de dos en dos, luego giró en el pasillo a la derecha y se dirigió hacia el dormitorio principal. Llamó a la puerta y una voz apagada le invitó a pasar. Entró en la habitación, cerró la puerta a su espalda y cruzó la alfombra persa de color azul turquesa hasta llegar a la cama. Catherine estaba sentada en una silla de brazos al lado de la cabecera de la cama, sosteniendo entre sus manos una de las de su padre.

Philip se sintió tenso por dentro cuando vio la venda blanca que rodeaba la cabeza de su padre y el brazo en cabestrillo que llevaba también un grueso vendaje blanco. En su cara pálida e hinchada y en el color de sus ojos se podía ver reflejado el dolor, pero su padre se las arregló para sonreír.

– Me alegro de verte, hijo.

Philip le rozó una mano con la punta de los dedos, y luchó por dejar a un lado el sentimiento de culpabilidad y la ira que le estaban apuñalando.

– También yo me alegro de verte, padre. ¿Cómo te encuentras?

– Un poco peor que ayer, me temo, pero el doctor Gibbens me ha asegurado que me recuperaré completamente. -Apretó los labios-. Maldito hombre impertinente. Me ha dicho que soy afortunado por tener una cabeza tan dura. Cuando le pregunté si recordaba con quién estaba hablando, tuvo el atrevimiento de «guiñarme» un ojo y añadir: «Con su afortunada Excelencia que posee tan dura cabeza, señor». ¿Os podéis imaginar tanto atrevimiento? Me parece que se cree que solo porque nos conocemos desde que éramos niños se puede tomar ciertas libertades verbales. Bueno, ya le dije que en cuanto me sintiera con ánimos iba a retarle y le iba a hacer polvo en una partida de ajedrez.