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Philip se tragó el nudo que tenía en la garganta. A pesar del dolor, estaba claro que su padre intentaba quitarle importancia al asunto, por él y por Catherine, lo cual era algo que a Philip le hacía sentirse aún peor. Forzando una sonrisa, y en un tono de voz que pretendía ser de broma, dijo:

– Estoy seguro de que el doctor Gibbens te contestaría que estaba preparado para ese desafío.

– Pues la verdad es que esas fueron exactamente sus palabras.

– Ya, claro, es que puedo leer la mente. Esa es una de las muchas habilidades que aprendí en el extranjero, ¿no te lo había mencionado?

– No -dijo su padre-. Y me gustaría señalar que no soy un hombre de cabeza dura.

– Por supuesto que no -dijeron al unísono Philip y Catherine.

Su padre hizo una mueca clara de dolor y malestar, y la poca calma que le quedaba a Philip se desvaneció. Tomando las manos de su padre entre las suyas, le contó brevemente los demás ataques y concluyó diciéndole:

– Creo que existe una conexión entre estos ataques y mi búsqueda del pedazo desaparecido de la «Piedra de lágrimas». Alguien pretende hacerme sufrir hiriendo a quienes están a mi alrededor. Y, por desgracia, lo ha conseguido. Por el momento. -Miró a su padre fijamente a los ojos-. Voy a descubrir quién es el responsable de esto y haré que lo detengan. Te doy mi palabra, padre.

Se cruzaron una profunda mirada. Luego su padre asintió con la cabeza y le apretó la mano.

– Eres un gran hombre, hijo. Y estoy convencido de que podrás mantener tu palabra.

Un suspiro que ni siquiera se había dado cuenta que retenía en los pulmones salió entre los labios de Philip; un suspiro que se llevaba con él un poco del peso que había sentido en su corazón desde que muriera su madre. Y como ni su padre ni él eran muy habladores, el silencio había ayudado a aumentar la distancia que se había ido abriendo entre ellos dos durante todos esos años. Pero ante aquellas sencillas palabras que su padre acababa de proferir, él sintió que se acababa de levantar un puente entre ellos dos. Y tenía toda la intención de cruzar aquel puente. Y esperaba dar el primer paso con la noticia que tenía que comunicarle.

– Padre, al respecto de mi matrimonio… Quiero que sepas que estoy más determinado que nunca a resolver el problema del maleficio, porque he encontrado a la mujer con la que quiero casarme, y me parece impensable la idea de no tenerla a ella por esposa.

Catherine se puso ambas manos sobre el corazón y un sonido de maravillada sorpresa salió de entre sus labios.

– Oh, Philip, estoy tan contenta de que hayas encontrado a alguien que te interesa.

Antes de que pudiera decirle a Catherine que sentía algo más que simple interés por su futura esposa, su padre dijo:

– Excelentes noticias. Por lo que se ve la velada de la otra noche fue un éxito. Sabía que miss Chilton-Grizedale sería capaz de conseguirlo. Una muchacha muy inteligente, a pesar de que la primera boda que concertó se hundiera como una piedra en un lago. Bueno, ¿y quién es la jovencita que has elegido? Debo decirte que las apuestas en el White están claramente a favor de lady Penélope.

– En realidad, se trata de miss Chilton-Grizedale.

– ¿Qué sucede con ella?

– Ella es la joven elegida.

– Ella es la joven elegida para que te encontrara una novia adecuada, ¿y?

– No. Ella es la joven que yo he elegido para que sea mí futura esposa.

En la habitación se hizo un profundo silencio. Luego Catherine se levantó de la silla. Sin decir una palabra, caminó alrededor de la cama hasta que se paró delante de Philip.

– Tengo una pregunta que hacerte -dijo ella en voz baja, con sus ojos llenos de preocupación buscando los de su hermano-: ¿Estás enamorado de ella?

– Completamente.

Algo de la tensión que reflejaban sus ojos se relajó.

– Y ella ¿está enamorada de ti?

– Eso son dos preguntas, Catherine.

– Discúlpame. -Alzó una mano y le acarició la mejilla-. Solo deseo tu felicidad, Philip. -Bajando más la voz hasta convertirla en un suspiro, añadió-: No quisiera verte cometer el mismo error que yo cometí, ni ver que te casas con alguien a quien no le importas.

Un borbotón de odio hacia lord Bickley atravesó a Philip, y renovó la promesa que se había hecho a sí mismo de mantener una larga conversación con su cuñado, una vez hubiera solucionado sus propios problemas.

– No te preocupes, diablillo -le susurró al oído-. A ella le importo mucho. Y me hace feliz. Y yo la hago feliz. Y los dos te vamos a hacer tía varias veces.

Ella le ofreció una radiante sonrisa -una sonrisa que podría ya no existir si el mal nacido de anoche hubiera llegado a poner sus manos sobre ella.

– Entonces, quizá debería felicitarte. Os deseo a ti y a miss Chilton-Grizedale mucha felicidad, Philip.

– Gracias -dijo él contestando entre dientes.

Desde la cama, se oyó el sonido de un carraspeo de su padre.

– Debo decirte, Philip, que tu noticia me coge un poco desprevenido. -Miró a Catherine-. ¿Te importaría dejarnos solos un momento?

– Estaré en el salón. -Después de dar un apretón de brazos a Philip, Catherine salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un sonido apagado.

– Me temo que en este momento no tengo tiempo para una larga discusión, padre. Y de hecho, no tenemos nada que discutir, ya que estoy decidido. Voy a casarme con Meredith.

El rostro de su padre se puso rojo, un color que resaltaba aún más a causa del blanco vendaje que le cubría la cabeza.

– ¿Cómo se te puede haber ocurrido algo así, Philip? Me habías dado tu palabra…

– De casarme. Y lo haré. En cuanto haya roto el maleficio.

Los labios de su padre se apretaron formando una delgada línea de desaprobación, borrando de un plumazo la frágil unidad que apenas hacía un momento habían conseguido mantener los dos.

– No es de nuestra clase, Philip. Por Dios, esa mujer es comerciante. ¿Qué sabes de su familia? ¿Qué sabes de su procedencia? ¿Quiénes son sus padres? -Antes de que Philip pudiera decir una sola palabra, su padre añadió-: Yo no conozco el nombre de sus padres, pero sé una cosa de ellos. Son don nadie. Personas sin importancia.

– Eso no me importa. Puede que no sea una hija de la clase alta, pero es completamente respetable. Además, es una persona buena, generosa, interesante y, como tú has dicho, inteligente, y sobre todo me hace feliz.

– Estoy seguro de que esa muchacha es un encanto. Hazla tu amante y cásate con una mujer apropiada.

Philip agarró una mano a su padre y comprobó su temperatura.

– ¿Con «apropiada» quieres decir alguien que aporte dinero, prestigio y quizá algunas propiedades al matrimonio?

– Exactamente -dijo su padre mirándole aliviado.

– Me temo que no tengo la intención de sacrificar mi felicidad para aumentar la ya bastante abultada lista de propiedades familiares, padre.

Se hizo el silencio entre ellos durante varios segundos.

– Los años que has pasado en el extranjero te han cambiado, Philip. Nunca pensé que serías capaz de deshonrar tu herencia de esa manera.

– No veo ningún deshonor en casarme por amor en lugar de hacerlo por dinero. Y ahora, aunque no quiero parecer brusco, debo dejarte; y considero que este asunto queda así zanjado. Lamento que te hayan herido y me siento más aliviado de verte bien.

– Créeme, este asunto no se ha zanjado en absoluto.

– Está entera y completamente zanjado. Me voy a casar, y me temo, padre, que tú no tienes nada que objetar a la persona que yo haya elegido. Aunque me gustaría mucho que nos dieras tu bendición, tengo la intención de casarme con ella, tanto si lo apruebas como si no. Te volveré a visitar en cuanto me sea posible.

Philip salió rápidamente de la habitación y bajó apresuradamente las escaleras hacia el salón, donde se despidió de Catherine y recordó a Evans las instrucciones que le había dado de que no dejara entrar a nadie en la casa. Se puso el abrigo y salió a la calle con el bastón bajo el brazo. Su casa estaba solo a un pequeño paseo de la de su padre, y se dirigió hacia allí a pie para encontrarse con Meredith.