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Bajó la mirada hasta la herida que él tenía en la barbilla y su estómago dio un vuelco. Dios bendito, había arriesgado su vida por salvarla a ella. Con el mismo espíritu heroico del que había hecho gala el primer día que ella lo vio a la puerta de la sastrería de madame Renée. ¿Se trataría de un comportamiento de solo unos días? No. Ella se sentía como si lo conociera desde siempre, y como si hubiera estado esperando por él todo el tiempo. Deseaba agarrar un trozo de lino y limpiarle la herida de la barbilla. Pero tampoco era su turno de cuidar.

La mirada de Meredith se dirigió hacia su boca, aquella hermosa y sensual boca que había besado la suya con tierna perfección y cálida pasión. Un flujo de recuerdos de aquella hermosa boca tocando la suya la invadió, imágenes que ella nunca podría borrar de su mente. Sus labios se estremecieron en un deseo irresistible de besarle. Pero tampoco era su turno de besar.

Él le acercó un pedazo de lino al labio inferior despertándola de sus ensoñaciones. Lo miró fijamente y vio en sus labios apretados el cuidado que ponía en su tarea. Un músculo se movía en su mandíbula, y se dio cuenta de que Philip estaba sufriendo por su cercanía de la misma forma que sufría ella. Esa idea debería haberla horrorizado, pero en vez de eso la envolvió con una poco adecuada ola de feminidad. Un minuto más tarde, él se volvió para colocar el lino utilizado en la bandeja. Se tomó un momento para limpiarse la cara y luego cogió una especie de ungüento del cuenco de cerámica y se frotó con él la barbilla. Cuando volvió la cara hacia ella sus miradas se cruzaron; a Meredith empezó a faltarle el aire y sintió que se ahogaba en aquellos intensos e irresistibles ojos.

– He terminado -dijo él con voz profunda-. Ni el rasguño de la mejilla ni el corte de la sien son graves, gracias a Dios, ni tampoco el morado que tienes en la barbilla. -Philip alzó el cuenco de cerámica azul-. Esta es una de las pociones de Bakari. Te ayudará a curarte. No sé de qué está hecha, pero funciona de maravilla.

Arrodillado todavía al lado del sofá, le colocó el ungüento, que en un primer momento picaba, pero que enseguida conseguía eliminar la sensación de quemazón que sentía en su piel herida. Cuando acabó, dejó el cuenco a un lado en el suelo y le preguntó:

– ¿Cómo te encuentras?

– Mucho mejor, gracias. -Ella sonrió para darle a entender que le estaba diciendo la verdad-. Pero ¿y tú? ¿Ese rasguño en tu barbilla…?

– Estoy bien. Estoy… -Él dejó escapar un profundo suspiro y luego se pasó las manos por el pelo-. No, no estoy bien. Me pone enfermo por dentro que te hayan lastimado, que hayas estado a punto de morir. Estoy furioso porque alguien intenta hacerme sufrir atacando a todas las personas que quiero. Asustado de pensar que pueda seguir haciendo más daño antes de que lo detengan.

La agarró de las manos y presionó las palmas contra el pecho. A través de la fina tela de su camisa, Meredith podía sentir su corazón latiendo profunda y rápidamente.

– Meredith, hoy he estado a punto de perderte. Antes de que hubiera tenido la oportunidad de decirte todas las cosas que quiero decirte. Y eso me ha hecho pensar en que nunca sabemos qué nos depara el futuro. Cada minuto es un regalo, y no debemos desperdiciarlo, porque podría ser el último. Por eso me niego a seguir desperdiciando ni un solo minuto. -Sus ojos oscuros se clavaron en ella, y apretó más aún sus manos contra su pecho-. Te amo, Meredith. Con todo mi corazón. ¿Quieres casarte conmigo?

17

Meredith sabía desde la noche anterior que Philip estaba tratando de pedirle que se casara con él, y estaba preparada para contestarle. Pero no había imaginado que aquella petición iría precedida de una declaración de amor. «Meredith, te amo.» Aquellas palabras, dichas de una manera tan profunda y seria, la hicieron tambalearse.

Calientes lágrimas ascendieron a sus ojos y apretó la parte interior de sus mejillas para detenerlas. Quería gritar, maldecir el destino y las circunstancias que le robaban la oportunidad de felicidad con ese hombre… ese hombre al que amaba. Y que, de manera increíble, también la amaba a ella.

«Pero no te ama realmente a ti, Meredith», le decía su voz interior. «¿Cómo podría amarte si realmente no te conoce? Si no conoce a la auténtica Meredith. La mentirosa, engañosa y ladrona Meredith. Sino a esa respetable casamentera tras la que te ocultas. Cuéntale la verdad y su amor por ti desaparecerá.»

Y ella se dio cuenta, dándole un vuelco el corazón, que eso era precisamente lo que debía hacer: decirle la verdad, toda la verdad, y extinguir de esa manera la frágil llama de esperanza para convencerle de que sus respectivos pasados les hacían ser incompatibles. Pero ella lo conocía lo suficientemente bien para saber que desde el momento en que él abrigaba la creencia de que la amaba, no sería capaz de convencerle de que era imposible que se casaran. Y hasta que su corazón no se hubiera librado de ella, él no sería capaz de perseguir a otra mujer. De manera que tenía que demostrarle que él no estaba enamorado realmente de ella. Tenía que devolverle su corazón, para que se lo pudiera ofrecer a otra.

Sintiéndose demasiado vulnerable en su posición acostada, dijo:

– Me gustaría sentarme.

El la ayudó a incorporarse tomándola con sus cálidas manos por los hombros. Una vez estuvo incorporada, él le acercó un vaso de agua del que Meredith bebió agradecida. Luego miró hacia abajo y vio que su vestido verde bosque estaba sucio y deshecho, como un símbolo de aquello en lo que se había convertido su vida en esos últimos días.

Se dio la vuelta hacia Philip, quien ahora estaba sentado a su lado y la observaba con mirada sena. Y esperanzada. Haciendo acopio de valor, ella le miró a los ojos y se obligó a pronunciar aquellas palabras que deseaba desesperadamente no tener que decir:

– Philip, no puedo casarme contigo.

– ¿Puedo preguntarte por qué?

Hubiera querido contestarle que no, que no debería preguntar. Pero le debía la verdad. Incapaz de seguir aguantando su mirada mucho más tiempo, se soltó de sus manos y se puso en pie. Dejando escapar un suspiro, alzó la barbilla y dijo:

– Me temo que no he sido completamente honesta contigo, Philip. Hay cosas sobre mí, sobre mi pasado, que no sabes. Cosas que me impiden casarme.

– ¿Como qué?

Ella empezó a caminar de un lado a otro delante de él. Sus músculos protestaban, pero ella sencillamente no podía estar quieta.

– Nosotros no solo somos de diferente clase social, Philip -empezó ella-. Me temo que mi pasado es de un estilo que, en caso de que saliera a la luz, llevaría la vergüenza y el escándalo a tu familia, y nos convertiría a los dos en marginados de la sociedad. Yo… yo dejé mi casa a muy temprana edad. Se trataba de un lugar infeliz del que no veía el momento de escapar. Dirigí mis pasos hacia Londres, pero desgraciadamente no me daba cuenta de las miserias y privaciones con las que me enfrentaba viviendo sola. Los pocos ahorros que tenía se esfumaron rápidamente, del mismo modo que se esfumaron mis oportunidades. Mis opciones quedaron reducidas a morir de hambre o hacer cualquier cosa para sobrevivir. Y elegí sobrevivir. Para eso podía hacer dos cosas. Una era hacerme prostituta, lo cual rechacé tajantemente. -Se detuvo delante de él y se apretó el estómago con manos inquietas-. La otra era convertirme en ladrona, y eso fue lo que hice.

Siguió andando rápidamente de un lado a otro para no tener que ver el inevitable disgusto en los ojos de Philip.

– Robé todo lo que pude. Dinero, comida, joyas. Al principio no era muy buena, y lo único que me salvó de que me capturaran en más de una ocasión fue lo rápido que soy capaz de correr. Pero no tardé en aprender. No tenía otra elección. Hubo épocas en las que estaba tan hambrienta que llegué a arriesgar la vida por una rebanada de pan.