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Oh, Dios, lo estaba diciendo en serio. Pero todavía no conocía toda la verdad.

– Hay algo más, Philip. Tiene… tiene que ver con la razón por la que me escapé de casa. ¿Recuerdas que te conté que mi padre era profesor privado y mi madre gobernanta?

– Sí, claro.

– Aquello no era más que otra mentira. -Se pasó la lengua por los labios resecos-. No es fácil de explicar. No tengo ni idea de quién es mi padre. Ni tampoco mi madre lo sabe. No era más que uno de los muchos hombres con los que ella se encontraba en el burdel donde trabajaba. El burdel del que me escapé cuando cumplí trece años, porque había llegado el momento de que también yo empezara a ganarme la vida, pero me negué. El burdel que mi madre se negó a abandonar porque creía que lo único que sabía hacer era ser una puta. El mismo burdel en el que murió de sífilis.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, pero ella no podía detener el flujo de palabras ahora que había empezado a hablar. Era como si se le hubiera abierto una herida y estuviera saliendo todo el veneno.

– Volví allí solo una vez. Cuando ya estaba instalada en Londres. Y traté de convencerla para que se viniera a vivir conmigo, pero ella no quiso. Fue la visita más horrible que he hecho jamás. -Cerró los ojos por un instante, recordando vivamente la apariencia demacrada de su madre. Y aquella casa… Cielos, ella odiaba aquel lugar. Odiaba los crudos y estridentes ruidos, el olor de los licores, del tabaco y de los cuerpos-. Nunca más volví a verla. La última carta que me envió la recibí seis meses más tarde. Me escribía para pedirme que cuidara de una de las chicas del burdel que iba a enviarme. La chica era Charlotte.

– Su amiga, la señora Carlyle. -Era imposible descifrar su reacción por su tono de voz y la neutra expresión de su cara.

– Sí. La historia de ella como viuda no era más que otra fantasía. Charlotte, que entonces estaba embarazada, fue asaltada de camino a mi casa, adonde llegó llena de heridas y moratones. Albert y yo la estuvimos cuidando hasta que se recuperó, y ha vivido con nosotros desde entonces. Cuando nació su hija, todos estuvimos de acuerdo en que un nombre perfecto para ella sería Hope, porque significa esperanza. -Meredith respiró lenta y profundamente, y luego dejó escapar el aire en su suspiro-. La razón por la que es tan importante para mí el trabajo de casamentera está en mi pasado. Solía esconderme en el armario que había debajo de la escalera del burdel pensando «Si mamá se hubiera casado, nuestras vidas habrían sido muy diferentes». Y lo mismo pensaba de todas las demás chicas del burdel; si hubieran podido encontrar a un hombre bueno y decente con el que casarse, sus vidas podrían haber sido muy diferentes.

Intentando apartar de su mente aquellos recuerdos del pasado, siguió diciendo en voz baja:

– De modo que ahora ya ves por qué cualquier relación, sin contar por supuesto con el matrimonio, es imposible entre nosotros dos. Te he dicho en más de una ocasión que no tenía ninguna intención de casarme. Me parecía imposible mantener todas estas mentiras al respecto de mi pasado ante un marido, ante alguien con quien tendría que vivir cada día. Y tampoco espero que ningún hombre acepte no solo mi pasado, sino también el pasado de las personas que están cerca de mí; porque no pienso abandonar nunca a Albert, a Charlotte o a Hope. El hecho de que aquel tabernero se acordara de mí, me hace pensar en qué pasaría si me viera de nuevo. Toda la horrible verdad saldría a la luz. Se trata de un miedo y una posibilidad que vive dentro de mí todos los días. Una mujer con un pasado como el mío puede hacerte perderlo todo, Philip. Tu estatus social, tu futuro, todo.

Se quedaron en silencio mirándose el uno al otro, con los seis pasos de alfombra extendida entre ellos como si fuera un océano. Él tenía una expresión imposible de descifrar. Ahora ya se lo había dicho todo. Lo único que le quedaba por decir era «adiós». Una simple palabra que parecía no ser capaz de conseguir que saliera de sus labios. Al fin, después de lo que le pareció una eternidad, él dijo:

– Lo has presentado todo con esa clara y concisa manera que tienes de contar las cosas, pero tengo todavía tres preguntas que hacerte, si no tienes objeciones.

– Por supuesto.

– Mi primera pregunta es: ¿aparte de los detalles que tienen que ver con tu pasado, me has mentido alguna vez?

– No -contestó ella con una ligera risa desabrida-. Pero en lo que se refiere a mi pasado, he acumulado un impresionante número de ofensas. ¿Cuál es la segunda pregunta?

– ¿Me amas?

Aquella pregunta hizo que todo lo que había en su interior se removiera. «¿Me amas?» ¿Cómo podía negarlo? Pero ¿cómo podía admitirlo? ¿Y con qué fin? Decirle lo que sentía solo conseguiría hacer que su partida fuera aún más dolorosa.

– No veo que importancia tiene eso, Philip.

– Para mí tiene muchísima importancia -dijo él con los ojos fijos en ella, y luego avanzó hasta que solo los separaban dos pasos. A ella se le aceleró el corazón, hasta el punto de poder sentir la sangre que le corría por las venas. Acercándose más, Philip le agarró las manos y se las colocó delante de los labios.

– Es una pregunta sencilla, Meredith. -Sus palabras calentaron los dedos de ella apretados contra sus mejillas.

– No es una cuestión sencilla.

– Muy al contrario, no necesita más que un sencillo sí o no. ¿Me amas?

Ella deseaba mentirle. Maldición, había dicho tantas mentiras a lo largo de su vida que seguramente decir una más no le tendría que provocar ningún tormento. Pero no podía conseguir que esa mentira saliera de su boca. Bajando la cabeza se miró las manos que él sostenía entre las suyas y contestó:

– Sí.

Él le apretó las manos, y luego colocó las palmas contra su pecho. A través de la camisa, ella podía sentir el latido firme y rápido de su corazón golpeando contra sus manos. La agarró con un brazo por la cintura, y con la otra mano debajo de la barbilla le levantó la cara hasta que ella no tuvo más remedio que mirarle a los ojos. Unos ojos que de ninguna manera reflejaban el disgusto que ella había imaginado. Su mirada era cálida y tierna. Era una inconfundible mirada de amor.

– Mi tercera pregunta es: ¿Quieres casarte conmigo?

El aire llenó sus pulmones con un ruido sordo. Intentó dar un paso atrás, pero él la sujetó con fuerza por la cintura.

– ¿Es que no me has oído? -preguntó ella en un tono de voz increíblemente elevado-. Soy una hija bastarda, me crié en un burdel, mi madre era una puta y he pasado años siendo una ladrona.

– Acabas de decirme que estás en paz con tu pasado, pero parece que no te decides a dejarlo marchar.

– Yo estoy en paz con mi pasado. Pero el hecho de que yo pueda aceptarlo no significa que nadie más deba hacerlo. Las cosas que he hecho, mis antecedentes, son inaceptables para la alta sociedad. Ni ellos ni tu padre me aceptarán jamás. Sabes que no lo harán.

– Tú no puedes culparte por las circunstancias en las que naciste, Meredith. Ni eres responsable de los actos de tu madre. Lo que a ti te parecen obstáculos infranqueables, yo lo veo como una razón más para admirar tu fortaleza y determinación para superar una situación tan descorazonadora. Y en cuanto a que la alta sociedad nos rechace, sí, estoy seguro de que la mayoría así lo haría si supiera las cosas que me has confiado hoy. Sin embargo, a mí no me importa la alta sociedad. Sufrí todas sus mezquinas crueldades hasta el momento en que abandoné Inglaterra. No les debo nada; y mucho menos les debo la mujer a la que amo. Y en cuanto a mi familia, te diré que Catherine ya me ha dado su bendición por esta unión. Ella se casó con un hombre de nuestra misma clase social, un barón con pedigrí y fortuna, pero no se aman, y ahora es miserablemente infeliz por eso. No quiere que yo sufra la misma desgracia.