Él se acercó un paso más, dejando solo un pelo de distancia entre ellos.
– Cuando volví a Inglaterra, estaba completamente dispuesto a casarme con una mujer a la que apenas conocía para mantener la palabra que le di a mi padre. Pero ya no estoy dispuesto a hacerlo. La idea de casarme con cualquier otra mujer no me cabe en la cabeza. Puede que otras personas no te acepten, Meredith, pero yo sí. Exactamente tal y como eres. Y creo que eso es lo único que importa.
Meredith empezó a temblar de los pies a la cabeza. Gracias a Dios que él la sostenía entre sus brazos, porque de lo contrario se habría caído al suelo. Philip había escuchado todas sus objeciones y luego las había barrido de un escobazo.
– ¿Y qué sucederá si no eres capaz de romper el maleficio, Philip?
– Entonces te pediría humildemente que fueras la esposa de mi corazón, Meredith. Pero no tengo la intención de avergonzarte, ni de herir tus sentimientos, pidiéndote que vivas abiertamente en Inglaterra conmigo como mi amante, especialmente ahora que entiendo completamente las razones que te provocan aversión a un compromiso de ese tipo. Si no puedo romper el maleficio, entonces deberíamos abandonar Inglaterra, irnos al extranjero, a cualquier país que tú quieras, y vivir allí como si fuéramos marido y mujer. Aunque el maleficio no me permita unirme contigo en una iglesia, no podrá impedirme que me comprometa contigo. -Él le colocó un oscuro rizo detrás de la oreja-. Puede que sea por la década que he pasado lejos de la alta sociedad, o simplemente por mi naturaleza, pero hay muy poca gente cuya opinión me importe realmente. Tu pasado, nuestro compromiso (sea cual sea el que tú decidas) es algo privado, entre tú y yo. Lo que cualquier otra persona pueda pensar no importa.
Por el amor de Dios, él lo hacía parecer todo tan razonable, y tan posible. Pero, todavía quedaba por solucionar un problema…
Ella se deshizo de su abrazo y se separó varios pasos.
– Hum, Philip, me temo que tengo que hacerte una confesión. Hace unos minutos, te quité el reloj del bolsillo de la chaqueta, -Ella introdujo una mano en el profundo bolsillo de su vestido para devolverle aquel objeto-. Lo hice para demostrarte lo completamente inaceptable que puedo ser como candidata a esposa tuya, pero tenía la intención de devolvértelo… -Su voz se apagó, y frunció las cejas mientras sus dedos rebuscaban en el bolsillo. Pero el bolsillo estaba vacío. – ¿Es esto lo que estás buscando? Ella se quedó con los ojos muy abiertos mientras él extraía lentamente el reloj del bolsillo de su chaqueta. -Pero… cómo…
Philip abrió la tapa y consultó la hora, y luego volvió a guardarse el reloj como si nada hubiera pasado. Al momento, una devastadora sonrisa se formó en sus labios.
– Cuando estuve en el extranjero aprendí unas cuantas cosas. Por ejemplo, la habilidad de sacar cosas de los bolsillos de los demás. Bakari me enseñó cómo se hace, pero solo por razones de supervivencia, entiéndeme bien. Aunque en más de una ocasión esa habilidad me fue muy útil.
Ella estaba aún con la boca abierta.
– ¿Tú has robado cosas?
– Yo preferiría llamarlo devolver a mis pertenencias personales objetos que me habían sido robados. Muchos de los lugares que he visitado estaban llenos de ladrones y carteristas. Y como yo estaba firmemente en contra de ser aliviado de mis propiedades, tuve que aprender a pagarles a ellos con la misma moneda.
Meredith sacudió la cabeza sin dar crédito a lo que oía.
– Me parece increíble. Pero la verdad es que eres muy bueno; no me he dado ni cuenta.
– Gracias. Temía haber perdido mi toque. Sin embargo, ya que estamos intercambiando confesiones, debo decirte que en una ocasión utilicé mí talento para robar algo que no me pertenecía. Estando en Siria, Bakari, Andrew y yo fuimos hechos prisioneros y nos metieron en un calabozo. Yo le quité la llave del bolsillo al guardián y así pudimos escapar.
– ¿Prisioneros en un calabozo? -dijo ella abriendo los ojos desorbitadamente-. ¿No os encerraríais vosotros mismos por accidente?
– La verdad es que no. Y es una historia muy interesante que estaré muy contento de compartir contigo, pero no en este momento. Ahora mismo tenemos cosas mucho más importantes que discutir. -Borrando la distancia que había entre ellos de una zancada, Philip la volvió a tomar entre sus brazos-. ¿Tienes alguna otra confesión de última hora que hacer?
Todavía aturdida, ella negó con la cabeza.
– Excelente. Yo tampoco. De modo que solo nos queda que respondas a mi última pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?
Él la estaba mirando con una expresión que la dejaba sin aliento. Amor, ternura, admiración y un cálido deseo emanaban de su mirada. Eso era todo lo que siempre había deseado, pero siempre había estado convencida de que nunca llegaría a encontrarlo. Y ahora todo eso estaba ante ella. Todos los anhelos y deseos que había intentado reprimir en su corazón ahora campaban a sus anchas, llenándola de una felicidad que nunca se habría atrevido a imaginar como posible.
Mirándolo con expresión de no haber salido aún del asombro de saber que aquello no era un sueño, Meredith levantó los brazos y tomó la cara de él entre sus manos.
– Te quiero, Philip. Con todo mi corazón. Sí, quiero ser tu esposa. Y me esforzaré todos los días de mi vida por ser una buena esposa para ti.
Ella sintió que la tensión desaparecía de su cuerpo. Agachando la cabeza, él le estampó un beso en la frente.
– Gracias a Dios. Pensaba que ibas a decirme que no.
– Has sido muy persuasivo.
– Porque te quiero mucho. -Él acercó suavemente sus labios a los de ella, y la besó, un beso rebosante de amor y promesas, mientras una oleada de pasión cruzaba por sus labios y sus lenguas. Ella le pasó las manos por detrás de la nuca, y poniéndose de puntillas se apretó contra él.
Philip apretó sus brazos alrededor de ella, e hizo todo lo posible por refrenar su ardor, pero no pudo. Se embriagó con la suave y flexible sensación del cuerpo de ella. Con ese delicioso y dulce sabor a ella. Se anegó en la seguridad de que ella también le amaba. De que sería su esposa. De que estaba allí para que la amara y la acariciara. Para reír y hacer el amor juntos.
Los dedos de Meredith causaban estragos en el cabello de Philip, mientras las manos de él corrían arriba y abajo por su espalda femenina, apretándola más contra su propio cuerpo, para luego deslizarse hacia abajo hasta posarse en sus firmes nalgas. Su erección empujaba contra los ceñidos pantalones y de su garganta salió un gemido gutural. Haciendo acopio de la última pizca de voluntad, Philip se separó de su boca. Parpadeó desde detrás de los empañados cristales de sus gafas, y luego se las quitó con impaciencia y las dejó en un extremo de la mesa.
Bajó los ojos hasta toparse con la mirada de Meredith, y un gemido de puro deseo masculino salió de su boca. Con los labios separados, los ojos entornados y el color de sus mejillas encendidas, Meredith parecía completamente excitada y deseosa de ser besada de nuevo. Y él sabía que si la volvía a besar, daría rienda suelta a todos los deseos que le desgarraban.
– Meredith, si no nos detenemos ahora, me temo que no seré capaz de detenerme más tarde.
Ella le miró con una expresión que lo dejó de una pieza.
– No recuerdo haberte pedido que te detuvieras.
18
Las palabras de ella caldearon sus venas y le dejaron sin palabras. «No recuerdo haberte pedido que te detuvieras.»