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22

El señor Stanton salió corriendo de la esquina. Meredith se lanzó inmediatamente detrás de él, con el corazón saliéndosele por la boca y temblándole las piernas. A unos pocos metros de ellos, oculto por las sombras, un hombre estaba tumbado boca abajo sobre un oscuro charco que obviamente era sangre. Otro hombre estaba agachado al lado del cuerpo tendido en el suelo, dándole la espalda a Meredith.

– Philip -susurró ella con la sangre helándosele en las venas.

El hombre que estaba agachado se dio media vuelta. Sus miradas se encontraron y ella estuvo a punto de caer fulminada al suelo. Llevaba el pelo revuelto y el pañuelo desabrochado, las gafas torcidas y la cara y la ropa manchadas de Dios sabe qué. Y aquella fue la visión más maravillosa y hermosa que jamás hubiera imaginado.

– Meredith -dijo Philip abriendo los brazos. Ella corrió sollozando a refugiarse en ellos.

Philip la abrazó y la mantuvo muy apretada contra su corazón. Estaban a salvo. Por el momento. Pero con Edward muerto y el pedazo de piedra que faltaba hecho añicos, ¿cómo podría salvarla del maleficio?

– ¿Estás bien? -preguntó Andrew en voz baja.

– Sí -contestó, aunque en su interior se dijo «No».

La mirada de Andrew se fijó en el cuerpo inmóvil que yacía sobre el suelo.

– ¿Está muerto?

Philip miró el cuerpo de Edward y un escalofrío de emoción le recorrió de arriba abajo. Sentía pena por la pérdida de un hombre al que había creído su amigo. Lamentaba la locura que le había cegado. Y se sentía culpable por su involuntaria parte de culpa en aquella locura. Y también sentía una ira cruda por el daño que había hecho; un daño que todavía podía costarle la vida a Meredith.

– Sí.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Meredith.

En pocas palabras les contó cómo había deducido que Edward era el hombre al que andaban buscando, les habló de la nota que había enviado para hacerle acudir al almacén y les explicó lo que había pasado cuando llegó allí.

– Luchamos los dos por la pistola y él disparó -concluyó-. Solo Dios sabe cómo la bala le alcanzó a él y no a mí.

Sintió que a Meredith la recorría un temblor. Agachando la cabeza, la miró con los ojos muy abiertos.

– Nunca había sentido tanto miedo en mi vida como cuando he oído ese disparo -dijo ella.

Philip sintió que el corazón le daba un vuelco. A menos que pudiera romper el maleficio, a ella le quedaba poco más de un día de vida, y aún así le decía que el momento en que más miedo había sentido había sido al pensar que tal vez él podría estar herido. Maldición.

Ella le acarició la mejilla con una mano.

– Sé cómo te sientes por la muerte del señor Binsmore. Y por su traición. Sientes pena por él, pero al mismo tiempo le odias por todo el daño que ha intentado hacernos. Sé que te sientes culpable por su muerte y por la de su mujer.

El miró dentro de sus ojos abiertos y asustados, y sintió que la amaba con todas las fuerzas de su corazón. Ella le comprendía. Entendía todo lo que estaba sufriendo sin necesidad de que él dijera ni una palabra. Ella lo miró de una manera interrogativa.

– Philip, fue su propia codicia la que los mató a los dos. No es culpa tuya. Tú has sido la víctima. Y su codicia ha estado a punto de costarte la vida. Por favor, no te sientas culpable por seguir con vida. Especialmente cuando yo estoy tan agradecida de que estés a salvo.

Él depositó un beso en su suave cabellera y a continuación lanzó a Andrew una mirada explícita por encima de la cabeza de ella.

– No creí que tú y Meredith vendríais aquí.

– Imaginé que necesitarías a alguien que te cubriera las espaldas.

– Aunque aprecio mucho lo que habéis hecho, también necesitaba a alguien que cuidara de ella.

– No la he perdido de vista ni un instante.

– Me refería a que cuidaras de ella en mi casa, como bien sabes. Viniendo aquí, alguno de los dos podría haber resultado herido; o algo peor. -Su mirada se dirigió hacia Bakarí-. Y lo mismo te digo a ti.

– Tengo un cuchillo. Pensé que le podría hacer falta -dijo Bakari sosteniendo en alto su cuchillo curvo.

– Gracias -añadió Philip dejando escapar un suspiro de resignación-. Pero creo que tendremos que discutir lo que significa para cada uno de nosotros la frase «no abandonar la casa».

Andrew se acercó y colocó un brazo sobre los hombros de Philip.

– Amigo mío, si crees que vas a ser capaz de disuadir a esta mujer de cualquier cosa que se le haya metido en la cabeza, me temo que estás muy equivocado. Cuando yo lo intenté, me amenazó con darme con su bolso, en el que me parece que lleva un yunque.

– Piedras -aclaró Meredith-. Aunque lo del yunque me parece una excelente idea.

– Hablando de piedras… -Philip miró hacia los fragmentos de piedra que estaban esparcidos por el suelo y sintió que se le encogía el estómago-. Por favor, Andrew, ¿puedes informar al juez de lo que acaba de pasar aquí?

– Por supuesto,

– Mientras estés fuera, Meredith y yo recogeremos los fragmentos de la piedra rota. -Dirigió a Meredith una forzada sonrisa-. Luego solo me quedará juntar todos los trozos y tratar de descifrar cómo romper el maleficio.

Se miraron durante un largo rato y él pudo leer claramente la pregunta que ella tenía en los ojos: ¿y si no podemos conseguirlo a tiempo?

Por desgracia, los dos conocían la respuesta a aquella pregunta.

Meredith moriría.

Mientras Andrew estuvo ausente, Philip y Meredith recogieron con cuidado los fragmentos de la piedra rota, colocándolos en un trozo de cuero. El miedo, la frustración y la angustia de Philip aumentaban con cada pedazo que recogía. Poner las piezas de nuevo en orden podría llevarle días, pero solo le quedaban unas cuantas horas. Cómo podía esperar…

– Philip, mira esto.

Él se volvió hacia Meredith, quien estaba agachada sobre el suelo de madera unos pasos más allá. Entre las yemas de los dedos pulgar e índice sostenía un pálido objeto esférico que -de no haber tenido el tamaño de un huevo de codorniz- podría haber sido una perla.

Acercándose a ella, le preguntó:

– ¿Dónde lo has encontrado? -Estaba medio escondido entre estos dos trozos de la piedra rota. -Se los colocó en la palma de la mano-. Parece como si lo hubieran escondido en la piedra.

Tomando los trozos de piedra y la esfera en su mano, Philip los colocó juntos con cuidado. Los dos trozos de piedra encajaban perfectamente escondiendo cada uno de ellos una mitad de la esfera.

– Parece una perla -señaló Meredith.

– Y de hecho lo es. -Philip dejó los dos trozos de piedra sobre el cuero y examinó la esfera pasando los dedos por la pulida superficie. La acercó a la luz, y los rayos del atardecer reverberaron sobre la luminosa pátina. A continuación la mordió con los dientes-. Creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que esto es una perla genuina -dijo sin poder esconder cierta incredulidad en el tono de su voz.

A Meredith se le abrieron los ojos como platos.

– Si es así, debe de valer una fortuna.

– Sí. Y el hecho de que estuviera escondida en la piedra puede tener alguna relación importante con el maleficio. Venga, vamos a acabar de recoger los fragmentos de piedra.

Un cuarto de hora después, justo cuando habían acabado de recoger todos los fragmentos que había por el suelo, Andrew regresó con el juez. En cuanto Philip respondió a todas las preguntas de aquel hombre, les pidió a Andrew y Bakari que se quedaran allí hasta que levantaran el cadáver, para marcharse a casa con Meredith.

No tuvo que consultar el reloj para saber cuánto tiempo le quedaba para reconstruir el pedazo de piedra. No eran muchas horas, e iba a necesitar cada uno de sus segundos.

Cuando llegaron a su casa, Philip intentó convencer a Meredith para que descansara -sobre todo porque en el camino de regreso le había confesado que todavía le dolía la cabeza-, pero ella se negó.