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Su padre extendió las manos. Philip se quedó mirando aquel gesto de disculpa, amistad y respeto, y tragó saliva para deshacer el nudo que sentía en la garganta. Sintiendo que se le había quitado un gran peso de encima, se acercó a su padre y le estrechó las manos con gesto decidido. Philip no estaba seguro de quién de los dos se movió primero, pero al cabo de un momento ambos estaban abrazados. Cuando se separaron tuvieron que sacar el pañuelo de seda de sus respectivos bolsillos. Secándose los ojos, su padre dijo:

– Maldita sea, Philip, este lugar está lleno de polvo. Creo que tienes que contratar a más criados. Especialmente ahora que vas a casarte. -Volvió a guardar el pañuelo en el bolsillo-. Me has dicho que querías hablar conmigo de algo.

– Sí. En realidad, quería darte las gracias. Han sido tus esfuerzos por asegurarme una esposa los que han hecho que me viera envuelto en la serie de acontecimientos que han conducido a este momento: en el que espero hacer de Meredith mi esposa.

– Ya lo veo -dijo su padre alzando las cejas-. ¿Eso quiere decir que me perdonas por haberte engañado para que volvieras a casa?

– Creo que debo hacerlo, porque si no me hubieras engañado, posiblemente no habría vuelto. Y si no hubiera vuelto, no podría haber conocido a Meredith. De manera que creo que debo estar agradecido a tu engaño.

– En cuanto a míss Chilton-Grizedale. Philip… Aunque no sea de nuestra clase, he de reconocer que me gusta bastante. Y Catherine me ha asegurado que tiene todo su apoyo, y dice que está segura de que se convertirá en una perfecta vizcondesa.

– Lo será, padre. Te doy mí palabra de honor de que lo será.

– Bueno, eso es suficiente para mí.

De pie al lado de Andrew, Philip se quedó mirando a Meredith mientras entraba en la sala, y sintió que le faltaba el aire. Vestía un traje de muselina azul pálido, exquisito en su simplicidad, con un talle carente de adornos que hacía resaltar aún más sus extraordinarios ojos y el brillante color de su piel. Su pelo azabache estaba recogido con un clásico moño griego, y unos collares de perlas níveas -el regalo de bodas que le había hecho Philip- envolvían sus relucientes trenzas. Sus miradas se cruzaron, y ella le sonrió con un destello de amor y felicidad temblando en sus labios.

Meredith caminó lentamente hacia Philip, con sus manos enguantadas descansando suavemente en la manga de la chaqueta de Albert. Un Albert radiante de orgullo por su «miss Merrie» y que iba a casarse con Charlotte Carlyle dentro de un mes.

Albert dejó a Meredith junto a Philip con una solemne inclinación de cabeza, a la que Philip contestó con una reverencia igual de solemne. Luego miró hacia la mujer que era la dueña de su corazón.

– Estás muy hermosa -le susurró.

– Gracias. Tú también lo estás -le contestó ella en un murmullo-. Tu padre me ha hablado de vuestra conversación.

– Menudo tramposo, ¿no te parece?

El párroco carraspeó y se quedó mirándolos con el ceño fruncido.

– Sí -susurró Meredith sonriendo e ignorando alegremente al párroco-. Le estoy muy agradecida.

– Y yo también -contestó él sonriendo.

– Me parece que el párroco está empezando a ponerse nervioso con vosotros -farfulló Andrew interrumpiendo su charla-. Su cara parece una tormenta a punto de estallar. -Inclinó la cabeza hacia Meredith-: Está usted encantadora, miss Chilton-Grizedale.

– Gracias, señor Stanton, lo mismo le digo -contestó ella con una leve reverencia-. De hecho se le ve tan encantador que me parece que no tendré que esperar mucho para verle "a usted delante del párroco. De hecho, tengo toda la intención de verle pronto así.

Andrew le lanzó a Philip una mirada mordaz, a la que Philip respondió encogiéndose de hombros.

– Ella es la Casamentera de Mayfair, ya sabes.

Philip volvió la vista hacia Meredith, quien lo miraba con las cejas fruncidas sobre sus hermosos ojos.

– Pareces muy feliz -le susurró él.

Una leve y hermosa sonrisa iluminó la cara de Meredith.

– ¿Feliz? Yo preferiría llamarlo inequívoca, indudable, flagrante y eufórica alegría.

Philip rió, ganándose una mirada cortante por parte del párroco.

– Sí, estoy seguro de que así es. Y esta vez, mi querida Meredith, estoy completamente de acuerdo contigo.

NOTA DE LA AUTORA

Querido lector:

Espero que hayas disfrutado con la historia de amor de Philip y Meredith. Yo he pasado muy buenos momentos escribiendo sus aventuras, especialmente durante las investigaciones que llevé a cabo para este libro, y que me condujeron a informaciones fascinantes sobre civilizaciones antiguas. Vale la pena llamar la atención de manera especial sobre la historia de Cleopatra, y su muy inteligente manera de ofrecer el banquete más caro de la historia. Esa parte está basada en la Historia natural de Plinio el Viejo, un trabajo muy extenso que detalla sus observaciones del mundo que lo rodeaba, y dedicado a temas varios como la agricultura, la geografía, la astronomía, la botánica, la zoología y la medicina, así como la historia. Gayo Plinio Segundo (conocido como Plinio el Viejo) tenía una gran pasión por observar los fenómenos en persona y tomar nota de ellos. Desgraciadamente, su dedicación a ese método de estudio le llevó, junto con su curiosidad, directamente a la muerte en el año 79 después de Cristo, cuando se aventuró a acercarse demasiado al Vesubio durante la erupción que provocó la destrucción de Pompeya.

También quiero mencionar de forma especial el poema que Philip le recita a Meredith durante la cena mediterránea, que es una versión actualizada de un poema encontrado en un antiguo jeroglífico egipcio.

Me encanta conocer la opinión de mis lectores. Puedes contactar conmigo a través de mi página web, en wwTV.JacquieD.com, en la que siempre están ocurriendo cosas divertidas.

Muchas gracias por haber pasado parte de tu tiempo con Meredith y Philip.

Mis mejores deseos y buena lectura.

JACQUIE D’ALESSANDRO

Jacquie D’Alesandro

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