Выбрать главу

Los testimonios de nuestros prisioneros serán sobre esto bien formales: en el momento en que nosotros tiramos, los muchachos de Vilmain están a unos doce metros más abajo, completamente fuera del alcance de nuestras balas, por estar protegidos por la saliente del acantilado. Se dirigen precisamente hacia la brecha que el bazooka ha hecho en la empalizada cuando el tiro prematuro y totalmente sin objeto de nuestros fusiles los detiene en su progresión. No porque los alcance, sino porque tomando en enfilada lo que queda de la empalizada hace volar fragmentos y tanto como el plomo de nuestras escopetas, crepita sin parar sobre el bosque. Entonces los asaltantes se acuestan y tirotean. En realidad, la misma saliente del acantilado que nos impide alcanzarlos también les impide a ellos vernos. Así, los dos ejércitos frente a frente hacen un fuego infernal sobre objetivos nulos.

Acabo por comprenderlo, y Meyssonnier también, porque me dice:

– Hay que parar esto, es idiota.

Estoy muy de acuerdo, pero para parar esto, me hace falta mi silbato (el de Peyssou) y reviso todos mis bolsillos, con el sudor en la frente, sin conseguir encontrarlo. Me doy cuenta, mientras lo hago, y por más angustiado que esté, hasta qué punto soy ridículo. ¡El general en jefe no puede comandar sus tropas, porque ha extraviado su silbato! Hubiera podido aullar: ¡Cesen el fuego! Hasta Miette y Cati, en el castillete de entrada, me habrían oído. Pero no, no sé por qué, me parece muy importante, en este momento, hacer las cosas según las reglas.

Al fin la encuentro a esa preciosa reliquia. No hay ningún misterio, estaba donde yo la había puesto, en el bolsillo del pecho de mi camisa. Toco tres silbidos breves que, repetidos a algunos segundos de intervalo, consiguen hacer callar a nuestros fusiles. Sin embargo, mi silbato ha debido despertar un eco en el alma militar de Vilmain, porque desde la muralla donde estoy agachado, lo oigo aullar a sus hombres: ¿Tiran sobre qué, banda de sonsos?

Después de esto, de una parte y de otra, el silencio sucede al desencadenamiento. Silencio de muerte sería mucho decir, porque nadie ha sido herido. Esta primera fase del combate termina en la farsa y en la inmovilidad, No sentimos la necesidad de salir de Malevil a la búsqueda del enemigo, y éste no tiene ninguna gana de salir al encuentro de nuestras balas presentándose en una brecha de un metro cincuenta de diámetro.

Lo que sigue, no lo he visto, fue el comando exterior el que me lo contó.

Hervé y Mauricio están desesperados. Se ha cometido un error en el emplazamiento de la casamata. Porque da una buena vista sobre el flanco de las gentes que circulan por el camino de Malevil cuando circulan parados. Pero cuando están acostados, y éste es el caso, desaparecen. El talud herboso del camino los oculta del todo. Entonces Hervé y Mauricio no pueden tirar. Por otra parte, aun suponiendo que un enemigo se incorpore, no saben si deberían hacer fuego, pues el fusil de Colin sigue mudo.

Colin, sí, está ubicado admirablemente. Está de frente a Malevil, ve el camino subir ante él hasta la empalizada. Distingue muy bien a los asaltantes cuerpo a tierra a lo largo del acantilado. Y cuando Vilmain, después de mi silbido se incorpora, apoyado sobre su codo para vociferar: ¿Tiran sobre qué, banda de sonsos?, Colin reconoce la descripción que Hervé ha hecho de su cráneo rubio y afeitado.

A Colin se le ocurre pues matar a Vilmain. La idea es buena en sí. Pero cuando Colin con su sonrisa traviesa, nos cuenta cómo la ha puesto en ejecución, nos sentimos todos horrorizados.

En efecto no es posible que Colin use su fusil. Para producir este "efecto de terror" sin ruido ni humo que lo entusiasma, decide utilizar su arco.

Colin es bajo, el lugar de tiro es estrecho, el arco es grande. Colin se da cuenta que no va a conseguir armarlo en ese "agujero de rata". ¡Qué importa! Abandona su agujero (¡dejando su fusil!). Trepa, con el arco en la mano y a los tres metros llega a un grueso tronco ennegrecido de castaño detrás del cual, para mayor comodidad, se pone de pie. ¡Bien parado! Y apunta con calma la espalda de Vilmain.

Por desgracia, Vilmain se da vuelta para dar una orden y la flecha errándole por poco, va a clavarse en la espalda del hombre que está a su lado, que debe ser el proveedor del bazooka, porque Colin ve escaparse de sus manos dos o tres pequeños obuses que ruedan varios metros por la pendiente del camino antes de detenerse. El herido pega un grito horroroso, se yergue en toda su estatura (se hace visible en este momento, también para los de la casamata) y zigzaguea sobre la ruta contorsionándose para arrancar la flecha de su espalda. Cae al cabo de unos metros y se revuelca sobre el vientre, con las dos manos crispadas en la tierra.

Por cierto, el efecto de terror se ha cumplido, pero no es decisivo. Y Vilmain ha tenido tiempo para ver de dónde ha partido el flechazo. Grita una orden. Y doce fusiles, el suyo incluido, vomitan al mismo tiempo sobre el castaño detrás del cual Colin se ha aplastado contra el suelo, incapaz de contestar, ya que su fusil está a tres metros de él, y su arco, inutilizable puesto que no puede armarlo en posición de acostado.

Desde la muralla, oigo esta intensa fusilería, pero sin ver nada, sin siquiera poder decir quién tira sobre quién, porque el comando exterior dispone de las mismas armas que el adversario. Estoy mortalmente inquieto, porque la lucha entre los tres fusiles de nuestros amigos y los doce fusiles de Vilmain me parece desigual. Vilmain, gracias a su superioridad numérica, puede maniobrar para rodear a los nuestros. Y nosotros no podemos hacer nada para ayudarlos, salvo salir de Malevil, lo que sería una locura.

Los de la casamata siguen sin distinguir al enemigo. Al no haber visto a Colin salir de su puesto se preguntan por qué Vilmain se encarniza con la maleza y no comprenden por qué el arma de Colin sigue silenciosa, pues ellos saben -Hervé al menos lo sabe por haberlo cavado con Jacquet- que el agujero individual tiene excelentes vistas sobre el camino de Malevil.

Pero el más inquieto de todos, por supuesto, es el interesado. Se da cuenta que no tiene ninguna chance de salir del apuro. Está completamente aislado detrás de su tronco de castaño ennegrecido, a setenta metros del adversario, sin fusil y con toda retirada cortada por el tiro que lo encuadra. Oye las balas adversas del 36 llegar con un ruido sordo al tronco del árbol delante de él y hasta desprenderse muy cerca de su cabeza, pedazos de corteza. Ha tomado su decisión. Espera una tregua para saltar a su agujero al que ve, esperando, apenas a tres metros de él, con su fusil apoyado cuidadosamente contra las fajinas. Pero la tregua no llega y cuando no pegan en el castaño, las balas maullan a su derecha y a su izquierda con una precisión espantosa. Fue la única vez en mi vida, dirá después, en que hubiera querido ser aún más chico de lo que soy.

Según los prisioneros, Vilmain dejó translucir mucha ansiedad cuando la flecha de Colin mató a su proveedor y se dio cuenta que tenía un enemigo en la espalda. Pero al no responder este enemigo a su fusilería, comprendió que estaba desarmado y decidió desalojarlo de su árbol. Manda a dos antiguos trepar hasta la colina y rodear al adversario por su derecha, mientras que cuatro de sus mejores tiradores continúan manteniéndolo clavado al suelo con su tiro. Pero apenas los dos antiguos se han alejado arrastrándose algunos metros los vuelve a llamar. Me he equivocado -dice-. "A este tipo lo voy a rellenar yo mismo". Y se levanta. Sin duda busca con un éxito fácil restablecer su ascendiente sobre los antiguos, ya que la toma de Malevil no se anuncia tan bien.

Se levanta y, por el hecho de que todos sus hombres están acostados, su silueta erguida se torna en seguida heroica. Con paso desenvuelto y balanceado, fusil en mano y su pistola en la cintura, se va hacia la parte baja de la ruta a fin de rodear a Colin. No le hace falta mucha audacia, ya que Colin no contesta, y que la saliente del acantilado lo sustrae de nuestras balas.