Traga saliva.
– Segundo: en lugar de quedarme a montar guardia en las murallas con Cati, como Emanuel me lo había ordenado, decidí por mi propia cuenta servir de refuerzo en los Rhunes. Me doy cuenta que he cometido una falta grave dejando a Malevil sin defensa. Si la banda en cuestión hubiera estado organizada, se podría haber dividido en dos: un grupo nos hubiera atraído hacia los Rhunes saqueando nuestro trigo, y mientras tanto, el otro grupo se apoderaba del castillo.
Si no lo conociera tan bien a Thomas diría que su explicación es hábil. Porque en fin, al hacer él mismo su propio proceso, Thomas nos desarma. ¿Cómo pronunciar una requisitoria contra un acusado que se acusa? En realidad, lo sé, juega en eso nada más que su rigor. Su sola astucia, si hay alguna, es la de arreglárselas para disculpar a su mujer. Es simpático, pero es también bastante peligroso. Porque en cuanto al papel de Cati en las faltas que él reconoce, tengo mi pequeña teoría al respecto y la voy a decir.
Digo con voz neutra:
– Te agradezco tu franqueza, Thomas. Pero me parece que encubres demasiado a Cati. Yo te pregunto: ¿no fue ella la que te exigió que te tomaras tu tiempo para vestirte?
Lo miro. Sé que no se consentirá una mentira.
– Fue ella -dice Thomas con una voz que tiembla un poco-. Pero desde el momento en que he aceptado su punto de vista, soy yo el responsable de nuestro atraso.
Esta confesión le cuesta y no poco. Está en carne viva, Thomas. Pero de todos modos no quiero largarlo.
– ¿Una vez en las murallas no fue Cati la que te sugirió que bajaras a los Rhunes para ver qué pasaba?
– Fue ella -dijo Thomas enrojeciendo profundamente-. Pero fue mi culpa aceptarlo. Soy por lo tanto único responsable de esa falta.
Digo con un tono tajante:
– Los dos son responsables. Cati tiene los mismos derechos y los mismos deberes que todos nosotros aquí.
– Salvo -dice Thomas con los labios apretados- que no tiene el derecho de asistir a la asamblea donde la criticas.
– He querido evitarle eso. Pero si tú estimas que ella debe ser escuchada, vete a buscarla. Te esperamos.
Un silencio. Todos lo miran. Tiene los ojos bajos y las manos profundamente hundidas en los bolsillos. Sus labios tiemblan.
– No es necesario -dice al fin.
– En ese caso, sugiero que discutamos el punto de vista de Colin, que es también, si no me equivoco, el de Peyssou y el de Jacquet.
– No he terminado de hablar -dice Thomas.
– ¡Bueno, habla, habla! -digo con impaciencia-. ¡Siempre tan oportuno! ¡Nadie te impide hablar!
Thomas prosigue:
– Estoy dispuesto a pagar las consecuencias de las culpas que he cometido dejando Malevil con Cati.
Levanto los hombros y como se calla, sigo:
– ¿Has terminado?
– No -dice Thomas, con voz sorda-. Como hasta nueva orden formo parte de Malevil, tengo derecho a dar mi opinión sobre los problemas que debatimos.
– Y bueno, dala, ¿quién te lo impide?
Hace una pausa y prosigue, con una voz más segura.
– No estoy de acuerdo con Colin. No creo que haya que lamentar la muerte de los saqueadores. Pienso al contrario que Emanuel ha cometido un error al no decidirse más rápido a tirar. Si no hubiera esperado tanto, Momo estaría todavía vivo.
No se oye un "¡oh!", ni propiamente hablando "movimientos diversos", pero la desaprobación se lee en las caras. Por una vez, sin embargo, no voy a ser hábil. No voy a aprovecharme del consenso popular. La situación es demasiado grave. Digo con una voz pareja:
– Lo has expresado sin tacto, Thomas, pero no es falso. Sin embargo, me voy a permitir corregirte. No he cometido un error: he cometido dos.
Miro a los compañeros y me callo. Me puedo permitir el callarme. He excitado hasta el último grado su atención.
Prosigo:
– Primer error, y este de orden generaclass="underline" me he mostrado demasiado débil con respecto a Evelina. Dando el espectáculo de un hombre adulto que se deja llevar por la punta de la nariz por una chiquilina, he introducido un elemento de descuido en la comunidad y contribuido a relajar la disciplina. Consecuencia concreta de esa relajación: si no hubiese tenido a Evelina en los brazos en el momento de dejar Malevil para correr a los Rhunes, podría haber ayudado a la Menou a retener a Momo, por lo menos hasta la llegada de Thomas.
Tomo un tiempo y agrego:
– Si digo eso, Thomas, no es para arrellanarme en las delicias de la autocrítica. Es para demostrarte que la balanza está pareja entre mi debilidad con respecto a Evelina y tu debilidad por consideración a Cati.
– Salvo que, sin embargo, Evelina no es tu mujer -dice Thomas.
Yo digo con frialdad:
– ¿Ves en eso una circunstancia agravante?
Se calla desconcertado: lo que ha querido decir, me parece, es que el hecho de estar casado con Cati atenuaba su falta. Pero no tiene intenciones de aclarar esta observación en público, denunciaría su debilidad. Se hace una idea convencional, y en su caso, archifalsa, del marido dominante.
– Segundo error: como ha dicho Thomas, no me he decidido bastante pronto a disparar sobre los saqueadores.
Meyssonnier alza los dos brazos al cielo.
– ¡Hay que ser justo! -dice con voz fuerte-. Si error hubo no eres sólo tú el que lo ha cometido. Ninguno de nosotros éramos partidarios de tirar sobre esa pobre gente. ¡Estaban tan flacos! ¡Tenían tanta hambre!
Sigo:
– ¿Thomas, sentiste eso, tú también?
– Sí -dice sin vacilar.
Me gusta ese rigor en éclass="underline" no miente, aun si su tesis va a resultar invalidada.
– En ese caso -digo- es forzoso concluir que el error ha sido colectivo.
– Sí -dice Thomas-, pero tú eres más responsable que ninguno, puesto que eres el jefe.
Levanto las dos manos y exclamo con vehemencia:
– ¡Justamente! ¡Llegamos al punto! ¿Soy el jefe? ¿Es que uno es realmente el jefe cuando dos adultos del grupo que se supone que uno manda desobedecen las órdenes en pleno combate?
Cae un silencio y lo dejo caer. Que pese un poco y que Thomas se cocine un poco en su jugo.
– A mi modo de ver -dice Colin- estamos ante una situación que no es nada clara. Tenemos la asamblea de Malevil y las decisiones que tomamos en común. Bueno. En esta asamblea, Emanuel desempeña un papel importante. Pero nunca se ha dicho que en caso de urgencia, y cuando no queda tiempo para discutir, sería Emanuel, el jefe. Y en mi opinión, eso hay que decirlo. Para que todos sepan que en caso de que haya verdadera urgencia, no hay que discutir una orden de Emanuel.
Meyssonnier levanta la mano.
– Ya está -dice con satisfacción-, eso es lo que he querido decir al principio cuando dije que la organización no había resultado. Diría además que resultó más bien lastimosa la forma en que todo sucedió. Todos nos pusimos a correr por todas partes, sin escuchar a nadie. Total, para defender a Malevil, en un momento dado, no había en las murallas más que la Falvina y Miette. ¡Y encima, Miette que sabe tirar no tenía ni escopeta!
– Tienes razón -dice Peyssou sacudiendo su enorme cabeza-. ¡Fue la locura! En los Rhunes estaba el pobre Momo que no tenía que estar allí, estaba la Menou que no estaba en su lugar tampoco, pero que estaba allí a causa de Momo. Estaba Evelina pegada a las nalgas de Emanuel. Y estaba…
Se para y enrojece hasta las cejas. Arrastrado por su entusiasmo, casi ha incluido a Thomas en su enumeración. Hay un silencio. Thomas, con las manos en los bolsillos, no mira a nadie. Colin, como en un aparte, me hace una sonrisita con los ojos brillantes.
– Igual que tu ocurrencia -dice Peyssou de golpe extendiendo su manaza al extremo de un brazo que parece atravesar todo el ancho de la mesa-. Igual que tu ocurrencia -prosigue con voz de trueno-, ¡eso de querer dejar Malevil con Cati, como estupidez, no he oído otra igual!
– Estoy completamente de acuerdo contigo -digo en seguida.