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– ¿Y adónde irías, por empezar, gran estúpido? -dice Peyssou poniendo en el insulto una dosis increíble de calidez y de afección.

Colin se pone a reír, como siempre en el buen momento, y con una risa que suena auténtica. Nos da el "la" y lo imitamos. Esas risas distienden la atmósfera al punto de hacer aparecer una sonrisa sobre los labios fruncidos de Thomas. Observo, por otra parte, que a continuación, su cuerpo pierde algo de su rigidez y que hasta saca las manos de los bolsillos.

Después de esas risas, se vota, y por unanimidad, menos un voto, el mío, que es por Meyssonnier, soy elegido jefe militar de Malevil "en caso de urgencia y de peligro". Quedando bien entendido que cuando no hay urgencia todas las decisiones, hasta las que conciernen a la seguridad, serán tomadas por la asamblea. Agradezco y pido entonces que Meyssonnier me sea adjudicado como teniente y en caso de incapacidad resultante de una herida, como sucesor. Nuevo voto, que me da satisfacción. Confuso barullo de respiro, al que dejo libre curso durante algunos minutos.

– Quisiera volver -digo- sobre el punto de vista que Colin ha expresado al principio. Bueno, todos hemos sentido lo mismo, que era terrible disparar sobre esos pobres tipos. De ahí nuestra vacilación. Pero hay algo que quisiera decir. Si nuestra vacilación cuesta la vida de Momo, es porque no era el reflejo correcto. Desde el día del acontecimiento no vivimos en la misma época que antes, no nos hemos dado cuenta de ello lo suficiente y no nos hemos adaptado a ello lo suficiente.

– ¿Y qué quiere decir -pregunta Peyssou-, que no vivimos en la misma época que antes?

Me doy vuelta hacia él.

– Te doy un ejemplo: antes del día del acontecimiento, suponte que un tipo viene a tu casa durante la noche y por venganza te quema tu granja, tu heno y tus vacas.

– ¡Quisiera ver esto! -dice Peyssou, olvidando que ha perdido todo.

– Admitamos. Es una gran pérdida, me dirás, pero no es una pérdida que ponga tu vida en peligro. En primer lugar porque está el seguro. Y aun antes que se decida a pagarte, tienes el crédito agrícola que te va a prestar para volver a comprar vacas y heno. Mientras que ahora, escucha bien, el tipo que te roba la vaca o que se lleva tu caballo, o que come tu trigo, se acabó, no hay más remedio, en breve o a largo plazo te condena a muerte. No es un simple robo, es un crimen. Es un crimen que debe ser penado con la muerte, en seguida y sin vacilación.

Veo a Jacquet poner mala cara y ocupado con mi cometido, no me doy cuenta en seguida de cuál es la razón. Lo que acabo de decir, me lo he repetido tantas veces después de la muerte de Momo que tengo la impresión de machacarlo. De todas maneras, cuento con volver a ello, sabiendo muy bien que no, en un día no va a cambiar, en mis compañeros y en mí, la actitud de toda una vida. Ni el instinto de autodefensa suplantará el respeto aprendido hacia la vida humana.

– Pero de todos modos… -dice Colin con tristeza-. ¡Matar gente!

– Es necesario -digo sin alzar la voz-. Esta nueva época lo requiere. El tipo que toma tu trigo, lo repito, te condena. ¡Y tú, tú no tienes motivos para preferir tu muerte a la suya!

Colin se calla. Los otros también. No sé si los he convencido. Pero lo sucedido tiene su peso. Puedo tenerle confianza como para que pase sobre sus memorias, y para que me ayude a inculcarles y a inculcarme primero a mí mismo, ese reflejo increíble de rapidez y de brutalidad con el cual el animal defiende su territorio.

Termino, sin embargo, por observar que la cara de Jacquet ha virado al violáceo y que gruesas gotas de sudor perlan su frente y corren a lo largo de sus sienes. Me pongo a reír.

– ¡Tranquilízate, Jacquet! ¡Las decisiones que tomamos esta noche no son retroactivas!

– ¿Y qué quiere decir retroactivas? -me dice mirándome con sus bondadosos ojos marrones.

– ¡Quiere decir que no se aplican a actos del pasado!

– ¡Ah, bueno! -dice muy aliviado.

– ¡Maldito Jacquet! -dice Peyssou.

Y con los ojos fijos en Jacquet, reímos, como lo hicimos con Thomas hace un rato. No hubiera creído que esa alegría fuera posible, después de la sangre que hemos perdido y de la que hemos derramado. Pero no es alegría. Esa risa tiene un contenido social. Afirma nuestra cohesión. Thomas, a pesar de sus errores, es de los nuestros. Jacquet, también. La comunidad, después de estas pruebas, se reforma, se cierra y se fortifica.

El entierro se ha fijado para el mediodía y se ha convenido que comulgaremos. Después de la asamblea de la mañana, espero en mi cuarto a los que han decidido confesarse.

Escucho a Colin, a Jacquet, a Peyssou. A esos tres antes de que abran la boca ya sé lo que les pesa. Y mejor así si tienen la impresión de que yo puedo librarlos de ese fardo: "Los pecados serán remitidos a aquellos a quienes se los remitáis y serán retenidos a aquellos a quienes se los retengáis". ¡Dios me guarde de pensar que detento o detentaré nunca ese exorbitante poder! Y eso que dudo a veces de que el mismo Dios pueda lavar la conciencia de un hombre. Pero me detengo. No quiero afligir a nadie con mis herejías.

Cuando Colin ha terminado, me dice con su sonrisita.

– Según Peyssou, Fulbert, en la confesión, hace muchas preguntas. Y después, te grita. Pero no es tu método.

A mi vez sonrío.

– Tú no lo desearías. Si te confiesas, es para aliviarte. No te voy a complicar el asunto.

Para mi gran sorpresa, la cara de Colin se pone seria.

– Pero yo no me confieso solamente por eso. Me confieso también para ser mejor.

Enrojece, al decir eso, porque la frase le parece ridícula. Yo hago una mueca de duda.

– ¿No crees que eso es posible?

– En tu caso, puede ser. Pero en la mayoría de los casos, no.

– ¿Y por qué?

– Porque la gente, sabes, es muy tenaz en esconderse sus defectos. Consecuencia: su confesión no tiene valor. Por ejemplo la Menou: no la he oído en confesión, adviértelo muy bien, sino no te hablaría de esto. Pero la Menou se reprocha sus "durezas" para con Momo, y para nada sus cochinadas con la Falvina. Para ella no hay cochinada, su actitud es completamente legítima.

Colin se pone a reír. Y yo me doy cuenta de que he hablado de Momo como si estuviera todavía vivo, y eso de golpe me da una pena horrible. Empalmo enseguida:

– He escrito unas palabritas a Fulbert para informarle de la aparición de bandas de saqueadores en la región. Le he aconsejado que vigile mejor a La Roque, sobre todo de noche. ¿Te gustaría llevar ese recado?

Colin enrojece de nuevo.

– Después de lo que te he dicho, no te parece que es un poco…

Deja su frase en suspenso.

– Me parece que tienes en La Roque una amiga de la infancia y que tendrías placer en volverla a ver. ¿Y entonces? ¿Dónde está el mal?

Después de los tres hombres, recibo a Cati. Apenas dentro de mi cuarto, me echa los brazos alrededor del cuello. Aunque su abrazo me hace efecto; tomo el partido de bromear y me desprendo riendo.

– Exageras. ¿Se trata de pelotearme o de confesarte? Vamos, siéntate, y siéntate del otro lado de la mesa, así estaré un poco a salvo.

Está encantada con esta acogida. Se esperaba más frialdad, y he aquí que se confiesa a tambor batiente. Yo espero la continuación porque sé que no ha venido para eso. Mientras que se declara culpable confiándome pecadillos que no la han molestado nunca, noto que se ha pintado los ojos. Discretamente, pero no falta nada: las cejas, las pestañas, los párpados. Todavía cuenta con su pequeña provisión de cosméticos de antes de la bomba.

Cuando ha terminado su insignificante exposición, me callo. Espero. Y para que mi espera sea más neutral, no la miro. Garabateo sobre una hoja de papel secante con mi lápiz. No gasto papel, es demasiado precioso, ahora.

– Y por otra parte -dice al fin-, ¿sigues enojado conmigo?

Garabateo.

– ¿Enojado? No.

Y como no explico nada, prosigue: