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Suponía, desde luego, sin hacerlo explícito, y todos suponíamos como él, que los asaltantes no dispondrían, como nosotros, más que de fusiles de caza y que el espeso y añoso roble bastaría para detener las balas. Presupuesto casi inconsciente, que los sucesos desmintieron.

Estaba solo una mañana en la ZDA. La empalizada estaba terminada, pero no el mecanismo de las trampas, cuando sonó la campana. Era Gazel, montado sobre el gran asno gris de Fulbert. Desmontó en cuanto abrí la mirilla y ofreció a mi vista un rostro pulido y frío.

No quiso "refrescarse", me tendió una carta de Fulbert por la mirilla y declaró que esperaba la contestación desde afuera. Es verdad que no insistí mucho para que entrara. Ya que la ZDA estaba lejos de estar terminada.

Transcribo la carta:

Mi querido Emanueclass="underline"

Te agradezco que me hayas puesto en guardia contra las bandas de ladrones. No hemos visto nada aún de ese tipo por nuestro lado. Es verdad que no somos tan ricos como Malevil.

Te pido trasmitas mis condolencias a la Menou por la muerte de su hijo y le digas que no lo olvido en mis oraciones.

Por otra parte, tengo el honor de anunciarte que acabo de ser elegido obispo de La Roque por la asamblea de los fieles de la Parroquia. He podido pues ordenar al señor Gazel y nombrarlo cura de Courcejac y abate de Malevil.

A pesar de mi deseo de serte agradable, faltaría a mis deberes en realidad si reconociera las funciones sacerdotales que has creído tu deber asumir en Malevil.

El Señor Párroco Gazel irá a decir la misa en Malevil el domingo próximo. Espero que le darás buena acogida.

Te ruego creer, mi querido Emanuel, en mis muy cristianos sentimientos

Fulbert le Naud Obispo de La Roque

P. S. Por estar indispuesto Armand y teniendo que guardar cama, es al señor Gazel a quien encargo llevarte esta carta y traerme la respuesta.

Cuando terminé esta sorprendente carta de amor, abrí de nuevo la mirilla. En efecto, había tomado la precaución de cerrar tan pronto me entregó la carta: no quería que Gazel pudiera ver las trampas que estábamos cavando. Mi Gazel estaba allí, delante de la empalizada, con una expresión algo ansiosa y expectante en su cara de clown de indeciso sexo.

– Gazel -digo- no te puedo contestar en seguida. Tengo que consultar con la asamblea de Malevil. Mañana Colin llevará mi respuesta a Fulbert.

– En ese caso, vendré a buscarla yo mismo mañana por la mañana -dice Gazel con su voz aflautada.

– Pero no, vamos, no quiero imponerte treinta kilómetros a lomo de burro dos días seguidos. Colin irá.

Hubo un silencio, Gazel parpadeó y dijo no sin cierto embarazo:

– Me disculparás, pero no admitimos más en La Roque a personas extrañas a la parroquia.

– ¿Qué? -dije incrédulo…-. ¿Y esas personas extrañas, somos nosotros?

– No especialmente -dice Gazel bajando los ojos.

– ¡Ah, porque hay otras personas en el asunto, además de nosotros!

– En fin -dice Gazel- es una decisión del consejo parroquial.

Le digo con indignación: -¡Bravo por el consejo parroquial! ¿Y no se le ha ocurrido al consejo parroquial que Malevil podría aplicar la misma regla a la gente de La Roque?

Gazel, con los ojos bajos, guardó silencio como un crucificado Estaba viviendo, como hubiera dicho Fulbert, un "momento muy doloroso". Yo seguí:

– No ignoras sin embargo que Fulbert cuenta con mandarte aquí, el domingo próximo, a decir misa.

– Ya sé -dice Gazel.

– ¡Entonces, tú tendrás derecho a entrar en Malevil y yo no tendré derecho a penetrar en La Roque!

– En fin -dice Gazel- es una decisión temporaria.

– Vamos, vamos. ¿Y por qué es temporaria?

– No lo sé -dice Gazel dándome toda la impresión al instante de que lo sabía muy bien.

– Bueno, entonces, hasta mañana -dije con tono glacial.

Gazel me dijo hasta luego y me dio la espalda para montarse en su burro. Yo lo llamé:

– ¡Gazel!

Volvió hacia mí.

– ¿Qué clase de enfermedad tiene Armand?

La idea me había rozado, en efecto, de que una -epidemia hacía estragos en La Roque y que La Roque se aislaba para evitar su expansión. Ocurrencia idiota, pensándolo bien. Presuponía en Fulbert ideas altruistas.

Sin embargo, mi pregunta produjo un efecto extraordinario sobre Gazel. Enrojeció, sus labios temblaron y sus ojos se pusieren a girar dentro de sus órbitas como para escapar a los míos.

– No sé -balbuceó.

– ¿Cómo, no sabes?

– Es Monseñor quien cuida a Armand.

Necesité un buen segundo para comprender que ese Monseñor se refería a Fulbert. Pero de todos modos, una cosa era segura: si Monseñor cuidaba a Armand, es porque su enfermedad no era contagiosa. Dejé ir a Gazel y después de la comida de la noche, reuní la asamblea para discutir la carta que acabábamos de recibir.

Expliqué, que en lo que me concernía, me chocaba sobremanera lo absurdo de las pretensiones de Fulbert. A mi criterio, esta carta reflejaba lo que había de megalomaníaco y de neurótico en su carácter. Era de toda evidencia que se había hecho elegir obispo para tener preeminencia sobre mí, ordenar a Gazel y luego eliminarme a mí como rival eclesiástico. Había un lado infantil en esta sed de dominio. En lugar de tratar de fortificar a La Roque contra los saqueadores, lo que no era una pavada, se empeñaba en una lucha contra mí, contra mí que lo había prevenido del peligro. Y esta lucha la iniciaba sin estar en una posición ventajosa para ganarla, pues su brazo secular se limitaba a Armand y Armand estaba en cama, víctima de una misteriosa enfermedad.

Todo esto me inclinaba a la risa, pero mis compañeros no tomaron a risa el asunto. Desbordaron de indignación. Habían ofendido a Malevil. Exactamente como si su bandera (que no tenía sin embargo más que una existencia potencial) hubiera sido insultada. ¡Fulbert había osado tocar al abate de Malevil y a la Asamblea que lo había elegido! ¿Por qué tiene ese que venir a joder acá?, dice el pequeño Colin, poco amigo sin embargo de palabras groseras. Meyssonnier opinó que había que ir a tirarle de las orejas a ese triste señor. Y Peyssou declaró que, si el domingo próximo Gazel tenía el caradurismo de presentarse, le metería su hisopo donde se imaginan. Total, que parecía que hubiéramos vuelto al tiempo del Círculo, cuando los miembros de la liga de Meyssonnier, al pie de las murallas de Malevil, y los protestantes de Emanuel parados sobre las almenas, se insultaban con la última grosería (y mucha invención) antes de venirse a las manos. Hasta la médula, dice Peyssou, golpeando la mesa, se la encajaré hasta la médula, a Gazel.

Un poco sorprendido por esta explosión de patriotismo malevilense, di entonces a los compañeros lectura de la respuesta que había preparado en el curso de la tarde y que sometía a su aprobación.

A Fulbert le Naud, cura de La Roque

Mi querido Fulbert:

Según los documentos más antiguos sobre Malevil que tenemos en nuestro poder, y que datan del siglo XV, había en esa época, en efecto, un obispo de la Roque, que fue entronizado en 1452 en la iglesia del burgo por el señor de Malevil, barón de La Roque.

Resulta de esos mismos documentos, sin embargo, que el abate de Malevil no dependía de ninguna manera del obispo de La Roque, sino que era elegido por el señor de Malevil entre las personas del sexo masculino de su familia con residencia en su castillo. La mayoría de las veces, un hijo o un hermano menor. Solamente derogó esta regla Sigismundo, barón de La Roque, que no teniendo ni hijo ni hermano, se nombró a sí mismo abate de Malevil en 1476. Desde esa fecha y hasta nuestros días, el señor de Malevil fue por derecho abate de Malevil, aunque a veces delegase en un capellán el ejercicio de su ministerio.