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Estas últimas palabras parecen de cortesía y es todo lo contrario. Quiere decir que ahora bebe y que lo dejen de joder, dado que nos ha pagado lo bastante con eso.

Se establece el silencio. Nosotros tampoco hablamos. Pero no necesitamos palabras. Sabemos que estamos todos de acuerdo y que no vamos a dejar un asesinato impune. Ya es tiempo de ir a poner orden en los asuntos de La Roque.

NOTA DE THOMAS

Esta expedición a La Roque tuvo lugar, pero mucho después de lo previsto, y no sin que antes nosotros mismos hayamos afrontado un peligro mortal. Es por esto que me permito interrumpir el relato de Emanuel con observaciones que no estarían en su lugar más adelante cuando las cosas empezarán a moverse nuevamente.

Debo decir que estoy tan afectado por la manera denigrante con que Emanuel presenta a Cati en estas páginas. Sobre todo proviniendo de Emanuel, no puedo comprender un tal prejuicio. En la escena de la confesión, donde él le reprocha su "coquetería" llega hasta escribir: "cómo está de orgullosa de su pequeño sexo, esta putita".

Yo hago esta pregunta: ¿por qué no lo estaría? Que se me permita decir, por lo menos con palabras veladas que una Cati en ese terreno vale, ella sola, por una docena de Miettes.

Por otra parte, cuando Emanuel habla de la "coquetería" de Cati, su psicología le falla. La cosa es mucho más grave. Cati no es coqueta. No puede ver a un hombre que le gusta sin desear entregarse a él. En el fondo, lo que su hermana hace por deber, ella lo hace de buena gana, por placer.

Sobre este tema, como sobre todos los temas, Cati es completamente franca. La víspera de nuestro casamiento me dijo: la única cosa que no puedo prometerte es serte fiel.

Estoy entonces prevenido, y estándolo, sería absurdo de mi parte estar celoso. Tanto más que me he arrogado, casándome con Cati, un privilegio exorbitante. Cuando Emanuel volvió del Estanque, trayendo a Miette a la grupa, hubiera podido él también declarar de entrada. Miette es mía. Y Miette, desde luego, no pedía nada mejor. En vez de eso, Emanuel se borró, conservó sus distancias con Miette y Miette comprendió lo que él esperaba de ella. La primera generosidad no nació de Miette, sino totalmente de Emanuel.

En eso se ha mostrado sensato y fuerte. Yo no lo imité. Olvidado de que había compartido a Miette con los compañeros he querido a Cati para mí solo. Y en una comunidad de seis hombres, he confiscado a mi único provecho la única mujer de valor -digo de valor- con el pretexto de que la amaba. Por cierto, siento por ella gratitud y amistad. ¿Pero después de apagado el primer fuego del deseo la quiero de verdad? Quiero decir: ¿la quiero más que a Emanuel, Peyssou o Meyssonnier? ¿Y por qué querría uno más a una mujer -con el pretexto que uno se acuesta con ella- que a su amigo? Sospecho que hay muchas mentiras y convenciones en ese romanticismo de pacotilla.

Otra pregunta: ¿Es que el hecho de querer a una mujer confiere el derecho de acapararla en una sociedad donde el número de mujeres es muy limitado? Sí, sí, Peyssou que muestra una gran inclinación por Cati, tiene tanto derecho como yo a su posesión exclusiva. En cuanto a Cati misma, si consultara sus gustos paisanos, ¿no se sentiría acaso más atraída por Peyssou que por mí? Mi impresión es que me he colocado en una situación muy falsa en donde mi amor propio va a salir desplumado. Cati no me será fiel, lo sé y me prohíbo de antemano irritarme por ello. Por más chocante que resulte para los hábitos mentales heredados del tiempo de antes, Emanuel tiene razón: en una comunidad donde todo reposa sobre la afección mutua de sus miembros, los lazos exclusivos de hombre a mujer no están más en su lugar.

Quiero volver sobre los sentimientos negativos de Emanuel con respecto a Cati. Crean en Malevil un persistente malestar. Cati admira a Emanuel y sufre de sentirse tan poco apreciada por él. Tiene la impresión de que la compara constantemente con Miette, y siempre para su desventaja. De ahí, creo, su actitud reacia e indisciplinada. A mi modo de ver, esa actitud desaparecería si Emanuel atribuyera más valor a Cati como ser humano.

2. Ahora voy a hablar de Evelina. Sobre este asunto, quisiera ser franco sin ser odioso.

Digo al punto mi convicción: estoy persuadido que sobre el plano físico no hay nada, absolutamente nada, entre Evelina y Emanuel. Cati ha estado largo tiempo persuadida de lo contrario, y hemos discutido a menudo de ello.

Lo que ha hecho nacer todas estas especulaciones, es un incidente del todo sorprendente que se sitúa entre nuestro regreso a Malevil y el asunto de los saqueadores, y que Emanuel ha silenciado en su relato. No es la primera vez, ya lo he notado, que Emanuel omite cosas que lo molestan.

Es conocido el rito de Maleviclass="underline" todas las noches, la velada terminada, Miette viene a tomar por la mano al compañero que ha elegido. Es un rito que, debo decirlo, primero me chocó. Y al que luego, con la impaciencia de ver llegar mi turno, me he habituado. Ahora que soy casado y bien instalado en mi privilegio -al menos por un tiempo- me choca de nuevo. Sí, ya sé lo que van a decir. Que el hombre tiene dos morales, según se beneficie o no del acto que lo escandaliza.

Resumiendo, esa noche, un mes quizá después de la llegada de Evelina a Malevil, Miette, la velada terminada, se dirigió a Emanuel y sonriéndole con aire tierno, le tomó la mano. En seguida, Evelina, que se encontraba parada a la izquierda de Emanuel, pasó a su derecha y sin decir una palabra, con una decisión y una fuerza que nos sorprendieron, desató las dos manos. Sorprendida y apenada de que Emanuel hubiese dejado ir la suya sin resistir, Miette no luchó. Miraba a Emanuel. Pero Emanuel no se movía, y no decía una sola palabra. Estudiaba a Evelina con un aire de extrema atención, como si tratara de comprender lo que hacía -que era sin embargo bien evidente para todo el mundo-. Y cuando Evelina tomó en su "manita" la mano que venía de liberar, Emanuel la dejó hacer.

Nunca he olvidado la mirada que Evelina echó entonces a Miette. No era una mirada de niña, sino de mujer. Y que decía tan claro como con palabras: es mío.

Lo que pensó Miette de este incidente es fácil de adivinar. Pero no hizo ningún comentario. Cuando volvió el turno de Emanuel, lo salteó y Emanuel no pareció apercibirse.

Todas las discusiones con Cati al respecto de la intimidad supuesta entre Emanuel y Evelina, nacen de ahí. Cati argüía que Emanuel no era un hombre como para vivir en castidad después de haberse privado de Miette.

Colin, a quien le confié nuestras dudas, fue de opinión contraria: no es verdad, dijo, que Emanuel no pueda ser casto. A los veinte años, te lo digo yo, durante dos años, he visto a Emanuel no tocar una mujer. Dos años. Mujeriego fue antes, y mujeriego fue después, y no poco, pero durante esos dos años, nada. Si quieres mi opinión, hubo una chica que lo hizo sufrir mucho. Y agregó y además, no conoces a Emanuel. Es un escrupuloso. No haría tal cosa. Emanuel no ha hecho nunca una porquería a una chica. Sería más bien lo contrario. No es el hombre para abusar, eso no, nunca.

Le pregunté entonces su opinión sobre la situación tal como él la veía. Bueno, él la quiere -dijo- y la manera en que la quiere, eso no podría decirlo. Evidentemente, extraña un poco, dado que Evelina es un gatito flaco, y para Emanuel, hasta ahora, las mujeres, más tenían con que más contento estaba. Extraña también, dado que Evelina tiene catorce años y que no es ni siquiera linda, aparte de los ojos. Pero en cuanto a eso de tocarla, no. Puedes jurar por la cruz. No es el tipo.

Debo decir que Cati, después de eso, estuvo de acuerdo con él, pues tomándose el trabajo de observarlos, nunca descubrió un indicio que pudiera fortalecer sus sospechas.

3. La asamblea que Emanuel ha descripto en ese capítulo no fue solamente importante porque marcó nuestro pasaje a "la moral dura", mejor adaptada a nuestra "nueva época", sino que hizo también de Emanuel nuestro jefe militar "en caso de urgencia y de peligro". Y como esos casos se multiplicaron en los meses que siguieron, Emanuel, que era ya abate de Malevil, reunió en sus manos, al fin de cuentas, todos los poderes, espirituales y temporales, de la comunidad.