El doctor Hughes era un hombre pequeño y fatigado que parecía necesitar un fin de semana en las montañas.
– ¿Señor Erskine? -dijo, estrechando mi mano blandamente-. Siéntese. ¿Un café? Si prefiere, tengo algo más fuerte.
– El café es perfecto.
Llamó a su secretarla para que nos preparara el café y luego se recostó en su gran sillón negro y cruzó las manos detrás de la cabeza.
– Llevo muchos años teniéndomelas que ver con tumores, señor Erskine, y los he visto de todos. Se supone que soy un experto en el campo. Pero puedo decirle lisa y llanamente que nunca he visto un caso como el de Karen Tandy, y estoy francamente desorientado.
Encendí un cigarrillo.
– ¿Qué tiene de especial?
– El tumor no es la clase normal de tumor. Sin entrar en detalles demasiado tétricos, no tiene ninguna de las características habituales de un tejido tumoroso. Lo que ella tiene ahí es un bulto que crece rápidamente y que está compuesto de piel y huesos. En alguna medida, casi podría describir ese tumor como un feto.
– ¿Quiere decir… un bebé? ¿Usted quiere decir que ella está teniendo un bebé… en su nuca? No lo entiendo.
El doctor Hughes se estremeció.
– Yo tampoco, señor Erskine. Hay miles de informes sobre casos de fetos creciendo en lugares equivocados. En las trompas de Falopio, por ejemplo, o en los diversos anexos al útero. Pero no hay ningún tipo de precedente de un feto que crezca en la zona de la nuca, y realmente no hay ningún tipo de precedente de ninguna clase de feto que crezca a esta velocidad.
– ¿La operó esta mañana? Creí que iba a extirpárselo.
El doctor Hughes movió su cabeza.
– Esa era la intención. La teníamos en la mesa de operaciones y todo estaba listo para la extirpación. Pero nada más comenzar el cirujano, el doctor Snaith, a hacer la incisión, su pulso y su respiración se debilitaron tan rápidamente que tuvimos que detenernos. Dos o tres minutos más y ella hubiese muerto. Tuvimos que contentarnos con más rayos X.
– ¿Había alguna razón para esto? -le pregunté-. Quiero decir, ¿por qué se agravó tanto?
– No lo sé -dijo el doctor Hughes -. Ahora le están haciendo una serie de análisis que nos darán la respuesta. Pero nunca me había encontrado con nada como esto, y estoy tan extrañado como todos los demás.
La secretarla del doctor Hughes nos trajo un par de tazas de café y algunos bizcochos. Durante un momento bebimos en silencio, y luego le pregunté al doctor Hughes la pregunta del gran premio.
– Doctor Hughes -le dije-. ¿Usted cree en la magia negra?
Me miró pensativamente.
– No -me dijo-. No creo.
– Yo tampoco -le contesté -. Pero hay algo en todo esto que me parece totalmente extraño. La tía de Karen Tandy también es clienta mía y ha tenido el mismo tipo de sueño que Karen. No tan en detalle, no tan aterrante…, pero definitivamente el mismo tipo de sueño.
– ¿Bien? -preguntó el doctor Hughes -. ¿Qué es lo que sugiere usted como vidente?
Miré al piso.
– Doctor Hughes, le confesare que no soy un vidente serio. Es mi medio de vida, si me entiende. Habitualmente soy bastante escéptico respecto a espíritus y lo oculto. Pero me parece que hay algún tipo de influencia externa que provoca el estado de Karen Tandy. En otras palabras, algo la hace soñar esos sueños, y quizá sea la misma cosa que afecta su tumor y su salud.
El doctor Hughes parecía desconfiar.
– ¿Está tratando de decirme que está poseída? ¿Algo así como El exorcista?
– No, no lo creo. No creo en ese tipo de demonio. Pero creo que una persona puede dominar a otra con su mente. Y creo que alguien está dominando a Karen Tandy. Alguien le transmite señales mentales, una señal tan poderosa como para enfermarla.
– Pero ¿y qué me dice de su tía? ¿Y esa otra anciana cliente suya… la que se cayó por las escaleras esta mañana?
Moví mi cabeza.
– No creo que ese alguien realmente intentase dañarlas. Pero es como cualquier otra señal poderosa que se envía a través de una distancia considerable…, cualquier receptor que está en la zona por casualidad puede también captarla. La señora Karmann y la señora Herz estaban cercanas a Karen Tandy, o en lugares donde ella había estado, y captaron las secuelas de la transmisión principal.
El doctor Hughes se restregó los ojos y luego me miró.
– Muy bien; supongamos que alguien le envía señales a Karen Tandy para enfermarla. ¿Quién es y por qué lo está haciendo?
– Eso es un misterio tanto para usted como para mí. ¿Pero no le parece que podría ayudarnos el hablar con la misma Karen?
El doctor Hughes extendió sus manos.
– Está bastante mal. Sus padres vuelan hacia aquí esta noche por si no podemos sacarla adelante. Pero creo que las cosas no empeorarán porque lo intentemos.
Levantó el teléfono y habló con su secretarla. En pocos minutos ella volvió a llamar y dijo que había arreglado para que pudiésemos visitar a Karen.
– Me temo que tendrá que llevar una mascarilla, señor Erskine -dijo el médico-. Está muy débil y no queremos que entren más infecciones a su sistema.
– Por mí está bien.
Descendimos al décimo piso, y el doctor Hughes me hizo poner una bata. Mientras nos poníamos los delantales quirúrgicos y las máscaras me dijo que tendría que pedirme que me fuera si sus condiciones empeoraban aunque fuera levemente.
– Sólo le permito verla porque usted tiene una teoría, señor Erskine, y cualquiera con una teoría puede ayudarnos. Pero le advierto que todo esto no es nada oficial, y no quisiera tener que explicarle a nadie por qué está usted aquí.
– Le entiendo -dije, y le seguí por un corredor hasta el cuarto de Karen Tandy.
Era un gran cuarto en una esquina, con dos lados de vistas hacia la noche nevada. Las paredes eran de un verde pálido de hospital, y no había flores ni adornos, excepto una pequeña foto de un día de otoño en New Hampshire. La cama de Karen Tandy estaba rodeada de equipo quirúrgico, y en su brazo derecho estaba la goma de alimentación por suero. Tenía los ojos cerrados y parecía tan blanca y pálida como la almohada sobre la que estaba acostada. Había profundas ojeras violetas alrededor de sus ojos, y apenas pude reconocer a la muchacha que había venido a mi apartamento la noche anterior.
Pero lo más sorprendente era el tumor. Se había hinchado y crecido alrededor de su cuello, pálido y gordo y cruzado por venas. Debía ser por lo menos dos veces mayor que la noche anterior y casi tocaba la parte de atrás de sus hombros. Miré al doctor Hughes y él simplemente movió su cabeza.
Empujé una silla hasta el lado de su cama y coloqué mi mano en su brazo. Estaba muy fría. Se movió un poco y sus ojos se abrieron levemente.
– ¿Karen? -le dije con suavidad-. Soy yo, Harry Erskine.
– Hola -susurró ella-. Hola, Harry Erskine.
Me incliné más cerca.
– Karen -le dije-. He encontrado el barco. Fui a la biblioteca y busqué y allí estaba.
Sus ojos pestañearon hacia mí.
– ¿Lo ha… encontrado?
– Es un barco holandés, Karen. Fue construida alrededor de 1650.
– ¿Holandés? -dijo débilmente-. No sé lo que pueda ser.
– ¿Está segura, Karen? ¿Está segura de no haberlo visto antes?
Trató de mover la cabeza, pero su extendido tumor se lo impidió. Crecía desde su nuca como una horrible fruta pálida.
El doctor Hughes puso su mano en mi hombro.
– No creo que avancemos mucho, señor Erskine. Quizá debamos abandonar.
Me así mucho más firmemente de la muñeca de Karen.
– Karen -dije-. ¿Qué hay con de boot? ¿Qué es eso de de boot, mijnheerí
– El… ¿qué? -susurró.
– De boot, Karen; de boot.