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Ella cerró sus ojos y pensé que se había vuelto a dormir, pero entonces algo pareció cambiar y agitarse en la cama. El abultado tumor blanco de pronto se retorció, como si hubiera algo vivo adentro suyo.

– Oh, Cristo -dijo el doctor Hughes-, señor Erskine, mejor será…

– Aaaahhh. -Rugió Karen.- Aaaahhhhh.

Sus dedos se clavaron en las sábanas y ella trató de mover la cabeza. El tumor se movía y agitaba aún más, como si se estuviera agarrando a su nuca y retorciéndola.

– ¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHH! – gritó-. ¡DE BOOOTTTTTT!

Sus ojos dieron la vuelta hacia mí, y durante un extraño momento parecieron los ojos de otra persona, inyectados en sangre, feroces y remotos. Pero el doctor Hughes llamó con el timbre a las enfermeras, preparó una jeringa con un sedante, y a mí me apartaron del lado de la cama y me llevaron al corredor. Yo me quedé allí, escuchando los gritos y la lucha que había dentro, y me sentí más inútil y solo como nunca me había sentido en toda mi vida.

CAPITULO TRES

A trav és de las sombras

Pocos minutos más tarde el doctor Hughes salió del cuarto de Karen Tandy, quitándose sus guantes y su máscara con preocupada resignación. Me acerqué a él de inmediato.

– Lo siento -le dije-. No me di cuenta que podría causar ese efecto.

El se restregó la barbilla.

– No fue culpa suya. Yo tampoco me di cuenta. Le di un sedante ligero que tendría que calmarla.

Volvimos al guardarropa juntos y nos quitamos las ropas quirúrgicas.

– Lo que me preocupa, señor Erskine -dijo el doctor Hughes -, es que ella respondió tan violentamente ante las palabras que usted dijo. Hasta entonces estaba bien o al menos todo lo bien que se podía esperar con un tumor de esa clase. Pero pareció como que usted desencadenase algo.

– Tiene razón. Pero ¿qué es exactamente? ¿Por qué una muchacha normal e inteligente como Karen Tandy se violenta tanto ante la idea de un viejo galeón holandés?

El doctor Hughes me abrió la puerta y me condujo hasta el ascensor.

– No me lo pregunte a mí -dijo-. Usted es el especialista en ocultismo.

Apretó el botón del dieciocho.

– ¿Qué vio con los rayos X? -le pregunté-. Los que le sacó en el quirófano.

– Nada muy claro -respondió el doctor Hughes-. Cuando dije que en ese tumor parecía haber un feto debí haber dicho que era algo similar a un feto, pero no exactamente un bebé en el sentido aceptado del término. Hay un crecimiento de carne y hueso que parece tener una pauta de desarrollo sistemática, lo mismo que un bebé, pero no puedo decir hasta qué punto es o no humano. He llamado a un especialista en ginecología, pero no puede venir hasta mañana.

– Pero, ¿y si mañana es demasiado tarde? Ella parece… bueno, parece como si fuera a morirse.

El doctor Hughes pestañeó bajo la luz brillante del ascensor.

– Sí, lo parece. Vaya si deseo que pudiese hacer algo al respecto.

El ascensor llegó hasta el piso dieciocho y descendimos de él. El doctor Hughes me condujo hasta su oficina y se dirigió directamente hasta el archivo y sacó una botella de whisky. Llenó dos grandes vasos y nos sentamos y bebimos en silencio.

Después de un rato dijo:

– ¿Sabe una cosa, señor Erskine? Es ridículo y una locura, pero creo que esa pesadilla tiene algo que ver con este tumor.

– ¿En qué sentido?

– Bueno, los dos parecen estrechamente interrelacionados. Creo que ustedes, los espiritistas, dirían que la pesadilla causa el tumor, pero yo diría que es al revés: que el tumor está causando la pesadilla. Pero como quiera que sea me parece que si podemos descubrir más sobre la pesadilla podremos descubrir más sobre su enfermedad.

Yo tragué un quemante sorbo de buen whisky.

– He hecho todo lo posible, doctor Hughes. He encontrado el barco y el barco parece provocar una reacción bastante terrible, ¿pero, adonde más podemos ir desde allí? Ya le dije; soy sólo un charlatán cuando se refiere a lo realmente oculto. No sé qué más se puede hacer.

El doctor Hughes se quedó pensativo.

– Supongamos que haga lo mismo que yo, señor Erskine. Supongamos que busque la asistencia de un experto.

– ¿Qué quiere decir?

– Bueno, seguramente no todos los videntes son… charlatanes como usted. Algunos de ellos deben tener un talento genuino para investigar cosas como ésta.

Dejé mi vaso.

– Doctor Hughes, habla usted realmente en serio, ¿no es así? Usted realmente cree que hay algo oculto en todo esto.

El doctor Hughes movió su cabeza.

– No dije eso, señor Erskine. Todo lo que hago es explorar todas las posibilidades. Hace mucho tiempo aprendí que en medicina puede ser fatal dejar sin explorar ningún camino. No se puede ser tan estrecho de mente cuando está en peligro la vida de un ser humano.

– ¿Así que qué sugiere? -le pregunté.

– Simplemente esto, señor Erskine. Si está interesado en salvar a Karen Tandy de lo que sea que la esté enfermando, vaya y encuentre un verdadero vidente que pueda explicarle qué significa ese maldito barco.

Pensé durante un momento y luego asentí. Después de todo, no tenía nada que perder. Por lo menos yo no creía que tuviera nada que perder. Y quién sabe, podría terminar con algún buen conocimiento de lo oculto,

– Muy bien -dije, tragando el final de mi whisky -. Lo haré.

De regreso a mi apartamento fui derecho a la cocina y me hice cuatro lonchas de queso con tostadas. No había comido nada en todo el día, y me estaba sintiendo mal. Abrí una lata de cerveza y me llevé la comida al salón. No podía evitar fisgar el lugar para ver hasta dónde el espíritu diabólico que había poseído a la señora Herz aún estaba acechando sus sombras, pero no había evidencia que alguien hubiese estado allí. Imagínese, yo no creo que un espíritu deje huellas.

Masticando mi tostada telefoneé a mi amiga Amelia Crusoe. Amelia tenía una tienda de brujerías en el Village y sabía que estaba muy enterada sobre espiritismo y esa clase de cosas. Era una mujer alta y morena con largo pelo castaño y ojos espirituales, y vivía con un barbudo llamado MacArthur, que se ganaba la vida vendiendo cartas falsificadas de la seguridad social.

Fue MacArthur quien atendió el teléfono.

– ¿Quién es? -dijo con mal humor.

– Harry Erskine. Necesito hablar con Amelia. Es muy urgente.

– ¡Erskine, el increíble! -dijo MacArthur-. ¿Qué tal anda el negocio de desplumar a las viejecitas?

– Bastante bien -le dije-. ¿Qué tal la industria de la falsificación?

– No mal -me replicó -. No es lo que se llamaría una carrera gratificante, pero ayuda a traer el tocino a casa. Espera, aquí está Amelia.

Amelia tenía su voy baja y ronca de costumbre.

– ¿Harry? ¡Vaya sorpresa!

– Me temo que sea por negocios, Amelia. Me preguntaba si podrías ayudarme.

– ¿Negocios? ¿Desde cuándo estás metido en los negocios?

– No seas sarcástica, Amelia; esto es muy importante. Tengo una cliente que está muy grave. Quiero decir, real y malamente grave. Ha tenido unas pesadillas terribles. He hablado con los médicos y creen que puede tener algo que ver con espiritismo.

Ella silbo.

– ¿Los médicos? No sabía que los médicos creían en los espíritus.

– No creo que lo hagan – le dije -. Es que están totalmente desorientados y dispuestos a intentar cualquier cosa con tal de salvarla. Escucha, Amelia; necesito conocer alguien que realmente sea serio. Necesito un vidente que sepa lo que hace y que sea bueno. ¿Conoces a alguien que pueda hacerlo?

– Harry, ésa es una petición muy importante. Quiero decir que hay cientos de videntes, pero que la mayoría son tan buenos como tú o como yo. Y, no te ofendas, eso quiere decir que apestan.

– No me ofendo. Conozco mis limitaciones.