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Nos sentamos rígidos con nuestras manos enlazadas mientras Amelia murmuraba una larga invocación. Yo trataba desesperadamente de pensar en los espíritus que se estuvieran moviendo en el cuarto, pero cuando no se cree verdaderamente en los espíritus, no se logra fácilmente.

Podía oír a la señora Karmann respirando a mi lado, y la mano de McArthur que inquietaba la mía. Pero al menos, tenía el buen sentido de no soltármela. Por lo que había oído, es peligroso romper el círculo una vez comenzada la sesión.

– Estoy llamando a cualquier espíritu que pueda ayudarme -dijo Amelia-. Estoy llamando a cualquier espíritu que pueda guiarme.

Gradualmente pude concentrarme más y más, dirigiendo mi mente a la idea que realmente había algo o alguien alrededor; alguna vibración en el cuarto que pudiese contestarnos. Sentí el pulso de todo nuestro círculo pasar a través de mis manos; sentí unirnos en un circuito completo de mentes y cuerpos. Parecía haber una corriente que flotaba una y otra vez alrededor de la mesa, a través de nuestras manos, cerebros y cuerpos, creando fuerza y voltaje.

– Kalem estradim, ikona purista -susurró Amelia-. Venora, venora, optu luminari.

La oscuridad seguía tremendamente oscura y no había otra cosa que la extraña sensación que nos atravesaba a los cuatro, el pulso que palpitaba a través de nuestras manos.

– Spirita halestim, venora suim -decía Amelia -. Kalem estradim, ikon purista venora.

De pronto tuve la sensación de que alguien había abierto una ventana. Parecía haber en el cuarto una corriente fría, soplando alrededor de mis tobillos. No era como para hacerte sentir incómodo, pero era una sensación definida de corriente de aire.

– Venera, venora, optu luminari -cantaba Amelia suavemente -. Venora, Venora, spirita halestim.

El darme cuenta que podía ver algo en la oscuridad vino tan lenta y gradualmente que al principio pensé que era que mis ojos se estaban acostumbrando a ella. Las sombras de Amelia y McArthur y la señora Karmann tomaban forma en la oscuridad y podía ver brillar sus ojos. La mesa era como una piscina sin fondo entre nosotros.

Luego levanté la vista y me di cuenta que el candelabro relumbraba, con una luz mortecina y verdosa. Los filamentos de las lámparas parecían moverse con corriente, como luciérnagas en una noche de verano. Pero hacía más frío que en verano, y la corriente invisible me daba cada vez más frío.

– ¿Estás ahí? -preguntó Amelia serenamente -. Puedo ver tus signos. ¿Estás ahí?

Hubo un curioso susurro, como si alguien más estuviese en el cuarto, moviéndose y estirándose. Podría jurar que escuché respirar; una respiración profunda y pareja, que no era la respiración de ninguno de nosotros.

– ¿Estás ahí? -preguntó Amelia de nuevo -. Te puedo oír. ¿Estás ahí?

Hubo un largo silencio. El candelabro continuaba iluminando mortecinamente la oscuridad y yo podía oír ahora la respiración más fuerte.

– ¡Habla! -insistió Amelia-. Dinos quién eres. Te ordeno hablar.

La respiración pareció cambiar. Se hizo más difícil y fuerte y con cada inhalación el candelabro oscilaba. Podía ver sus reflejos verdes en la oscura piscina de la mesa de cerezo. La mano de la señora Karmann se internaba más en la mía, pero yo apenas la sentía. En el cuarto había un escalofrío persistente, y la corriente sopló incómodamente hacia arriba de mis piernas.

– Habla – repitió Amelia-. Habla y dinos quién eres.

– Cristo -dijo impacientemente McArthur -, esto es…

– Shhhh -le dije -. Espera, McArthur; ya viene

Y venía. Miré al centro de la mesa y parecía que algo flameaba en el aire a pocos centímetros de la superficie. Sentí que se me erizaban los pelos de la nuca mientras el aire se removía y flotaba como humo y luego comenzaba a hacerse una especie de forma.

La respiración se hizo más profunda y fuerte y cercana, como si alguien realmente estuviese soplándome al oído. La mortecina luz del candelabro desapareció, pero la fluida serpiente de aire enfrente nuestro tenía una luminosidad propia.

Debajo de ella, la verdadera superficie de madera de la mesa comenzó a elevarse en una protuberancia. Yo me mordí la lengua hasta que sentí un agudo gusto a sangre en la boca. Estaba petrificado por el miedo, pero no podía darme la vuelta, no podía negarme a mirar. El poder del círculo nos sostenía a todos muy fuertemente, y sólo podíamos quedarnos sentados ahí y mirar ese aterrante espectáculo enfrente nuestro.

La madera brillante y lustrosa del centro de la mesa se transformó en un rostro humano, un rostro de hombre, con sus ojos cerrados como una máscara muerta.

– Dios -dijo McArthur-. ¿Qué es eso?

– Silencio -murmuró Amelia. Podía ver su expresión blanca e intensa a la luz no natural del aire -. Déjame esto a mí.

Amelia se inclinó hacia el rostro de madera congelado.

– ¿Quién eres? -preguntó, casi adulonamente-. ¿Qué pretendes de Karen Tandy?

La cara permaneció quieta. Era un rostro fiero y muy marcado; el rostro de un hombre poderoso cerca de sus cuarenta años, con una nariz netamente ganchuda y labios carnosos.

– ¿Qué quieres? -preguntó Amelia de nuevo-. ¿Qué es lo que buscas?

Puedo haberme equivocado, pero creo que vi los negros labios de madera moverse en una tranquila y autosatisfecha sonrisa.

El rostro quedó así durante un momento, y luego la madera pareció flotar e inclinarse, y las facciones se derritieron, y pronto no quedó otra cosa que la mesa lisa y pulida.

La luz rara desapareció y volvimos a la oscuridad.

– Harry -dijo Amelia-. Por Dios, enciende las luces.

Solté la mano de McArthur y la de la señora Karmann y me puse de pie. En ese momento hubo un espantoso crujido y un brillante relámpago de luz blanca, y las ventanas explotaron como con una bomba y los cristales saltaron por todos lados. Las cortinas flotaron y se sacudieron con el viento helado de la nieve nocturna, y la señora Karmann gritó aterrorizada.

Fui hasta el interruptor y encendí las luces. El comedor estaba desarreglado, como si un huracán hubiese pasado arrasando. Habían floreros y jarrones en el piso, las pinturas colgaban torcidas, las sillas estaban volcadas. La mesa de cerezo estaba partida en dos.

McArthur se puso de pie y caminó por la alfombra, esquivando los vidrios rotos.

– Esto es demasiado, hombre. Desde ahora, me quedo con la seguridad social y nada más.

– Harry -dijo Amelia-. Ayúdame a llevar a la señora Karmann hasta el salón.

Juntos llevamos a la anciana hasta el otro cuarto y la sentamos en un canapé. Estaba blanca y temblaba, pero no parecía estar herida. Fui hasta el bar y le serví un gran vaso de brandy, y Amelia se lo sostuvo mientras bebía.

– ¿Ya terminó todo? -gimió-. ¿Qué sucedió?

– Me temo que haya algunos daños, señora Karmann -le dije-. Las ventanas se rompieron y también algo de su cristalería. Creo que la mesa se rajó. Pero es un corte recto. Quizá pueda hacerla reparar.

– ¿Pero qué fue? -dijo-. ¡Ese rostro!

Amelia movió su cabeza. McArthur había encontrado algunos cigarrillos en una caja de plata y le ofrecía uno. Lo encendió con manos temblorosas y sopló el humo en una larga y temblorosa columna.

– No sé, señora Karmann. No soy tan experta como médium. Pero cualquier cosa que haya sido fue muy poderosa. Habitualmente un espíritu tiene que hacer lo que se le ordena. Ese nos demostró que no le importaba para nada lo que nosotros pensásemos.

– Pero, Amelia -dije-. ¿Esa es la cosa que provocó las pesadillas de Karen Tandy?

Ella asintió.

– Creo que sí. Es decir, es tan fuerte que puede haber causado ciertas vibraciones en este apartamento. Y sospecho que eso es lo que Karen recogió en sus sueños. Cuando estás dormido eres muy receptivo a las vibraciones, incluso las más débiles, y éstas son mucho más fuertes que ninguna con las que me haya encontrado jamás. Aquí hay algo que está poseído por una verdadera fuerza mágica.