Amelia interrumpió al doctor con una pregunta.
– ¿Pero qué hay sobre el hechicero de Karen Tandy? ¿Qué piensa que hizo? Quiero decir, ¿por qué querrá renacer en ella?
El doctor Snow se rascó la oreja.
– Es difícil decirlo. Por lo que me contaron ustedes sobre un sueño con el barco holandés, arriesgaría a decir que la existencia del hechicero fue amenazada por el establecimiento de los holandeses en Manhattan. Quizas el hechicero trató de prevenir al resto de su tribu de vender la isla tan barata. Con la clase de poderes ocultos que poselan los hechiceros él podría haber logrado ver cuan útil sería la posesión de Manhattan por los blancos para el desarrollo de una Norteamérica blanca. También es posible que los holandeses, siendo calvinistas muy estrictos, consideraran al hechicero como una influencia maligna y lo destruyeran. Fuera lo que fuese lo sucedido, pensó obviamente que su única vía de escape era dejar su existencia del siglo xvII y reaparecer en otra época, yo no creo que la elección de Karen Tandy fuese deliberada. Posiblemente ella era por casualidad un hogar receptivo para su reencarnación, en el momento debido y en el lugar debido.
– Doctor Snow -le pregunté -, ¿si no estamos equipados para luchar contra este hechicero, ¿quién le parece que podría estarlo? Quiero decir, ¿puede alguien alcanzar tanto poder como para destruirlo?
El doctor Snow quedó pensativo.
– Este es un hecho tan remarcable que uno desearía que no estuviera en juego la vida de una joven. Imagínese, señor Erskine; dentro de dos o tres días realmente nos hubiéramos encontrado con un hechicero indio, viviendo y respirando, surgido de alguna parte del pasado de Norteamérica. Parece casi criminal el pensar en destruirlo.
MacArthur se dio la vuelta de su asiento en la ventana.
– Todos conocemos las maravillas de la antropología, doctor Snow, pero aquí estamos tratando de salvar una vida humana. Karen Tandy no pidió que este brujo creciera dentro de ella. Creo que nos corresponde hacer todo lo posible por salvarla.
– Sí, lo sé -dijo el doctor Snow-. Pero sólo hay un modo de hacerlo.
– ¿Cuál es? – preguntó Amelia-. ¿Es difícil?
– Puede serlo. Y peligroso. Verá, la única persona que puede luchar contra un hechicero es otro hechicero. Aún existen uno o dos en alguna de las reservas. Pero ninguno de ellos será remotamente tan poderoso como este hombre. Puede que conozcan algunos de los viejos rituales, pero es dudoso que tengan algo así como la misma habilidad y fuerza. Y si no pudieran vencerlo, si no pudieran destruirlo totalmente, inevitablemente se matarían a sí mismos.
– Pero espere un minuto -le dije -. Ese hechicero aún está en el proceso de renacer. Aún no ha crecido totalmente y obviamente no es tan fuerte como podría serlo si estuviese totalmente desarrollado. Si ahora pudiésemos conseguir otro hechicero podríamos matarle antes de que emergiera.
– Sería muy peligroso -dijo el doctor Snow-. No sólo para nuestro propio hechicero, sino también para la muchacha. Ambos podrían morir.
– Doctor -le dije -, ella va a morir de todas maneras.
– Bueno, presumo que es verdad. ¿Pero cómo vamos a persuadir a algún pobre viejo y pacífico indio de una reserva a arriesgar su vida por una blanca que ni siquiera conoce?
– Lo sobornaremos -dijo McArthur.
– ¿Con qué? -preguntó Amelia.
– Quizá debiésemos hablar con los padres de Karen Tandy -sugerí -. Ya deben estar en la ciudad. Obviamente son bastante ricos y creo que un par de miles de dólares bastarán. Doctor Snow, ¿cree que usted podría encontrar un hechicero?
El doctor Snow se restregó el mentón.
– Oh, eso no sería muy difícil. Tengo un amigo en South Dakota que probablemente conozca alguno. Naturalmente, tendríamos que pagar el billete del hechicero a Nueva York, suponiendo que él acepte.
– Creo que llegó el momento de hablar con los padres de Karen Tandy -dije -. Tienen derecho a saber qué está sucediendo, y obviamente vamos a necesitar su colaboración; doctor Snow, ¿puedo pedirle un favor?
– Por supuesto -dijo el doctor Snow -. Este caso es fascinante y ayudar es para mí un privilegio.
– ¿Puede llamar a su amigo en South Dakota y pedirle que comience a buscar al hechicero más poderoso que encuentre? Luego, si los padres de Karen Tandy están de acuerdo, al menos ya estaríamos preparados. ¿Haría eso?
– Con placer -dijo el doctor Snow.
Dejamos la casa de Snow a eso de las cinco. Ya era de noche y el viento nos golpeó en la cara como un puñado de hojas de afeitar. Condujimos a través del espantoso y helado paisaje, iluminado a medias, cansados y con frío, pero aún más determinados a salvar a Karen Tandy del misterioso enemigo que había invadido su cuerpo. Lo primero que quería hacer al regresar a Nueva York era averiguar cómo seguía y preguntarle al doctor Hughes cuánto tiempo pensaba que nos quedaba. No tenía sentido todo el gasto de traer a un hechicero indio desde South Dakota si Karen ya estaba muerta o para morirse de inmediato.
– ¿Sabéis una cosa? -dijo McArthur, poniendo sus piernas en el asiento de atrás de mi «Cougar» -. Creo que en todo esto hay algo así como una justicia histórica. Quiero decir, lo lamento por Karen, pero cuando uno cosecha, algo se recoge, ¿no lo creéis?
Amelia se dio la vuelta y le miró.
– McArthur -dijo -, amo tu barba y amo tu cuerpo, pero tu filosofía apesta.
Dejé a Amelia y a McArthur en el Village y luego conduje hasta las Hermanas de Jerusalén para preguntar por Karen. Cuando llegué estaba extenuado y fui al servicio de hombres para lavarme y estirarme el cabello. Cuando me miré en el espejo me vi pálido, cansado y frágil, y comencé a preguntarme cómo diablos obtendría la fuerza para luchar contra un hechicero de la edad dorada de la magia india.
Encontré al doctor Hughes en su oficina leyendo una pila de informes a la luz de su lámpara de escritorio.
– Señor Erskine -dijo- ¿ya está de vuelta? ¿Qué tal le fue?
Me arrojé en la silla frente a él.
– Por lo menos, creo que sabemos lo que sucede. Pero hasta dónde podremos enfrentarlo o no, bueno, esa es otra historia.
Escuchó seriamente mientras le expliqué lo que había dicho el doctor Snow. También le dije que estábamos tratando de encontrar un hechicero rival para que volase a Nueva York.
El doctor Hughes se levantó de su silla y fue hasta la ventana. Miró las luces movedizas del tráfico y los primeros copos de una nueva nevada.
– Espero que nada de esto llegue hasta los periódicos -dijo -. Ya es bastante difícil lograr que no lo comente el resto de los especialistas y cirujanos envueltos en la cuestión. Pero, imagínese, el segundo o tercer especialista en tumores del mundo tiene que hacer traer a un pielroja de las planicies de South Dakota, algún curandero con pinturas de guerra y huesos, porque no puede lograr él mismo enfrentarse con un tumor.
– Usted sabe tan bien como yo que éste no es un tumor ordinario -le dije -. Y no se puede combatir a un tumor mágico con los métodos habituales. La prueba de lo que usted está haciendo se hallará en la cura.
El doctor Hughes desvió su mirada de la ventana.
– ¿Y si ella no se cura? ¿Qué diré entonces? ¿Que he traído un hechicero pielroja y eso tampoco sirvió para nada?
– Doctor Hughes…